A cuatro días de ir a las urnas, la última foto de Pablo Iglesias es la de un hombre de 37 años ciertamente cansado pero satisfecho: en apenas año y medio de carrusel político y emocional está a punto de iniciar una nueva vida en la que las cosas sólo pueden irle de bien a mejor.
Su campaña ha sido buena, inteligente, y en ella no ha perdido de vista a Constantino Cavafis, el poeta de Alejandría que cita en su último libro publicado, Una nueva Transición: Materiales del año del cambio (Akal, diciembre 2015): “¿Qué esperamos congregados en el foro?/Es a los bárbaros que hoy llegan. Como en su poema, los bárbaros no existen. Los cambios, sí”.
Esto lo escribe Iglesias al tiempo que se refiere a su revista de cabecera, la New Left Review, que se compara, de pasada, con el héroe escocés William Wallace, y que anuncia lo que ha sido la savia de su campaña: “Vamos a seguir asaltando el cielo, sí, pero llamando al timbre”.
Lejos queda el chico de la coleta a la que muchos españoles conocieron sólo después de la gran sorpresa de mayo de 2014: en las europeas, Podemos tuvo el respaldo de 1,2 millones de españoles y se hizo con cinco eurodiputados. Este domingo, según la estimación de Kiko Llaneras, tendrá el apoyo de más del 17% de los electores.
Rajoy lo llevó al 'mainstream'
En términos políticos, esas cifras son puro mainstream, una palabra difícilmente traducible al español como la corriente principal o simplemente como la normalidad más absoluta del hombre de la calle. En ese lugar del sentido empezó a vivir Iglesias cuando Mariano Rajoy lo invitó a Moncloa en plena crisis catalana. El líder de Podemos le regaló unos libros de Antonio Machado, pero el obsequio del presidente del Gobierno fue aún mayor: una hermosa foto del bárbaro en el corazón del Estado, transformado ahora en sofá blanco. De eso hace solo seis semanas, y nos parece ya una eternidad.
En ese preciado mainstream continuó Iglesias durante los atentados de París, donde Rajoy se lo puso fácil con su atonía yihadista. Y ahí siguió, imparable, durante el debate a 4 (o 3+1) de Antena 3, donde fue el mejor. Este lunes por la noche, la guinda: el enfrentamiento Sánchez-Rajoy en el debate de la Academia de la Televisión le han dado licencia para ser invitado a cenar a casa del español medio sin que éste tema a que Iglesias se lleve la porcelana. Tanto él como Albert Rivera se esforzaron este lunes en dejar claro que su buena educación no les permite comportarse como lo hicieron los adalides del bipartidismo, a voces como una barra cualquiera de bar.
Un joven Felipe González
Sus contrincantes políticos se dan cuenta de que Iglesias tiene prisa por llegar: a veces recuerda que tiene ahora exactamente los mismos años que el rey Juan Carlos cuando éste llevó a cabo la Transición, su gran obra política.
Así se lo explican a los que desde fuera de España quieren asegurarse de que Iglesias no es el salvaje que va a poner en peligro la inversión extranjera. “Yo lo veo más como un joven Felipe González capaz de renunciar a lo que haga falta para llegar al poder”, señala un veterano observador de la vida política española. “Alguien capaz de meter en cintura a un PSOE famélico y de hacerse con el liderazgo de la izquierda española, civilizada y socialdemócrata, europea, felipista”.
Este domingo, el día D, es apenas el final de un camino que empezó en mayo de 2014. Con el asalto al Congreso comienza una nueva vida política que para muchos se antoja larga y fructífera.
Durante estas dos semanas de campaña, varios periodistas se han empotrado con Podemos para saltar de la mano de Iglesias por España. A fuerza de mirarlo, se han quedado con la imagen de un “eremita de la política” que siempre tiene a “la gente” en la cabeza. Cuando se apagan las luces, Iglesias es para ellos un chico “tímido”. Este domingo, en el multitudinario mitin de Caja Mágica en Madrid, llegó a llorar de la emoción. Para algunos, ése fue el momento en que el bárbaro terminó de conquistar a la gente normal.