Los límites, sobre todo, hay que ponerlos en nuestra cabeza cuando se 'entretiene con pensamientos de miedo, con anticipaciones de no conseguir, de desgracias, de enfermedades o de críticas, y cuando, por tanto, comienza a fabricar ansiedad cognitiva y fisiológica. Se trata de una consecuencia para evitar todo tipo situaciones, incluidas las que para otros podrían resultar hasta agradables. Ese maldito miedo, que es aprendido, es el que va a dictar, si no le ponemos límites, qué cosas haremos y cuáles no, por mucho que nos gusten, las deseemos y hayan sido gratificantes en el pasado. Se acabó ser tú, genuinamente tú, si dejas que entre en tu vida. Bastante tenemos ya con otros personajes y problemas reales como para atascarnos aún más con dificultades que van a hacer que dejes de sonreír y de sonreírte.
Desde que nacemos ya comienza el periodo de aprendizaje involuntario por imitación y por ensayo error. Nos van pasando cosas y vamos intentando resolverlas como buenamente podemos con éxito o por el contrario con imposibilidad. Entonces se convierte en experiencia que va al saco del "problema o peligro” real o subjetivo, y amenaza si vuelve a aparecer así o similar en un futuro. Y además lo vamos generalizando, lo que significa que situaciones, actitudes o expresiones parecidas a la original, también nos causen malestar y evitación.
Y es que nadie nos enseña desde pequeños a cómo gestionar el miedo, sino más bien a evitarlo. Es cuando aparece y posiblemente cuando nos interfiere o incapacita para poder llevar una vida normal, cuando somos más conscientes de ello y cuando pedimos ayuda o nos encerramos en casa y en nosotros mismos. Adiós, vida; adiós, libertad; adiós, sueños.
Ciertamente, unas dosis de miedo racional, basado en posibilidades reales, nos impide ser temerarios, menos mal, pero el miedo anticipatorio irracional, repetido y mantenido en el tiempo por evitación, hace que cada vez seamos más inseguros y por ende más manipulables, con menos autoestima, con menos seguridad hasta en nuestras capacidades.
Voy a excluir el miedo a las enfermedades, que es un poco distinto y con connotaciones, sobre todo de miedo a la muerte, pero en general sin otras implicaciones emocionales como este otro tipo de miedo al que ya muchos están identificando.
Preocupación por la opinión de los demás
Llega un momento en el que cuando no hacemos o hacemos algo por una razón de miedo, de anticipar en nuestra cabeza miedo o ansiedad, básicamente lo que nos está preocupando es la opinión de los demás, su reacción, sentirnos juzgados, la exposición de nosotros mismos a las exigencias de nosotros mismos. Nos estamos anticipando mentalmente como resultado de una conducta poco adecuada y nada exitosa que, ya al imaginarla, nos produce mucha ansiedad. Nos hablamos mentalmente e imaginamos lo que nos da miedo que ocurra. Anticipar, como digo, un rechazo, una crítica e incluso la culpa, hace que inhibamos hacer o decir algo que deseamos. Imaginamos consecuencias que solo están en nuestra cabeza, por miedo, porque ya anteriormente nos ha pasado algo parecido o no. Incluso ni siquiera por aprendizaje nuestro, sino por experiencias de otros o porque tenemos una personalidad excesivamente perfeccionista basada en criterios rígidos subjetivos de comportamiento, exigiéndonos resultados siempre por encima de lo que ya sería muy bien hecho.
Este miedo nos va minando, nos va creando una actitud negativa sobre el mundo y hasta sobre nosotros mismos que muchas veces termina en depresión. Incapacidad para hacer frente a ninguna de estas circunstancias. Es más cómodo a veces tirar la toalla y dar por hecho que no se puede y olvidarnos. En psicología, este concepto se llama indefensión aprendida, que es lo contrario de la estupenda y magnífica resiliencia que sí tienen otras personas.
A veces, aún con miedo, reaccionamos, nos exponemos. Esto significa, no darse por vencido, luchar, saber aún que puedo. Se trata de situaciones en las que median emociones por algo o alguien, superiores a lo que racionalizamos y a la evitación que ya automáticamente nos sale. Sentimientos por una persona, quizá de protección, que movilizan al cien por cien nuestra empatía y que nos lanzan a esa protección y defensa de lo que creemos muy importante, por encima de nuestros miedos. Otras veces esas emociones son por nosotros mismos cuando queremos salir del pozo del fantasma del miedo o no queremos entrar más.
A veces nuestras creencias firmes y arraigadas, pueden más que nuestra emoción de miedo, que pasa a un segundo plano y nos sorprendemos a nosotros mismos reaccionando como nunca hubiésemos imaginado. Genial, eso de liberarnos del miedo por lo menos en situaciones necesarias para nosotros. ¡Eso es echarle narices!
Cómo afrontar el miedo
Pero volvamos a situaciones habituales en nuestra vida. La única forma eficaz de enfrentar y superar el miedo es exponerse a todo lo que durante tanto tiempo hemos aprendido a evitar, por no saber cómo enfrentarlo. Hemos aprendido y/o nos han enseñado erróneamente a evitar y evitar es lo que mantiene el miedo. Aunque hablemos de experiencias traumáticas físicas o emocionales, exponernos con “estrategias y armas” aprendidas, adecuadas y adaptadas a cada situación, nos va a dar seguridad para acercarnos a esas situaciones tan temidas, por las consecuencias negativas anticipadas.
Esto es devastador para nuestra autoestima, en el campo emocional, que es el que diariamente nos acompaña para limitarnos o hacernos volar. Y todo ello sin darnos cuenta. Según sea la intensidad del miedo anticipado, intensidad emocional y fisiológica, así va a ser nuestro grado de acercamiento y de evitación.
Ante algo deseado que no concluye, puede que asociemos o creemos un miedo casi siempre absurdo e irracional que nos hace desistir. Y así se pasa y te pierdes la vida. Y te frustras y de todas formas te sientes mal. ¿Por qué te frenas?
Sigamos en el plano emocional. Pregúntate siempre antes de hacer caso a tu miedo, ¿qué es lo peor que puede pasar? Antes de empezar a sentirte con sudor, taquicardia, el estómago encogido y la imagen mental de algo que no te gusta nada y que te está haciendo sentir así de mal, pregúntate, por favor, qué es lo peor que puede pasar. Te aseguro que nunca, nunca te vas a contestar con algo tan malo, humillante, frustrante, como lo que te imaginas. Te lo aseguro. Porque aunque así fuese o parecido, realmente ¿eso es lo peor que te puede pasar en la vida? Te contesto yo: no.
Tengo que decir que no hay nada en psicología que te quite los miedos así por arte de magia. No hay técnicas globales que hagan desaparecer todos tus miedos de una pasada, no. Existe una técnica, sí, que es ponerte en tu sitio, ya sea el de siempre o uno nuevo y bonito para empezar a ver cada uno de tus miedos desde arriba. Sí, mira hacia abajo y a un lado, así es como tienes que tratar a tus miedos a partir de ahora, dominando tú, poniendo las normas tú, dándoles miedo tú a ellos. Y eso es posible, siempre.
Tus chutes de felicidad, autorrefuerzo, orgullo o bienestar, todos, están aprendidos. Ya ves cómo algunas personas son exitosas y no es porque sean mejores que tú, sólo no tienen miedo y si lo tienen, se enfrentan. Cada vez que te enfrentes pensando que puede ser terrible, piensa que nada es terrible. Si lo ves así, solo será de manera temporal, así que date cuenta de en qué medida te has expuesto y a hasta a lo mejor no ha pasado lo que temías.
Insisto. Aunque pase lo que temes, ¿qué es eso en tu vida? Saca la cabeza y no te dejes llevar por lo erróneamente aprendido y a veces ni siquiera experimentado por ti, y resetéate, reinvéntate o como lo quieras llamar, pero saca la cabecita ya de una vez de ese pozo que te limita hasta sin darte cuenta.
Vivir en el “y sí”, en el “verás como no”, en el “no puedo soportarlo”, es evitar por miedo y solo te hace sentir falsa seguridad a cambio de quedarte sin lo que quieres y a veces tanto.
Las situaciones y los comportamientos de los demás no son estereotipados, no son generales como para que anticipemos con todo el mundo el mismo miedo. En según qué circunstancias, anticipar en el otro algo que nos desagrada y que nos frena por eso, solo es jugar a adivinar. Pero, repito, en el peor de los casos, y si sucede, ¿qué? Ahí no se acaba todo, tú eres igual de magnífico, tu valía no depende de lo que los otros piensan de ti, ni de que te rechacen, tú eres lo que sin duda sabes que eres, de buena persona, de auténtico, de trabajador, de responsable... y aunque no lo fueras en esa medida tan perfecta que tú te exiges, tienes derecho a querer, a sentirte querido, a pedir (no a exigir), a opinar distinto sin miedo a ser rechazado, a decir "no" si sientes que algo va en contra de tus preferencias. Tienes derecho a ser tú mismo sin hacer daño y sin miedo a lo que los demás puedan pensar de ti.
Cuando quieras quitarte un miedo de la cabeza, además del autolenguaje, que es lo que acabo de decir que tienes que decirte y pensar, además, tienes que enfadarte, imponerte contigo mismo y decirte "ya está bien, esto no existe así ni es tan horrible".
Eso sí, nadie que te hace sentir mal porque es una persona tóxica, merece tu esfuerzo ni siquiera tu presencia. ¡Fuera! Ahí hay que esforzarse únicamente en hacerlo desaparecer.
El artículo "Comportamientos adultos que denotan carencias afectivas en la infancia" puede complementar esto que estoy contando ahora.
Así empieza a practicar, a decir y a hacer lo que quieras, a expresar sentimientos (muy importante). Empieza a dejar el miedo en el cajón del pasado, porque ¡esto ya no va contigo!
Ana María Ángel Esteban es una psicóloga y sexóloga con consulta en Toledo