Se ha puesto de moda el término “postsanchismo”. Un palabro. Está en muchos titulares y se ha hecho popular. Huele a cadáver político antes de tiempo, a entierro prematuro, a Día de Todos los Santos con un año por delante, a noviembre adelantado y sin despejar incógnitas e incertidumbres. Pero el postsanchismo no existe. No está, aunque muchos sí lo esperan. La oposición y el periodismo se han puesto impacientes y adelantan un pronóstico a finales de 2023 que nadie sabe si se producirá, aunque es verdad que está en todas las encuestas. La disidencia interna del PSOE, desde Emiliano García-Page hasta Javier Lambán, Ximo Puig o el mismísimo Alfonso Guerra, anda también brujuleando el futuro, a la espera de cobrarse una pieza que no sólo está muy viva sino que colea agitadamente y ya veremos si al final se escapa de la cacería.
Todo está abierto. Pero el escenario postanchista aún no ha llegado. Estamos todavía unos cuantos escalones más abajo. Esa cumbre, si se alcanza, aún está por llegar y tardará su tiempo. El runrún mediático en torno a esta coyuntura procede, entre otras circunstancias, de la proximidad de las elecciones autonómicas y municipales de mayo y del temor desatado entre los barones socialistas, García-Page entre ellos, a un arrastre general del sanchismo hacia el precipicio de la derrota en los territorios. La deriva de Sánchez hacia la radicalización ideológica y el calculado y peligroso tacticismo político, tal como explica este domingo el editorial de El Español, han llevado el miedo a las comunidades gobernadas por los socialistas, que ven en el presidente del Gobierno la figura temeraria que puede terminar hundiendo al PSOE en muchos puntos de España. García-Page y la mayoría de los barones ni siquiera acudieron este sábado al gran acto de Sevilla de los 40 años de la victoria de Felipe González.
Peligra el poder socialista en comunidades autónomas y ayuntamientos y esa factura se la están pasando a Sánchez por adelantado desde muchos sectores dentro y fuera del PSOE. El líder nacional del PP, Alberto Núñez Feijóo, se frota las manos ante la crónica de una derrota anunciada que, sin embargo, aún no tiene firma y fecha en el certificado de defunción. En este contexto, el papel del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, parece relevante. No sólo es el presidente autonómico más díscolo frente al sanchismo sino que, además, su nombre ha salido subrayado como uno de los posibles protagonistas de ese hipotético postsanchismo en el que andamos embarcados. La política española se ha vuelto futurista un poco a lo Blade Runner y la confusión se generaliza entre apocalípticos e integrados del sanchismo, pero lo cierto es que el líder castellano-manchego, si algún día da un paso más allá, será con el permiso de su tierra y superando la reválida de mayo.
Es decir, que la aventura hipotética de Page hacia escenarios de mayor enjundia pasan necesariamente por otro desafío mucho más importante ahora mismo sin el cual no habrá nada qué hacer: ganar las elecciones autonómicas en Castilla-La Mancha y mantener el poder en el Palacio de Fuensalida, un reto que ni siquiera Narciso Michavila, el gurú demoscópico de España y presidente de GAD3, se atreve a dar como seguro, aunque es verdad que sí probable. O Page gana en mayo y mantiene la Presidencia de la Junta o el postsanchismo para él será una teoría un poco más lejana. No es posible pensar, por tanto, que el presidente castellano-manchego se plantee ahora entrar en una segunda guerra, cuando aún no ha empezado la primera y nadie está seguro de cómo puede terminar. Probablemente García-Page, al estilo cholista, prefiere jugar partido a partido y plantearse nuevas aventuras cuando llegue el caso, si es que llega. La posible caída de Sánchez por los reiterados desgobiernos del Gobierno ahora mismo es sólo un futurible que Page tal vez mire en lontananza pero con el desapego propio de un momento que todavía está frío y le queda mucho recorrido.
Es verdad que García-Page no da puntada sin hilo y que casi a diario lanza sus flechas de desamor contra Sánchez, pero por ahora ese diana apunta al Palacio de Fuensalida. Cualquier aventura diferente será otra historia que, si acaso, tendrá que ser contada en otra ocasión.