El hecho de que Mariano Rajoy sea el único de los principales candidatos que se muestra reticente a celebrar un debate electoral a cuatro en televisión dice poco en su favor como aspirante a revalidar la confianza de los ciudadanos.
Después de la enorme curiosidad suscitada por el cara a cara entre Albert Rivera y Pablo Iglesias en La Sexta, que se tradujo en unos resultados de audiencia históricos, había interés por conocer la disposición de los cuatro aspirantes con más posibilidades de alcanzar responsabilidades de gobierno de contrastar sus programas y opiniones. Todos menos Rajoy han recogido el guante.
La actitud cautelosa del líder del PP responde, sin duda, a cálculos electorales. En función de cómo transcurra la campaña y de lo que digan las encuestas decidirá si le conviene o no acudir al plató.
Es cierto que siempre ha sido así, que en estos debates televisivos han primado los intereses de los partidos antes que el de los ciudadanos. Pero hay un hartazgo general con las viejas formas de hacer política que es, precisamente, lo que ha dado un impulso a formaciones como Ciudadanos o Podemos.
Estábamos cansados de oír que los debates entre políticos no le interesan a la gente. A tenor del éxito del programa de Jordi Évole, más bien parecería que a los políticos no les ha interesado que haya debates de verdad. Cuando se han puesto dos candidatos a discutir sin papeles, sin cronómetro y sin preguntas pactadas, la respuesta ha sido extraordinaria: más de cinco millones de espectadores. Está claro que lo que no quieren los ciudadanos son debates encorsetados en los que cada uno hace su monólogo y se marcha.
Por lo pronto, lo que ha demostrado el cara a cara entre Rivera y Pablo Iglesias es que, en el nuevo escenario político español, ya no es posible limitar los debates electorales a los candidatos del PP y del PSOE: es necesrio incluir a los de las otras dos fuerzas que aspiran a ser gobierno. Lo deseable sería que se celebrasen al menos dos debates a cuatro antes del 20-D: uno más ordenado, y otro más espontáneo.
Si Rajoy está tan convencido como dice de que el balance que puede presentar a los españoles es excelente, debería de ser el primer interesado en defenderlo ante las cámaras de televisión. Pero es que ni siquiera debería de ser una cuestión de voluntad de los partidos el decidir si se acude o no a un debate. La esencia de la democracia es el contraste de propuestas y pareceres en el ágora, a la vista de todos. Frente a la potestad del político de decidir si acude o no a un debate, está el derecho del ciudadano a escuchar a quienes le piden el voto para representarle.