Damasquinadores de Toledo, un oficio milenario en riesgo de muerte: "Si lo dejo se me va la vida"
Solo un puñado de artesanos sin relevo generacional se sigue dedicando al damasquinado en la capital de Castilla-La Mancha.
15 abril, 2023 02:48Oscuros nubarrones se ciernen sobre el afamado damasquinado de Toledo, una artesanía milenaria introducida por los musulmanes en la península ibérica en el siglo VIII y que ahora corre serio peligro de extinción. Entre las causas que han llevado al minucioso oficio hasta un callejón de difícil salida destacan el cambio en el patrón de consumo de los turistas que recorren las estrechas callejuelas de la Ciudad de las Tres Culturas, la falta de relevo generacional en el gremio o la competencia de los productos manufacturados, que salen mucho más baratos que los artesanales porque son fabricados en serie por una máquina y, en el mejor de los casos, rematados a mano.
A los profesionales que se encargan de este último paso, uno de los pocos maestros damasquinadores que quedan, el veterano Mariano San Félix, les llama "pegahilos". No utiliza ese vocablo con desdén, pero defiende que la pureza del damasquinado -que inicialmente encontró en Toledo un abono ideal para prosperar decorando las famosas espadas toledanas- radica en que el artesano se encarga de todo el proceso de creación sin ninguna ayuda mecánica. Primero ha de tener la sensibilidad de imaginar el motivo o la figura con la que va a adonar su obra, después lo plasma en papel a modo de boceto y, finalmente, utiliza su pericia manual para darle vida al diseño incrustando minuciosamente a golpe de martillo y buril hilos o láminas de oro o la plata en una plancha de acero tratada convenientemente. Gracias a esta técnica ancestral es como nacen joyas y colgantes, cuadros y platos damasquinados que decoran las casas de toledanos y turistas de medio mundo que han visitado la ciudad y se han llevado un suvenir premium.
Los "pegahilos" también tienen su mérito, pero lo tienen mucho más fácil que los damasuinadores. Se ahorran las primeras etapas del proceso y se encargan directamente de incrustar el hilo de oro -o simplemente repasarlo- en la pieza que previamente ha dejado preparada la máquina, que trabaja cien veces más rápido que el hombre. También este producto es bonito y valioso, reconoce San Félix, pero no es ni mucho menos lo mismo que el damasquinado auténtico. Por eso, el precio de una pieza cien por cien artesanal -en cuya creación se invierten decenas de horas- se dispara y se convierte en un producto de lujo no apto para todos los bolsillos. Un plato decorativo del tamaño de la palma de una mano ronda los 300 euros y un colgante los 75. Aunque en esto también hay picaresca, asegura el maestro. "Algunos tenderos de Toledo encarecen las piezas manufacturadas, pero sin llegar al precio de las artesanales. Así les pueden decir a los turistas, aunque no sea cierto, que todas están hechas a mano, pero que las más caras son de maestros damasquinadores y las más baratas de oficiales", cuenta.
"Yo he visto piezas a la venta con etiquetas de 'hecho a mano' y he sabido que era un engaño, porque aunque estuviesen repasadas a mano eran de máquina. Por eso pido una marca o una denominación, respaldada por el Ayuntamiento de Toledo o por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, que garantice si esa pieza es 100 % hecha a mano, 50 % artesana o lo que corresponda, como se hace con el jamón de bellota". Son palabras de Óscar Martín, discípulo de Mariano San Félix y también maestro damasquinador, que en alguna ocasión ha optado por acudir personalmente a una notaría para que el fedatario certificase la autoría de algunas de sus obras y el comprador tuviese la certeza y la tranquilidad de que estaba pagando por algo auténtico.
Al mismo problema se enfrenta María López Linares, una madrileña que se dedica desde hace más de 20 años a hacer reproducciones de joyas antiguas. En plena pandemia abrió en el corazón del casco histórico toledano 'Vintage', una coqueta tienda en la que expone y tiene a la venta, entre otras tantas alhajas, una colección de pendientes, anillos y broches diseñados por ella misma y creados por damasquinadores de una manera puramente artesanal. "Desde que llegué a Toledo tuve claro que quería hacer algo con el damasquinado, porque es algo que forma parte de la historia de la ciudad, pero me quedé muerta cuando supe que no había una legislación para diferenciar el manual del fabricado. Yo no tengo forma de garantizarle a mis clientes que lo que están comprando es hecho a mano, así que les explico detalladamente todo el proceso de creación de las joyas para que no tengan ninguna duda", explica.
Gato por liebre
Mariano San Félix ofrece un truco a los interesados en hacerse con una verdadera pieza de damasquinado toledano para que, si tienen sospechas, no les den gato por liebre. "Que digan que quieren cuatro o cinco iguales porque las van a regalar. Si en las tiendas las tienen, te las ponen en el mostrador y no ves diferencia... Las piezas hechas a mano nunca son exactamente iguales y tienen algunos defectos. Eso es la bella imperfección de la artesanía", dice este maestro damasquinador octogenario que, después de toda una vida dedicado al oficio, ya solo trabaja a ratos y por gusto. Ahora, junto a un grupo de irreductibles guardianes del damasquinado entre los que hay comerciantes, historiadores e investigadores, ha puesto en marcha la Fundación Damasquinado Toledo para promocionar, investigar y proteger esta histórica artesanía. Quieren evitar su desaparición conscientes de que el margen temporal con el que cuentan para salvarlo no es elevado.
"Si hemos creado la Fundación es por el riesgo que corre el damasquinado, al que vemos un futuro muy oscuro", reconoce San Félix, que acusa a las Administraciones públicas de no haber apoyado "más allá de las fotos" a esta artesanía tan típicamente toledana, un déficit que la institución que dirige está tratando de solventar con medidas como la solicitud formal de que sea declarada Bien de Interés Cultural (BIC), lo que elevaría su grado de protección. En la misma línea, María López Linares lo tiene claro: "La Administración ha querido muy poquito al damasquinado. La ciudad en su conjunto se tiene que poner las pilas para que no se pierda, porque sería algo demencial. Y el riesgo es real completamente, porque aquí solo quedan cuatro o cinco damasquinadores buenos. Dar con ellos es como encontrar una aguja en un pajar".
Solo quedan unos pocos
No hay registros oficiales de cuántos artesanos se dedican a damasquinar en Toledo, pero Óscar Martín hace un rápido repaso mental desde su modesto y pequeño taller toledano, donde crea sus colecciones, trabaja por encargo -también a través de Internet- y repara antiguas piezas dañadas: le salen, de memoria, seis damasquinadores. Y ninguno es más joven que él. No hay relevo. "Enseñar a alguien a que empiece a funcionar lleva por lo menos dos años y, según están las cosas, meter a un aprendiz en el taller es imposible porque hay que tener el sitio homologado, hacerle un contrato... No salen las cuentas. Llevamos reclamado que la Administración abra escuelas de damasquinadores ni se sabe el tiempo, pero ahora se llevan los talleres de empleo a los que se apunta la gente no porque quiere aprender, sino porque les pagan. Además, los políticos descubrieron que con estos talleres podían ir haciendo pequeñas obras de albañilería, carpintería o forja en las calles y han dejado la artesanía a un lado, aunque se les llene la boca diciendo lo contrario", critica.
A la falta de formación reglada se suma un segundo problema, y no es menor: aprender el oficio de damasquinador no asegura hoy por hoy la supervivencia económica. "En Toledo se ha ganado mucho dinero con el damasquinado. Yo tuve años muy buenos, sobre todo en los 90, pero ahora no puedes vivir de ello por más que te guste la artesanía", lamenta Martín, que para sacar adelante a su familia cuenta con otros trabajos esporádicos que nada tienen que ver con el oro y el metal. Reconoce que le iría mejor, posiblemente, ayudándose de la máquina o haciendo piezas en serie para los comercios, que son más baratas y tienen más salida entre los turistas de ahora, que viajan mucho y gastan poco. Pero ha rechazado esa posibilidad porque es un artista puro. "Odio la rutina. A mí me gusta crear. Si tuviese que estar todo el día haciendo los mismos colgantitos o las mismas iniciales tendría más estabilidad, pero preferiría estar poniendo bombillas o trabajando en cualquier otra cosa", cuenta mientras sostiene su cuadro 'Amistad incondicional'. En él aparece Sancho Panza mirando la boca de Don Quijote, que tiene la vista perdida en el infinito. "Siempre nos han dicho aquello de que no nos creamos lo que no hayamos visto. Pues, fíjate, Sancho seguía al Quijote sin dudar pese a todo lo que soltaba por su boca". Su obra artística tiene un profundo significado.
Tanto San Félix como su discípulo coinciden en que los gustos y los gastos del turismo que abarrota Toledo desde hace décadas ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Respecto a los gustos, ninguno de los dos esquiva la autocrítica y ambos reconocen que los propios artesanos quizá no hayan sabido modernizarse ni adaptarse estéticamente a la velocidad que ha ido demandando el mercado, algo que se está tratando de corregir con nuevos diseños y colores. Sobre los gastos, análisis compartido: solo aquellos que disfrutan de una posición económica muy acomodada y valoran realmente la artesanía están dispuestos a dejarse un buen dinero en damasquinado.
"El cliente nos ha cambiado. Antes nos manteníamos con la clase media, pero ahora la clase media prefiere irse a cenar a un buen restaurante que regalar un colgante de 70 euros. Lo máximo que el turista medio compra aquí, en Roma o en París es un imán para la nevera. Lo que sí que están dispuestos a pagar es una actividad, una experiencia", relata Martín, que con la empresa 'Go Craft' ofrece talleres de damasquinado para familias, grupos y hasta despedidas de soltera en hoteles, restaurantes y otros establecimientos toledanos. "Mientras se toman un refresco les hago una mínima introducción de lo que es el damasquinado, me ven a mí cómo trabajo y después me pongo con ellos para ayudarles a que lo hagan ellos mismos. Aunque el comienzo es estresante porque es una técnica difícil, luego se lo pasan muy bien. Al final se llevan a casa la chapa en la que han puesto su inicial, un corazoncito o lo que quieran y le dan más valor que a una joya".
Valor. Quizá esa sea la palabra clave. Divulgar en qué consiste el damasquinado, conocer la historia que atesora esta artesanía y entender por qué una pieza cuesta lo que cuesta. Algunas de ellas suponen semanas enteras de trabajo y son dignas de galería de arte. "Cuando hace unos años llegué a Toledo me sorprendió muchísimo que no hubiese un museo del damasquinado en esta ciudad. No daba crédito a que no haya un lugar en el que poder ver la obra de todos los grandes maestros damasquinadores toledanos, que han recibido premios internacionalmente y aquí no han sido reconocidos como merecen", señala Isabel, la dueña de la joyería 'Vintage', que también propone la celebración de un congreso internacional que congregue en la capital castellano-manchega a los pocos maestros del oficio que quedan en España, Japón o Marruecos.
Tanto en una cosa como en la otra ya están manos a la obra desde la Fundación, que días atrás que ha expuesto con éxito de crítica y público en el Museo de Santa Cruz -uno de los más importantes de Toledo- una cuidada selección de obras de diferentes maestros, épocas y estilos, mostrando al visitante un interesante recorrido desde el damasquinado tradicional toledano al contemporáneo y de vanguardia. El próximo objetivo de San Félix y su grupo es que en este mismo museo pueda habilitarse un espacio para instalar allí una exposición permanente. "Esto tiene un enamoramiento", dice.
Y, efectivamente, algo debe tener el damasquinado cuando a Óscar Martín muchos de sus seres queridos le recomiendan que lo deje, que se busque otra cosa menos sacrificada, mejor pagada y más estable. Él reflexiona sobre ello, duda, pero no les hace caso. "Llevo 32 años con el damasquinado, desde los 17. No sé hacer otra cosa. De esto sé mucho, pero solo de esto. Es mi mundo, lo disfruto, y si hay gente que de verdad quiere una pieza mía y no le llega el dinero les intento ayudar. Me ha dado muchas alegrías, aunque también muchos disgustos. Dejarlo ahora sería como tirar la vida. Si dejo esto se me va la vida".