El joven arquitecto toledano Juan González Blanco (Toledo, 1997) ha sido reconocido con el Premio Félix Candela por su proyecto 'Queñual. Una escuela para la siembra del agua', una propuesta para la construcción de un colegio en el medio rural andino.
Este concurso de ideas internacional, dirigido a jóvenes arquitectos y convocado por el Instituto Español de Arquitectura con sede en México, se ha celebrado en 2023 bajo el lema 'Hombre del maíz'. La propuesta del egresado de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) ha sido una de las 597 presentadas. González Blanco ha competido con otras más de 2000 personas de toda Hispanoamérica, principalmente de México, Colombia, Chile, Argentina y Perú, Estados Unidos y Europa.
Un galardón ex aequo que supone una "gran satisfacción" para el premiado y que le ha permitido "plasmar mis ideas y enfrentarme al reto propuesto". "Ha sido una experiencia, un aprendizaje, y terminar llevándome el premio, un verdadero regalo y un punto importante en mi desarrollo profesional", explica el arquitecto a este periódico desde la ciudad alemana de Münster, lugar donde reside por trabajo.
La quinta edición del Premio Félix Candela planteaba "idear una escuela para el Hombre de Maíz, para formar al hombre que vuelve al campo, en algún lugar del territorio propio de esta planta ancestral". El ejercicio proponía reflexionar sobre la posibilidad de pensar en una forma de sociedad que no sea urbana, que además sea autónoma y radicalmente diferente de la ciudad, con una estructura económica, orden social, formas y apariencia propia o considerar el campo como el lugar de esta sociedad.
Un jurado presidido por Federico Soriano e integrado además por Javier Sáenz Guerra, Manuel Cervantes y Loreto Lyon, reunido en la planta de Bacardí (Tultitlán, México), diseñada por Mies van der Rohe y Félix Candela, resolvió premiar, entre otras, la propuesta de González Blanco. "Una escuela para la siembra del agua, Queñual... dibuja una red neuronal, pero que ahora es una red que en vez de sangre o de impulsos eléctricos, conduce agua", reza el acta.
"A partir de un bosque de queñuales, árboles mágicos que captan la humedad del medioambiente y filtran el agua al subsuelo, se regenera un gran talud, una gran montaña, un lugar elevado... La tradición grecorromana va pareja a la de los lugares andinos quechuas en su respeto a la naturaleza, aunque secunden caminos diferentes finalmente", prosigue.
El jurado señala además que la escuela se presenta, en su sección constructiva, "como una pieza con flexibilidad de secciones, adaptándose en su uso a las condiciones cambiantes del clima. El urbanita comparte con prudencia su saber con la inmensidad sin fin de una naturaleza indómita, que el hombre pretende respetar".
'Queñual. Una escuela para la siembra del agua'
Desde un principio González Blanco tuvo claro que "su escuela" debía ubicarse en un lugar vinculado al origen del maíz, "indudablemente ese lugar era Sudamérica". Conocimientos previos sobre la cultura inca le permitieron descubrir y ubicar su proyecto en el Pueblo Antiguo de Huaquis, una antigua población abandonada en plena cordillera de los Andes peruanos y reserva natural de Nor-Yauyos Cochas, cuna de este cereal.
En en el lugar, abandonado desde hace más de 100 años debido a la escasez de agua y las dificultades que acarreaba un terreno inclinado, aún permanece 'El gran maizal', un antiguo sistema de andenes preparado para el cultivo. "Allí encontré una oportunidad para insertar mi proyecto y devolver la ciudad al campo, devolver la ciudad a los pueblos, y crear un lugar que permitiera el aprendizaje de la agricultura, del paisaje, del territorio, de todo lo que nos rodea...".
Es ahí cuando entra en juego el queñual, un tipo de árbol andino que gracias a su robustez puede crecer en cotas altas. Esta planta milenaria posee una gran capacidad para captar la humedad del ambiente y de filtrar el agua al subsuelo, lo que la ha convertido en un bien muy preciado por los nativos.
La generación de un bosque de en la montaña serviría no solo para generar riqueza en el sustrato y alimentar el manantial, sino también de refugio, generando microclimas y protegiendo los cultivos del viento y los cambios bruscos de temperatura.
Asimismo, propone construir un sistema de , unos canales que recogerían el agua de lluvia y la redirigirían a pequeños reservorios a cielo abierto o qochas, que a su vez retendrían y filtrarían el agua al subsuelo. De esta forma, sería posible recuperar esta área de cultivos y conceder un uso asociado a la escuela.
Según la memoria del trabajo, la escuela de agricultores de agua "se concentra en rehabitar los espacios del pueblo" y dar una respuesta al problema de la escasez del agua, haciendo desaparecer los límites entre el paisaje y el aula.
En definitiva, el premiado ha tratado con su proyecto de "recuperar ese vínculo entre el hombre y la naturaleza, un lazo que nuestra sociedad ha ido perdiendo". Las consecuencias de ese desapego, materializadas en fenómenos como el cambio climático o las sequías, convierten espacios como el que se plantea en "una oportunidad para recuperar esa relación".