Las panaderías están abiertas las 24 horas para conocer la intención de voto de tu barrio. El pan nunca cierra. José lleva al otro lado del mostrador 40 años. De autónomo. Cuando quiera retirarse le quedará una pensión que apenas superará los 600 euros. El pelotazo inmobiliario hinchó Vallecas, su barrio, de obreros que pasaban a diario por su tienda para comprar el bocadillo. Cuando ya no hubo más dinero para seguir ensanchando el extrarradio de Madrid y los obreros se marcharon a hacer crecer el paro, José se quedó a solas con su clientela tradicional. Sin ladrillo, no hay pan.
Esta mañana, de camino a la Junta de Municipal, han entrado antes de ir a votar cuatro ancianos a por una barra, un inmigrante a comprar harina y dos extoxicómanos. “No voy a votar. No sé dónde estoy empadronado”, dice uno de ellos que guarda el pan, las cuatro latas de cocacola y los dos pepitos de crema en una bolsa de plástico. Desde la calle le hace un gesto al panadero. Que se lo apunte. “Este chico y su pareja no tienen trabajo, sólo cobran el remi”, dice José refiriéndose a la Renta Mínima de Inserción (RMI).
El barrio quería un cambio. Izquierda Unida no terminaba de arraigar entre las mayorías. Podemos es un partido que quiere gobernar
Antes, Vallecas era conocida en Madrid como la pequeña Rusia, cuando el califa gobernaba los idus de Izquierda Unida. “Entonces se marchó Julio Anguita y perdimos al líder que necesitábamos. Ahora votaré a Ciudadanos, si voto”, reconoce. Una mujer pasa por la calle, unos sesenta, labios rojos, pañuelo morado anudado al cuello. Lo acaba de hacer. Está contenta. La fiesta de la democracia es un coito interrumpido que gozamos con la intensidad de la escasez. Que hay ganas, vamos.
“Sobre todo entre los jóvenes, nosotros ya no nos creemos nada. Me he desilusionado mucho, eso lo hace la edad. A ver, que la izquierda ayuda más a quien más lo necesita, sí. Pero sólo veo dos opciones: el coletas o el chaval Rivera. Están limpios porque no han podido trincar todavía. Si sale uno bueno, lo ponen a dirigir el tráfico”, sigue el panadero.
El barrio está ahogado en desempleo: el registrado en el casco histórico es del 17,9% y en la zona de Puente Vallecas sube al 21,7%. El distrito es imbatible en Madrid en personas sin trabajo. El precio medio del alquiler es de 718 euros al mes. La pequeña Rusia pasó a ser la pequeña socialista y de ahí a la pequeña podemita. En las elecciones municipales de mayo, el partido de Pablo Iglesias reventó las urnas en su propio barrio y logró en el distrito casi el 30% del voto.
Vallecas es la morada de Podemos. “El barrio quería un cambio. Izquierda Unida no terminaba de arraigar entre las mayorías. Podemos es un partido que quiere gobernar, tiene la ambición de las mayorías. Y el PSOE ha perdido el contacto con la calle”, dice un hombre que acaba de votar y que reconoce que lo que menos le convence de Podemos es el candidato. Lo que más le gusta es el giro al centro que ha dado en campaña. Prefiere no darnos su nombre, pero nació en Santo Domingo (República Dominicana). Era el único inmigrante en clase hace treinta años. Antes vivió en Embajadores, el segundo punto caliente del partido de Iglesias en la ciudad.
Antes de que llegue el mediodía, pase la tarde y se presente la noche con los resultados, antes de que la participación muera a manos del escrutinio, la Junta de Vallecas es un hormiguero. Camisetas rojas con la cara del Che, ancianos sofocados que escalan los peldaños que llevan a la planta donde está su mesa, inmigrantes, zapatillas y chándal. Si el bipartidismo dependiera de las urnas de este centro, España dejaría de ser binaria este lunes. Ya, sin remedio. Aquí se vota por el cambio, por la primera ruptura más que por una segunda transición: los perdedores de la crisis votan en Vallecas.
En la fila, Antonio -no es su verdadero nombre- espera su turno. Acaba de llegar de Berlín, donde vive y trabaja desde hace siete años. Sus padres han vivido siempre en el barrio, está cansado de la vieja política porque ya no es capaz de ofrecer cambios. Se siente más identificado con las movilizaciones del 15M, con el contacto de la calle. “Es difícil creer en todo a estas alturas”, cuenta quien es algo parecido a un ilusionado escéptico. Le acompañan una amiga y un amigo, que ha vuelto a votar después de muchos años: “Es como echar una moneda en la tragaperras. A ver si hay suerte...”
Ilusionados con cuidado
El modelo de gobernabilidad que ha presidido desde la transición está abocado al ocaso. La alternancia acabó y la fragilidad obligará a los cuatro partidos con más voz a entenderse a la fuerza. A mayor alegría en la calle, mayor inestabilidad en el Congreso. El voto útil se ha cuarteado; en las últimas elecciones municipales, Ciudadanos arañó en el barrio de Fuencarral sus mejores datos, con un 14%.
El colegio público bilingüe está abarrotado. Las seis mesas no dan abasto. Achican votos y votantes como pueden. Las familias llegan con sus hijos y salen disparados al coche. Han dejado el Audi en segunda fila, pero hoy es fiesta. A nadie le cuesta hablar de política: posicionarse, significarse no es un problema. No hay estigmas, porque el voto es una responsabilidad. La calle no está tan tensa como los platós de televisión o el TL de Twitter.
Es la primera vez que he cambiado el voto en mi vida, dice, tiene cincuenta y tantos y está harto de la corrupción. Su mujer no ha querido traicionar al PP con Ciudadanos
Estamos en un barrio de reciente construcción, apenas diez años de vida, los bloques de ladrillo visto han desaparecido. Las urbanizaciones tienen piscina, un parque rodea el colegio y las calles están tiradas a escuadra y cartabón. Los escasos bajos comerciales del barrio son bares y restaurantes. Cuesta encontrar una panadería. La barra está 30 céntimos más cara que en Vallecas. El paro es del 10,7% y el precio medio del alquiler supera los 1.200 euros al mes. Es otra dimensión, pero se vota por lo mismo: el final de la vieja política.
Los vecinos también quieren un escarmiento, un castigo que sea algo más que la advertencia. “Es la primera vez que he cambiado el voto en mi vida”, dice uno de ellos. Tiene cincuenta y tantos y está harto de la corrupción. Su mujer no ha querido traicionar al PP con Ciudadanos. “He roto el voto útil después de muchos años, pero no podemos consentir tanta corrupción. Hay que dar un voto de confianza a los nuevos”, reconoce. ¿Y tranquilo? “Ahora vamos a comernos un cordero”, dicen entre risas.
No se ven ancianos. Tampoco inmigrantes. El colegio está decorado como un gran Belén. Las columnas se han transformado en enormes palmeras de cartón y cientos de personas apañan sus papeletas en los sobres antes del vermú. “Es una forma de renovar la derecha caduca”, cuenta una pareja joven, treinta años, que vive aquí desde hace cuatro años. Y están quemados con el PP. Han encontrado en Ciudadanos la mejor opción sin tener que renunciar a sus ideas. “Lo que más me dolería sería que pactaran con el PP”. ¿Y con el PSOE? Sonríe, no le parece tan malo.
No les perdono que no hayan cumplido con sus promesas. El PP me ha dejado sin confianza. Ha roto con su compromiso de bajar impuestos y con la Ley del aborto
Votar ya no es un asunto en blanco y negro, ahora los grises son decisivos en el paisaje democrático. El resultado tendrá que conciliar varios ejes, el de la izquierda-derecha y el de la vieja política-nueva política. Los que regeneran tendrán que pactar con los agotados sin olvidar por qué han conseguido votos: la regeneración que piden los votantes no debería quedarse en la renovación de las élites dirigentes.
“No les perdono que no hayan cumplido con sus promesas. El PP me ha dejado sin confianza. Ha roto con su compromiso de bajar impuestos y con la Ley del aborto”, explica este padre que ha llegado con sus cuatro hijas vestidas de azul. Valoran de Albert Rivera que se ha pegado durante años contra el nacionalismo catalán y es hora de reconocérselo. “Me conformo con poco: si no apoya de manera directa al PP, al menos que haga posible una situación gobernable. Con eso me bastaría”, añade.
En la campaña de 2015 se anunció la muerte de un sistema dominado a dos bandas y se lanzaron el doble de promesas. Al final, 109 escaños para los nuevos; 213 para los viejos. Los ciudadanos cumplieron con su responsabilidad, han hablado y piden diálogo a cuatro bandas.