El debate de este lunes fue durísimo. Especialmente para Manuel Campo Vidal, fuera de sitio desde que tuvo que agarrar un paraguas para salir a recibir a los candidatos, en la primera noche de lluvia en Madrid en mes y medio. Se rompía una pequeña rutina local justo en el momento en que él salía de su madriguera después de cuatro años, y eso debía haberle advertido de lo que se le venía encima. Peligro para su eterna condición de casco azul de las elecciones generales.
Sin embargo, al regresar al plató todo parecía seguir en su sitio: el de su primera vez. Los tonos apagados, posiciones como en la lejanía. Obligó a los candidatos a darse la mano una y otra vez hasta que los fotógrafos amenazaron con irse, y luego se entretuvo en una introducción que parecía que iba a explicar cómo era que podíamos estar viéndole en casa encontrándose él en otro lugar. “Buenas noches, España. Buenas noches, Europa. Buenas tardes, América”. ¿Se me oye?, le faltó decir. Era todo tan nuevo que estuvo a punto de explicar en qué consistía la democracia, que daba la impresión que íbamos a estrenar. Si no llega a ser por Twitter, me habría emocionado con el momento histórico.
Aquel salto al pasado del Franco recién muerto adormeció a Sánchez, que consumió su primer turno en vaguedades, como si tuviera toda la Transición por delante. Rajoy, que estaba en el ajo, se lanzó enseguida a la creación de empleo, lo que devolvió a Sánchez al presente, pese al decorado: “Bárcenas. Rato”, soltó como para despabilarse. Campo Vidal empezó a notar vibraciones preocupantes incluso antes que el presidente del Gobierno. “Tiempo para Mariano Rajoy”, repitió un par de veces como para despertar al candidato popular.
Pero lo complicado le llegó después de la publicidad. Sánchez le dijo a Rajoy que no era un político decente, y éste explotó: “Hasta aquí hemos llegado”. Durante unos instantes se dudó de si iba a levantarse y dejar ese debate como los anteriores, o algo peor. Y escogió quedarse: “Ruin, mezquino, miserable”, respondió. Claramente, ni él ni Campo Vidal habían ido allí a eso. El moderador de vez en cuando sacaba papeles con presuntas inquietudes de directores de periódicos, como el lugar de España en el mundo. Pero Sánchez había ido a otra cosa.
Insistía, y Campo Vidal ya no se lo estaba pasando bien: “Hay otras preocupaciones”, intentó. Resultó que Sánchez sabía que la segunda era precisamente la corrupción. Lo cierto es que no se había visto en un debate un ensañamiento de golpes así a un presidente, pero tampoco se había visto un candidato con los SMS a Bárcenas, su nombre en los papeles de sobres, la sede del partido reformada con dinero negro. “Hablemos de Cataluña”, suplicó Campo Vidal. En algún vídeo aparece alargando su mano hacia el candidato socialista, no queda claro si para detenerlo o para que se la apriete fuerte. “Habrá tiempo”, intentó. Dentro de cuatro años, sí, aunque puede que para ninguno de los tres.