Pedro Sánchez, el francotirador que dispara sonrisas
La fotógrafa Lupe de la Vallina sigue a Pedro Sánchez durante sendos paseos por las calles de Madrid y se acerca a la labor de los voluntarios del PSOE en Ferraz, la sede del partido.
20 diciembre, 2015 01:37Noticias relacionadas
Quizás a ustedes también les pase: cuando me están dando los últimos regalos en la fiesta de cumpleaños me empieza a doler la cara. ¿Conocen esa sensación? Después de sonreír demasiado durante varias horas, se resienten los músculos de las mejillas.
A Pedro, en Callao, parece dolerle la cara. Cada poco rato, mientras coge aire entre saludos, se le congela el gesto, mostrando un rictus despiadado. Sólo unos segundos. Yo creo que simplemente intenta relajar los carrillos de un calambre. Después sonríe de nuevo y anima “¡venga!”, sospecho que a sí mismo.
Sus baños de masas son una maratón de seducción masiva. Sonrisa confiada, mirada penetrante y voz grave pero suavizada que llama a la revolución de las camisas planchadas. Es molesto lo guapo que se sabe, es fácil imaginárselo buscando su cámara también en la intimidad. Entran ganas de quitarle el peine y no dejarle afeitarse en un par de semanas. Pero las señoras le jalean “¡guapo!”, le dan besos y le agarran de la cintura; quizás sean ellas el nicho de votantes por el que Pedro no puede despeinarse.
Entre la masa asfixiante, un señor con edad de haberse jubilado se acerca al candidato lo suficiente como para susurrarle algo al oído durante un par de minutos. Pedro parece, por primera vez, completamente presente. Le mira, agarrando su hombro y asiente, grave, antes de ser de nuevo engullido por la masa alegre que le pide selfies. La masa es agobiante pero es gente, y la gente vota, y Pedro va contabilizando mentalmente votos mientras agarra sus móviles, y parece elegir personalmente el filtro de Instagram que más le favorece.
Los voluntarios le prefieren, aunque muchos no le eligieron cuando se batió con Madina y Pérez Tapias. Dicen que ha abierto más el partido a los militantes y ahora pueden hacer oír su voz. Les pregunto sus motivos para pasar horas en el enmoquetado sótano de Ferraz, haciendo llamadas a puerta fría pidiendo el voto para Pedro.
Comparten razones mientras desgranan los problemas de una tenebrosa España actual, con ritmo de argumentario. Sólo uno de ellos tiene un motivo original: aprender las estrategias de campaña en Europa después de trabajar apoyando a los demócratas en EEUU, para luego colaborar en la fundación de un nuevo partido en República Dominicana. Pero no tenemos tiempo de profundizar en su historia porque nos piden callar, molestamos al resto de llamadas.
Varios días después vuelvo a fotografiar a Pedro por la calle, sonriendo a ritmo olímpico, haciéndose selfies en el Woman’s Secret y acariciando perrazos a falta de bebés en el recorrido por el centro. Consuela, abraza y trata a cada militante como su mejor amigo, mientras en el ambiente faltan entusiasmo o la certeza de una victoria inevitable. Me reconoce del anterior paseo con los medios y me guiña un ojo a modo de saludo, luchando por cada voto como un francotirador.