La tarde cae en el Parque Nacional de Cabañeros y la berrea de los ciervos comienza a envolver el ambiente. El Serengeti español huele otoño, a bosque húmedo de encina, quejigo, alcornoque, jara y brezo. En medio de esta atmósfera, de la sierra baja un macho junto a su harén de hembras lanzando un bramido imponente. Cerca aparece otro macho, más joven, con la intención de rivalizar por el territorio y las hembras. El choque de cornamentas no se hace esperar. El aspirante no tarda en claudicar mientras el vencedor continúa con su ritual de apareamiento lanzando bramidos a un cielo cada vez más apagado.
“Es un espectáculo de la naturaleza que te hace temblar las entrañas”, reconoce Ángel Gómez Manzaneque, director de este Parque Nacional que supera las 40.000 hectáreas y que se extiende entre las provincias de Ciudad Real y Toledo. Una experiencia cien por cien inmersiva en la que “palpas lo que le duele al animal emitir ese grito” y que permite al visitante sentirse parte de un documental de naturaleza porque como sostiene Gómez "no tiene comparación verlo en vivo con hacerlo por televisión".
La berrea del ciervo quizá sea el espectáculo natural más impactante que se pueda observar en la península ibérica y forma parte del ritual de apareamiento de la especie. Después del verano, donde las altas temperaturas y la escasez de pasto merman la condición física de estos grandes ungulados, las primeras lluvias y la caída de las bellotas les permiten recuperar peso y fuerza. En este momento, comienza la batalla por marcar el territorio y fecundar al mayor número de hembras posible de dos maneras: con el característico bramido que sirve de aviso para los rivales o directamente con combates en los que los contendientes dirimen el ganador chocando sus cornamentas.
En el reloj de la biodiversidad nada es baladí. Las ciervas que ahora son cubiertas darán a luz a sus gabatos –así es como se llaman las crías de ciervo menores de un año- en los meses de mayo y junio. En esa época, Cabañeros presentará una estampa muy diferente con su bosque mediterráneo en plena floración y pastos abundantes que garantizarán el amamantamiento de los retoños.
Rutas a pie o en todoterreno
Para disfrutar de la berrea en Cabañeros hay dos opciones. Una es adentrarse en el parque a pie a través de las múltiples rutas de senderos que están señalizadas como la de La Viñuela. La otra es en las excursiones en todoterreno que se gestionan desde el propio parque y que durante tres horas conducen a los visitantes al corazón de esta joya natural desde la Casa de Palillos, Alcoba y Horcajo de los Montes.
Gómez Manzaneque no tiene dudas a la hora de lanzar su recomendación. "Las excursones en todoterreno te permiten llegar a la raña y observar a los animales desde muy cerca porque están acostumbrados a la presencia humana. Muchas veces, incluso se escuchan los choques de las cornamentas", explica.
También señala "los días de entre semana" como los más idóneos para visitas, ya que te aseguran "estar prácticamente solo en una inmensa llanura equivalente a 10.000 campos de fútbol en la que cuando los bramidos cesan, se siente una sensación de silencio difícil de explicar". A ello se suma la experiencia de disfrutar de otras especies que forman parte de la rica biodiversidad de este ecosistema como el buitre, el águila imperial o incluso el lince.
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Este año, el verano seco y caluroso que hemos vivido también ha tenido su reflejo en el transcurso de la berrea. Como explica el director de Cabañeros, "la época de mayor apogeo suele producirse a finales de septiembre", pero las lluvias de estas últimas semanas "están provocando un nuevo repunte" en este espectáculo natural.
Un paraje virgen que casi se convierte en campo de tiro
Muchas han sido los factores que han intervenido en que Cabañeros haya llegado a nuestros días como uno de los ejemplos de bosque mediterráneo mejor conservados del mundo. Los primeros vestigios de presencia humana se remontan al Paleolítico inferior y a la Edad del Bronce. Fue aquí donde empezó el modelaje de uno de sus paisajes más peculiares, la raña, un bosque de encina utilizado para cultivar cereales de secano y que ahora sirve de pasto.
A partir del siglo XIII, con la Reconquista, el actual parque era propiedad del Ayuntamiento de Toledo, quien tenía la postestad de ejercer su aprovechamiento agrícola, apícola, ganadero y forestal a través de la saca de leña y la elaboración de carbón, entre otras actividades. Precisamente es de las viviendas que utilizaban pastores y carboneros, los populares chozos cónicos o cabañas, de donde el parque adoptó su nombre de Cabañeros.
Sin embargo, la difícil orografía del terreno y sobre todo la lejanía con Toledo -cerca de 100 kilómetros- favoreció una escasa explotación de sus recursos durante siglos. Tampoco ayudó a que se crearan poblaciones estables el rígido sistema fiscal impuesto desde la capital a quienes trabajaban o simplemente pasaban por sus tierras con el cobro de impuestos como el 'humazgo' a los productores de carbón o el 'portazgo' a los que transportaban mercancía por estos dominios.
Esta situación se prolongó hasta el siglo XIX, cuando con la desamortización de Madoz (1835), Cabañeros pasó a manos privadas, concretamente las del Duque de Medinaceli. Las más de 40.000 hectáreas de este espacio comenzaron a pasar por diferentes propietarios hasta que en la década de 1980 el Gobierno central lo eligió para construir un campo del tiro para el ejército que se topó con un fuerte rechazo vecinal. Esa lucha entre David y Goliat en la que la entonces joven Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha se posicionó del lado de los vecinos, terminó con la paralización de la infraestructura y la declaración de Cabañeros como Parque Natural en 1988 y Parque Nacional en 1995.
Un momento clave que ahora nos permite disfrutar de este salvaje Serengueti en el corazón de Castilla-La Mancha.