El día amanecía claro, despejado, sin barruntos. Uno más en el corazón de La Mancha. Soleados los campos y esa inmensa y fascinante llanura. Tierra dura y árida, también alegre y bullanguera. El campo, La Mancha, los pueblos: paisaje mágico de inigualables atardeceres, maravillosos perfiles a contraluz cortados de molinos y quijotes. Parada cervantina en la que, si acaso, quedarse para siempre. Postales que dan la vuelta al mundo, traducidas a todos los idiomas y trampeando el tiempo así pasen los siglos. Territorio infinito. Ora fulgor, ora hechizo. La luz del día traspasó la noche sin avisar de la tormenta, sin una brisa siquiera de la oscuridad que se avecinaba en la mañana, y en La Mancha, este miércoles, este otoño, estas horas, este viento de locura llegó a bocajarro para quedarse en la memoria para siempre, que es donde se quedan las tragedias, más aún sin son tan grandes como esta. La locura.
Rondando las diez de la mañana, entre Villamayor y Argamasilla de Calatrava empezaron ya a silbar los primeros sonidos de la muerte. Litigios familiares, las tierras, las disputas que fueron a más y terminaron por inundarlo todo de demencias. Alfonso, el hijo del guarda forestal, cincuenta y dos años de edad, probablemente ya estaba desbocado. Sin freno, sin control. Los vecinos, ya en pie, desperezaban la mañana, en sus tareas e ilusiones cotidianas, en sus rutinas, alegrías y tristezas. Poco después llegaron el tiroteo y las muertes. La vida saltó por los aires y el estadillo de violencia fue brutal: un policía local y un agricultor cayeron a manos presuntamente de Alfonso, atrincherado y desposeído, rifle en mano tirando contra todo y contra todos. La frontera definitiva había sido traspasada y tuvieron que abatirlo. Espeluznante. Tres muertos, otros tantos heridos y la vida detenida en un momento feroz que ya no se olvidará. La existencia humana en su estado más salvaje. La enajenación, el zarpazo, la tragedia.
El padre de Alfonso, de ochenta y un años, herido en la refriega, su familia, sus amigos, su pueblo, vivirán ahora con el alma rota. El corazón destrozado para siempre. No hay consuelo. Y La Mancha, la tierra, el campo y las infinitas puestas de sol, bañadas en sangre este miércoles por la mañana, quedan heridas por la eternidad en este profundo desgarrón, el gran golpe, la explosión que nos pone ante los ojos y ante la historia el pronto siempre imprevisible de la condición humana. La naturaleza y el dolor con los que también tenemos que convivir. Tiempo de lágrimas. Descansen en paz.