El debate a cuatro -mujeres- de Antena 3 confirmó las peores expectativas sobre igualdad de género en versión careos electorales. También que la campaña en curso transcurrirá entre el sopor y la confrontación sin solución de continuidad.
Nadie iba a invocar el espíritu melifluo y pelín pelota del tal Tío Cuco, vapuleado con ardor guerrero en ese arranque de campaña bis que enfrentó a Pablo Iglesias y Albert Rivera por mediación de Jordi Évole en La Sexta el domingo. Pero tampoco era de esperar que Carolina Bescansa (Unidos Podemos), Margarita Robles (PSOE), Inés Arrimadas (Ciudadanos) y Andrea Levy (PP) llegaran a besar el barro en el que días atrás se habían enzarzado sus jefes de filas.
El debate televisado lo ganaron Carolina Bescansa e Inés Arrimadas por convicción, por preparación y porque están ya bregadas en estas lides. El debate real, el que se refleja en las redes sociales con profusión de zascas, memes y emoticonos, lo conquistaron Margarita Robles, con un lapsus de trending topic -"El PSOE no ha ayudado, no colaborado con los jueces [contra la corrupción]"- y Andrea Levy, tan falta de Sumial y de experiencia, la pobre, que no dudó en tragarse el caramelo envenenado que le ofreció Arrimadas: “Yo te conozco y sé que a ti no te ha gustado que Rita Barberá vaya en vuestras listas”… y Levy asentía.
La candidata de Podemos, que abrió la ronda, combinó el cuajo con la demagogia y un tono profesora muy del gusto de la caja tonta. Además, en plena refriega, hizo de institutriz y conminó a sus rivales a relajar el tono: un modo sibilino de decir aquello de “no te pongas nervioso”, que es la cachiporra con la que Iglesias saca de quicio al más plantado; difícil que le funcione con Rajoy. Su punto fuerte, el modo en que combinó los arrebatos de indignación por la corrupción y otros desafueros y el tono piadoso con el que se refería a los paganos de una crisis inoculada por los poderosos.
El fichaje estrella de Pedro Sánchez ha dejado claro que está más que lista para Mongolia. Resultó antipática, agresiva, y marisabidilla. Uno diría que le sobran oposiciones y le falta calle, así que habrá que aguardar a que se le pase el efecto toga y se empape un poco de la mezcla de falsa simpatía y condescendencia tan al uso de la política. Cuando equivocó a PP por PSOE y dijo que su partido no había hecho nada contra la corrupción, uno se imaginaba a Pedro Sánchez llorando y a Felipe González, Barrionuevo y Vera riendo en la intimidad del salón comedor.
Inés Arrimadas volvió a demostrar que tiene madera de líder. Es serena, convincente, no se altera y no pierde los papeles a no ser que el rival o la rival de turno meta la pata como lo hizo Robles: la pobre se tapaba la cara para no reírse. La posibilidad de que la polarización de la campaña acabe convirtiendo el viaje de Ciudadanos en un sueño corto pierde fuelle con exposiciones y convicciones como las que exhibió la dirigente catalana.
Andrea Levy no es Soraya Sáenz de Santamaría y se nota. Tampoco es Dolores de Cospedal y ni falta que le hace. El PP optó por una candidata menos esquilmada por el trasiego de escándalos en los boletines, más acorde con el celofán de la nueva política, y falló el tiro porque un debate en televisión no es una capea para cumpleaños y despedidas de soltero. Llevaba aprendida la lección, pero cualquiera diría que no se la creía: discurso de madera, rígida, estupefacta a veces. Estos costurones son buenos para ir cogiéndose. Sigue siendo la imagen más amable de la derecha avara: esa que por no dar juego a las nuevas hornadas se juega el todo o la nada a que los electores vayan a votar con una pinza en la nariz.
El debate a cuatro -candidatas- fue principalmente aburrido, a veces bronco y en ocasiones desternillante. Podemos sigue llevando la batuta de unos comicios en los que se cree ganador, jugando a la segunda plaza. Ciudadanos demostró que tiene aún mucha batalla que dar. El PSOE necesita demasiadas cosas que no caben en una frase. El PP juega a que pierdan el resto… o no.