El lunes 23 de enero Toledo celebrará el día de su patrón, San Ildefonso, con un acto institucional de entrega de Honores y Distinciones que este año será muy especial para la familia San Román, porque el Ayuntamiento toledano ha decidido dedicarle a la funeraria que regentan desde 1846 la calle de la Sal.
Fue en el número 11 esa sinuosa callejuela típicamente toledana, ubicada en pleno corazón del casco histórico y a pocos minutos a pie de la Catedral, donde Julián San Román, tatarabuelo de los actuales propietarios, fundó la Funeraria San Román. Lo hizo en su propia vivienda particular y, cuando solo era un joven zapatero de 22 años, supo adelantarse a los demás para cubrir una nueva necesidad: trasladar en carruaje los cadáveres desde los domicilios hasta el antiguo cementerio municipal de Toledo, que se había inaugurado poco antes a las afueras de la ciudad.
Ahora, después de 177 años de trayectoria ininterrumpida y con la quinta generación al frente del negocio, la compañía puede presumir de ser la funeraria más antigua de España y una de las empresas familiares más longevas del país. Hoy por hoy, José María y María del Rosario San Román Águila -aunque sus otros dos hermanos también tienen participación- son los gerentes de un grupo empresarial con 440 empleados dedicado no solo a los servicios funerarios en una veintena de pueblos de Toledo además de la capital, sino al transporte terrestre sanitario -bajo la marca Ambulancias Finisterre- y a la correduría de seguros, tanto de decesos como de otros tipos.
El crecimiento y la diversificación del negocio fueron obra, en la última mitad del pasado siglo XX, de la visión empresarial, el sacrificio y el empeño personal de José María Román Gómez-Menor, padre de los actuales responsables y bisnieto del fundador. "Hemos conseguido no bajar el listón tan alto que nos dejó, porque puso todo su empeño en darle señorío y humanidad a los servicios funerarios en Toledo", cuenta sobre su progenitor un orgulloso José María San Román Águila. Para trasladar fielmente hasta dónde llegaba la vocación de servicio de su padre, recuerda cómo el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales decidió condecorarle en 2001 con la Medalla al Mérito en el Trabajo.
"Fue a instancias de un señor que había estado toda la vida trabajando en Alemania y, cuando se jubiló, regresó a Toledo junto a su mujer. Ella enfermó de cáncer y nuestra empresa de ambulancias estuvo mucho tiempo llevándole a Madrid a recibir tratamiento, hasta que finalmente falleció en la víspera del Corpus Christi. Mi padre asistía a todos y cada uno de los entierros de Toledo, tanto si eran de familias de alto copete como servicios de caridad, y el hombre le dijo que no se preocupase por no poder acudir al de su mujer, porque sabía que tenía que salir en la procesión. ¿Sabe qué le contestó mi padre? Que procesiones del Corpus habría todos los años, pero que poder acompañarle a él y a su mujer en el cementerio solo podría ser al día siguiente, así que allí estaría", cuenta el actual gerente de Funeraria San Román desde las céntricas oficinas del grupo empresarial, unas instalaciones que antiguamente sirvieron además como vivienda familiar.
Ese compromiso por el buen hacer también lo ha heredado, al igual que su hermano, María Rosario San Román. Pese a centrar sus esfuerzos dentro de la empresa a la sección de las ambulancias, como miembro de una histórica familia de funerarios no ha dudado en hacer de tripas corazón cuando la ocasión lo ha requerido. Por ejemplo, cuando tuvo que acompañar a la hija de un fallecido a despedirse del cadáver: "Me dijo que necesitaba hacerlo, pero que nadie más de su familia quería y que no se atrevía a pasar sola. Yo entré con ella y ahora, cuando me ve, siempre me lo agradece". Chari, como se la conoce en sus círculos más íntimos, lo tiene claro: "En los servicios de funeraria hay que ser muy profesionales y muy honestos. Estás tratando con personas que son muy vulnerables porque acaban de perder a un familiar, por lo que siempre les hemos dicho a nuestros trabajadores que aquí no se utiliza ese momento para crean necesidades que no existen".
Se refiere al trance de tener que concretar con la funeraria en qué ataúd va a reposar el cadáver, si va a haber coronas de flores y qué servicios complementarios se contratan, desde la incineración hasta un catering para los allegados que acudan al tanatorio a velar el cuerpo. José María San Román Águila, en ese sentido, afirma que "el trato tiene que ser exquisito" y apela a la "inteligencia funeraria" que se adquiere después de haber completado muchos servicios de este tipo. "La primera norma es nunca hablar de más, porque a veces hay ciertos detalles sobre la muerte que a nadie le gustaría conocer, y la segunda es dejar a cada uno su espacio, porque en ocasiones hay gente que no se ha podido despedir de su ser querido hasta ese momento. Y también es muy importante conocer la idiosincrasia de cada familia, porque algunas se llevan bien y otras no tanto", cuenta sin esconder que puede darse que surjan conflictos entre los hijos, primeros y segundos cónyuges, etc.
Aumento de incineraciones
El gerente de la funeraria toledana cifra el coste medio de un entierro en el entorno de los 3.000 euros, una cantidad que desciende a 2.500 en caso de las incineraciones. Fue su padre, José María San Román Sánchez Menor, no solo quien dotó a la capital toledana de su primer tanatorio en 1987, sino quien años más tarde impulsó la puesta en funcionamiento de un crematorio que acabó entrando en funcionamiento en 1999: "Por aquel entonces hacíamos una incineración al mes y los hijos le decíamos que vaya negocio habíamos hecho, pero él nos decía que tiempo al tiempo". No le faltaba razón. Hoy por hoy, cuatro de cada diez cuerpos sin vida son incinerados y la tendencia sigue al alza.
Los hermanos San Román consideran que este aumento de las incineraciones tiene que ver con que la sociedad está superando ciertos tabúes -"en Toledo la Iglesia no ha puesto pegas en ningún sentido"- y, sobre todo, con una falsa creencia que se desarrolló durante la pandemia de coronavirus. "Al principio, la gente pensaba que incinerar los cuerpos era una obligación, cosa que no era así", explica José María. Durante esa fatídica primavera de 2020, cuando los fallecimientos diarios por COVID-19 se contaban por centenares, a la funeraria San Román le ofrecieron incinerar cadáveres de otras provincias en su crematorio. "Dije que no. Lo pensé y yo me debía a los toledanos. No podía tener a las familias de mi gente esperando tres días a que fuesen incinerados", recuerda en una demostración de que una frase que repite varias veces durante su atención a este periódico no es ni mucho menos un eslogan: "En esta funeraria hay un 50 por ciento de negocio, pero hay otro 50 por ciento de sacerdocio".
"Claro que necesitamos el dinero, porque sin él no podríamos sobrevivir ni seguir invirtiendo, pero la otra mitad es vocación", insiste José María San Román, que dice no entender que el Gobierno de España grave con el tipo más alto -un 21 % de IVA- los servicios funerarios pese a ser irrenunciable tener que recurrir a ellos, un importe que no quedó rebajado ni siquiera durante la crisis sanitaria de la COVID-19, cuando los familiares de las víctimas no podían ver ni despedirse de ellas para evitar riesgo de nuevos contagio. "Un día llamó a la oficina una mujer llorando amargamente, diciéndonos que le habíamos entregado unas cenizas, pero que cómo sabía ella que eran de su marido. Le expliqué que todos los cuerpos estaban perfectamente identificados, porque cumplíamos un protocolo a rajatabla, y que todo lo hacíamos con la misma dignidad y cariño que como si estuviesen las familias presentes. La pobre, después de hablar conmigo, me dijo que por fin iba a poder dormir. Se había quedado tranquila", cuenta María del Rosario San Román.
Y es que el trato personal, "siempre humano", es seña de identidad en la casa. Como muestra sirva un botón. Hay un toledano, Matías, que cada día acude sin falta a las instalaciones donde, en compartimentos individuales alineados en varias alturas, reposan decenas de urnas funerarias con los restos de las personas cremadas en el horno incinerador que se encuentra en la planta inferior. Allí observa y conversa con las cenizas de su mujer, fallecida en 2015. Como el gerente de la empresa sabe que nadie mejor que este hombre sabe cómo funciona y qué necesita el columbario, le ha propuesto redactar conjuntamente unas normas generales de buen uso y de convivencia. Ya tienen un borrador escrito a mano, en el que se sugiere retirar las flores cada cierto tiempo, impedir que se enciendan velas para evitar suciedad y accidentes, etc.
No extraña este tipo de comportamientos en unas personas que han visto a su progenitor detalles de exquisitez en el trabajo como pedir a los camposanteros del cementerio de Toledo que retirasen del suelo una goma de riego porque no era de recibo tener que pasar por encima de ella con un féretro, aunque sabía que quien iba dentro del ataúd era un mendigo. "Se siguen haciendo servicios de caridad, sobre todo para gente sin hogar", cuenta José María San Román, que asegura que en España los seguros de decesos siguen siendo muy demandados y, actualmente, solo tres de cada diez sepelios no están cubiertos por las aseguradoras, que tienen "el 68 o 69 por ciento del mercado". "La gente quiere quitar una responsabilidad al que viene detrás, porque nunca sabes cuándo te va a tocar ni sabes cómo va a ser tu economía cuando te toque", explica.
"Chari y yo nos vamos a ver como nuestro padre: vamos a morir con las botas puestas, porque lo llevamos en el corazón", responde José María San Román Águila al ser preguntado sobre el futuro de la funeraria que lideran, la más antigua de España y cuya prolija trayectoria ha recogido con detalle el historiador Rafael del Cerro en el libro 'Funeraria San Román. 175 años de historia de una empresa familiar de Toledo'. "Por ahora nos encontramos bien. Iremos tomando decisiones cuando llegue el momento", apunta María del Rosario sobre la sucesión.