Ofrecemos el adelanto que publica El Mundo del libro 'Lo que hay que ver', obra del ex presidente de la ONCE Miguel Durán y la periodista Esther Jaén que verá la luz próximamente. Son las "memorias de un ciego que se impuso a todas las adversidades", y no tienen desperdicio.
El capítulo que adelantamos habla de la famosa portada de Interviú dedicada a Marta Chávarri y las fotos sin bragas que su entonces marido, Alberto Cortina, quiso comprar para que no se publicaran, con una potente operación bancaria de fondo.
La 'historia sucia' tras la negativa del empresario Alberto Cortina a pagar el precio que le pedían porque no salieran publicadas las fotos donde se veía la entrepierna de su pareja.
A principios de febrero de 1989, Miguel (Durán) recibió una llamada en su despacho de la Dirección General de la ONCE, en la madrileña calle Prado, cerca del Congreso de los Diputados y del Hotel Palace. Era Alberto Cortina, que se limitó a decirle con voz entrecortada: "Tengo que verte". En apenas unos minutos, Cortina estaba ya en la puerta del despacho de Durán. Miguel supo poco después que Alberto solo había tenido que recorrer unos metros caminando para llegar hasta allí, pues salía del Hotel Palace, donde acababa de asistir a un desayuno con Antonio Asensio. Durán relata:
Yo no le vi las lágrimas, pero su tono de voz indicaba que, o bien se le estaban cayendo, o bien estaba muy acongojado, además de cabreado. Los Albertos, los dos, estaban pasando una crisis en sus matrimonios con las Koplowitz, o, mejor dicho, se sabía que tenían nuevas parejas y que estaban al filo del divorcio.
Alberto Cortina se encontró en aquel desayuno del Palace con Antonio Asensio [entonces presidente del Grupo Z], que le explicó que tenía unas fotos y que le tenía que pedir un favor a cambio de no publicarlas. Esto es historia, pero historia sucia, de la que yo fui un modesto espectador. Después supe que las fotos de las que hablaba eran aquellas famosas instantáneas en las que se veía el pubis de Marta Chávarri, y el favor, que abandonasen la operación de asalto a la fusión del Banesto y del Banco Central. [La fusión estaba promovida por Alberto Cortina y Alberto Alcocer, maridos de las poderosas hermanas Kiplowitz y en trámites de separación. Los primos habían mostrado a la ONCE, que acababa de hacerse banquera al adquirir el 1% del banco Bilbao Vizcaya (BBV), su interés de que la millonaria organización de ciegos entrara también en el accionariado del nuevo banco, oferta que su presidente, Miguel Durán, había aceptado].
La revista Interviú, del Grupo Zeta, publicó, el 14 de febrero de 1989, Día de los Enamorados, unas imágenes en las que se veía a Marta Chávarri sentada con una copa en la mano y expresión de Gioconda enmarcada en rubio, y ajena a que, de cintura para abajo, saltaba a la vista que aquel día llevaba puestas las medias transparentes, pero no las bragas. El titular, "Lo nunca visto de Marta Chávarri", iba acompañado de un antetítulo que rezaba: «Las sorprendentes fotos de la mujer de moda en España". Marta Chávarri era entonces asidua en las portadas de las revistas del corazón por ser la reciente pareja del todavía marido de Alicia Koplowitz, lo cual suscitaba mucho morbo. Todo aquel que quiso satisfacer su curiosidad o morbo, o todo aquel que quiso ver las fotos de Marta Chávarri, vio las instantáneas. Obviamente, Miguel Durán no pudo hacerlo, pero sí supo de su existencia mucho antes de su publicación. Y él les dio una lectura muy distinta:
Le dije a Alberto Cortina: "¿Pero tú has visto las fotos?". Y no recuerdo si me dijo exactamente si las había visto o no, pero me respondió que todo aquello era horrible. Después le di un consejo:
-De verdad, macho, tienes dinero a espuertas, estás metido en un verdadero avispero, y esto es un putadón catedralicio. ¿No te va a dar pena que machaquen a tu chica con la que estás construyendo una pareja? ¿Tan importante es la presidencia del banco? Por supuesto, por nosotros [en alusión a la ONCE] no peleéis, porque no tenéis ningún tipo de compromiso. Mi consejo es que mandes un mensaje, que antes te asesores bien jurídicamente y que, si tú le haces el favor a Antonio Asensio y él no cumple su palabra, lo fundas.
Incluso le ofrecí vernos los tres:
-Si quieres un testigo de lo que hay, ¡ese soy yo! Pero sal de todo esto... ¡Que se queden el puto banco!
Cortina, además de jodido, estaba indignado:
-No, es que detrás de esto está Javier [de la Rosa], y seguro que también Mario [Conde].
Yo intentaba ser práctico, además de escucharlo:
-Tienes razón, seguro que hay gente que te la ha jugado, pero date cuenta de que yo también he metido los deditos en el enchufe con todo esto, y me está llegando algo de corriente...
Más allá de lo que le dije, la verdad es que yo ya tenía en el saco la conquista principal, que era la libertad inversora que nos había otorgado el Gobierno [En esos momentos la ONCE, presidida por Miguel Durán, estaba a punto de entrar en el accionariado de un nuevo banco que saldría de la fusión de Banesto y el Banco Central, lo que supondría "la conquista de nuestra libertad económica y quitarnos el tutelaje asfixiante del Gobierno"]. Pero lo central de la charla fue mi consejo de que le hicieran llegar un mensaje de tranquilidad a Mario Conde, que deshicieran tranquilamente Cartera Central, pues tendrían trabajo para rato en otras cosas, y que impidiera que se publicasen aquellas fotos. Creo que aquella fue la única vez en mi vida que aconsejé ceder ante un chantaje, a una presión tan indigna. No sé si tenían un compromiso muy fuerte o no con Boyer, pero aquel fue mi consejo de todos modos. Miguel asegura desconocer qué otros movimientos pudieron hacer Cortina y sus aliados hasta que se publicaron las famosas fotos de Marta Chávarri y su dichosa entrepierna. Por su parte, Durán habló con Alberto Alcocer y con Romualdo García Ambrosio para decirles que, en su opinión, debían dar marcha atrás si no querían provocar mucho sufrimiento. "Y que conste -subraya Miguel- que no sabía que se trataba del coño, perdón por la expresión, de Marta Chávarri, pues Alberto Cortina solo me habló de 'una foto muy íntima'".
El 8 de febrero, Miguel Durán y Enrique Servando tenían una cita con Mario Conde. La habían solicitado en nombre de la ONCE con anterioridad a la irrupción y el desahogo de Cortina en el despacho del primero. Pretendían explicarle, según asegura Durán, que la organización no tenía nada contra él.
Conde nos recibió fumando un purito y de una forma tan desabrida que yo pensé: "Si le abro mi corazón a este tío, no sé qué utilización puede hacer de la información; no me fío". Así que le dijimos que no teníamos ningún interés en ir contra él, que éramos ciegos pero no cobardes y que, si la fusión no salía y no teníamos que sindicar las acciones, las pondríamos a su disposición, o bien para que las comprara, o bien para que nos tuviera como unos buenos socios. Yo estuve más tibio, pero Enrique, viendo la actitud desabrida, ofendida y displicente de Conde, se calentó más. Y estuvo francamente bien, porque Mario necesitaba que se le plantara cara. Enrique ocupó la posición de responsable financiero de la ONCE y aclaró que no teníamos que pedir permiso a nadie para invertir el dinero de la institución allá donde creyéramos más conveniente.
El 14 de febrero de 1989, tras la publicación de las fotos de la célebre entrepierna de Marta Chávarri, quedó descartada tácitamente la operación de fusión del Banesto y el Banco Central. Sin embargo, en la ONCE, con Miguel Durán al frente, seguían con su fiebre inversora. Habían decidido mantener su política de tener su patrimonio invertido en empresas y no en letras del Tesoro para evitar, así, que el Gobierno metiera la mano en sus ahorros con facilidad. Si anteriormente habían acordado la integración de otros colectivos de discapacitados en la plantilla de los vendedores de la ONCE, durante aquellos años habían puesto en marcha otra negociación relacionada con sus empleados y sus pensiones. Los directivos de la organización estaban preparando el desembarco de su plantilla en la Seguridad Social, una operación que culminó el 15 de marzo de 1991. Desde la cúpula de la ONCE se detectó, pese a su poderío económico, un serio problema de cara al futuro, pues todos los trabajadores contratados por la organización antes de 1984 (alrededor de 15.000 personas) estaban en un fondo de previsión social que se arrastraba desde los tiempos de Franco, cuando el régimen general de la Seguridad Social no era universal. En la misma fórmula de previsión social estaban Telefónica, el sector eclesiástico, los trabajadores de Metro y varios otros.
Aquel fondo diferenciado suponía una losa para la ONCE, ya que cada potencial jubilado de aquellos 15.000 más los que ya se habían jubilado hasta entonces eran perceptores de pensiones (o potenciales pensionistas) cuyo pago asumía íntegramente la organización. Para más inri, los trabajadores de la ONCE que se hallaban en dicho régimen ni siquiera cotizaban. Ellos cobraban un salario sin pagar seguridad social y, cuando se jubilaban, tenían una pensión que abonaba íntegramente la ONCE hasta el fin de sus días. En aquel momento no había problema con los ya jubilados, pues había un superávit más que suficiente para pagar aquello, pero desde los tiempos de Antonio Vicente Mosquete habían visto que, a la larga, aquel lastre acabaría siendo la rueda de molino colgada en el pescuezo de la ONCE en medio del océano de su patrimonio. Miguel explica:
Todos teníamos claro que lo mejor era que se integrase en la Seguridad Social el resto del personal que aún no lo estaba. Pero, por más que nosotros quisiéramos imponer unas cotizaciones parecidas a las de la Seguridad Social, la gente no lo iba a consentir. Y, siendo honestos, ni siquiera aquello alcanzaría para poder cubrir, en régimen de igualdad, las pensiones de la Seguridad Social con las de la caja de previsión, lo cual nos abocaba a pensiones de dos velocidades.
Del resto de colectivos que se encontraban en situación similar con su plantilla, unos salieron mejor parados (los curas y las monjas, ya que a la Iglesia le salió casi gratis la convergencia gracias a la firma del Concordato, o los trabajadores de Metro, porque la empresa pública no tenía un duro y hubiera sido un esfuerzo en vano tratar de sacarles lo que no tenían) y otros, peor(finalmente, Telefónica tuvo que pagar también una elevada cifra, bastante superior a la desembolsada por la ONCE). Por ello, en las negociaciones con el Gobierno, los ciegos señalaban la «bula» que tenía la Iglesia mientras acusaban al Ejecutivo (que pedía 128.000 millones de pesetas a la ONCE por asumir a sus trabajadores en el sistema público de pensiones) de tratarlos de forma desigual y abusiva a ellos. Gobierno y ONCE negociaron hasta la extenuación o, mejor dicho, hasta que se alcanzó la cifra que la organización estaba dispuesta a pagar: 64.000 millones de pesetas, exactamente la mitad de lo que le pedía el Gobierno con base a unos cálculos actuariales que decía tener, aunque nunca se los enseñó.
La operación de desembarco de la ONCE en la Seguridad Social concluyó finalmente en 1991. Pagó de entrada 25.000 millones de pesetas y contrajo una deuda por los 39.000 millones, por liquidar en años sucesivos a cambio del pago de un interés del 4% (cuando los tipos de interés de la época estaban entre el 14 y el 16%).
Probablemente, si la ONCE hubiese tenido más liquidez, el pago hubiese sido mayor, como ocurrió en el caso de Telefónica. De ahí que los ciegos anduviesen como locos por invertir sus "ahorrillos": siempre era más fácil dar un zarpazo a los títulos de deuda pública que tratar de liquidar una empresa o hacerse con sus participaciones para cobrarse un acuerdo con la Seguridad Social.