Créanme. El comité federal del PSOE del 28 de octubre fue la gota que, en forma de tsunami personal, desparramó el límite de la indignación que Javier García-Page estaba dispuesto a tolerar como militante socialista, histórico y siempre leal. Ese día por la tarde tuve la noticia (que se sepa) y yo tenía claro que el hermano gemelo de Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, iba a dar un portazo en Ferraz y se daría de baja en su partido. Era sólo cuestión de horas o de unos pocos días, pero la decisión de abandonar su militancia de no sé cuántas décadas ya estaba tomada al término del comité federal en el que Pedro Sánchez arrodilló a todo el partido ante los separatistas y Page, el presidente, se convirtió en el llanero solitario.
Javier García-Page no pudo soportar la humillación, habló e intercambió mensajes con unos cuantos amigos, dentro y fuera del PSOE, y tuvo claro que el sanchismo se ha quedado con toda la tarta socialista y ha abducido al partido en el que, junto a su gemelo Emiliano, llevaba militando activamente desde que era un muchacho y la izquierda le tocaba el corazón. No sé si su hermano, como secretario general del PSOE castellano-manchego, intentó convencer a Javier de que diera marcha atrás en su decisión, pero en todo caso su nivel de decepción era tan grande que parar esta baja parecía un imposible. Estos dos hermanos, tan extraordinariamente unidos, tan amigos, mantienen su poderosa conexión, pero ya no guardan la misma militancia.
Sánchez y su postración fueron la clave de todo. Cualquier cosa por seguir en el poder, una sensación que, supongo, duele también en el alma de otros muchos socialistas. En sus conversaciones privadas de esos días, Javier García-Page utilizó palabras altisonantes y enseñó su corazón roto a sus amigos, aunque defendió intensa y apasionadamente la posición de su hermano de no callarse ante Sánchez y mantenerse con firmeza al frente de la nave socialista en Castilla-La Mancha. Emiliano tiene responsabilidades importantes y no puede dar ningún salto al vacío: elogió su firmeza, su valentía y su coraje, pero mostró su decisión de largarse de este PSOE irreconocible. Es una "vergüenza", vino a decir en sus momentos suaves.
Y todo se desbordó el 4 de noviembre en carta dirigida a la secretaria general del PSOE de Toledo y diputada nacional, Milagros Tolón. Se iba. Desilusionado, triste, lleno de melancolía, pero firme en su decisión. No quiere seguir en este PSOE. Ha estallado frente a la humillación de Sánchez, frente a la genuflexión de un partido que nunca pensó ver desplomarse por este precipicio. Emiliano García-Page siguió al dedillo todo el proceso de desencanto de su gemelo, cuya decisión ha respetado en medio de un revuelo periodístico que Javier no se esperaba y que le está sorprendiendo mucho, según me cuentan mis espías toledanos. Los Page piensan y sienten lo mismo, pero tienen circunstancias diferentes. Cada uno está en su sitio.
Por cierto, y estiro un poco más el cotilleo, dos cositas colaterales. Una: Emiliano y Javier concedieron el pasado mes de mayo a la periodista toledana Esther Esteban, nuestra presidenta ejecutiva en EL ESPAÑOL EL DIGITAL CLM, la única y exclusiva entrevista que ambos han hecho juntos, y lo hicieron en el programa "Las cosas de mi vida", emitido en Castilla-La Mancha Media. Y dos: la noticia de la baja de Javier publicada en nuestro periódico ha tenido tal repercusión que hasta el gran Carlos Alsina, mi héroe, la comentó este martes en su programa de Onda Cero, citándonos amablemente. Los dos hermanos Page, que se quieren tanto, son los socialistas que, aparte Sánchez y su corte, más fama han adquirido en nuestro tiempo. Y eso, queridos, tiene mucho mérito.
Y una rumorología final. El exjefe de gabiente de Milagros Tolón en la Alcaldía de Toledo, Rubén Rufo, que es un tío muy majo, suena como (posible) nuevo asesor en el Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados. La mano de Tolón, ahora diputada nacional, es alargada, pero que conste que esto no es una noticia, sino su antesala. Por si acaso, Rubén disfruta unos días en Tailandia a la espera de que se consume, o no, la investidura de Sánchez. Con permiso, por supuesto, del fugado y sus amigos, que son los que tienen la llave de la Moncloa en esta penosita hora de España.