“Sonríe que estás muy seria”, “Mejor lo hago yo” o “Y tú, ¿todavía no tienes novio?”. Es posible que, como hombre [o como mujer], hayas pronunciado estas frases en algún contexto. Y, por supuesto, de manera inocente. Sin embargo, desde el activismo feminista se ha señalado con el dedo al subtexto que esconden, que no serían más que la expresión verbalizada de los micromachismos.
Recientemente, este concepto fue incluido en el Diccionario de la lengua española (DLE) de la Real Academia Española (RAE), y se definió como "una forma de machismo que se manifiesta en pequeños actos, gestos o expresiones habitualmente inconscientes”. Los micromachismos ya había sido definido en 2018 por la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) pero sin caracterizarlos como actitudes inconscientes.
Si bien pueden reproducirse desde la inconsciencia, no significa que siempre sea así. El filósofo y psicoterapeuta Luis Bonino Méndez, que fue quien popularizó la palabra, señaló en el artículo Micromachismos: la violencia invisible en la pareja, que "algunos micromachismos son conscientes y otros se realizan con la 'inocencia' del hábito inconsciente".
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Y la razón por la cual se reproducen, según Bonino, tendría que ver con el deseo del hombre de intentar instalarse en una situación favorable de poder, reafirmando su identidad masculina y satisfacer deseos de dominio y de ser objeto de atención exclusivo de la mujer.
Nueve pecados micromachistas
Algunos gestos cotidianos resultan menos inofensivos que otros, e incluso se podrían categorizar como formas flagrantes de machismo agresivo. Feminista Ilustrada, elaboró una lista exhaustiva a base de ejemplos que las mujeres viven en su día a día.
Siguiendo su ejemplo y lejos de reproducir el curso de deconstrucción masculina que se ve en la serie española Machos Alfa, desde ENCLAVE ODS realizamos una lista con 9 pecados inconscientes que pueden interpretarse como micromachismos que conviene evitar:
- En un encuentro, saludar con dos besos a las mujeres y dar la mano a los hombres. En su lugar, se debe optar por una única forma de saludo para todas las personas, independientemente de su género.
- En restaurantes, dar la cuenta [sin preguntar] al hombre. Para ser considerado y profesional, hay que dejar la cuenta sobre la mesa.
- Insistir después de que una mujer se niegue a que le cedas el paso. Si lo has hecho, simplemente piensa qué harías si hubiera sido un hombre. Lo más probable es que no habrías insistido.
- Utilizar vocativos condescendientes como “guapa”, “preciosa”, “cielo” o “cariño”. Esto, más que un halago, podría interpretarse como una forma de empequeñecer o cosificar a las mujeres. De la misma forma, hay que evitar comentarios con el mismo efecto, como: “Así no se comporta una señorita”.
- Ligar enviando mensajes fuera de tono. Respeta tu dignidad y la de la persona a la cual te diriges. E incluso en el 'sexteo' NUNCA se te ocurra enviar una fotopene excepto si lo piden expresamente.
- Explicar algo a una mujer, interrumpiéndole de una manera condescendiente o paternalista. Esto es lo que se conoce como mansplaining. Respeta los turnos, y si tienes algo que añadir, hazlo después. Lo mismo sucede si una mujer está realizando alguna acción: no interrumpas y espera que pida asistencia.
- Servir las bebidas 'fuertes' al hombre y las 'suaves' a las mujeres. Respeta la comanda, si no estás seguro de quién pidió cada bebida, déjalas a un lado y que cada uno coja lo suyo.
- Llamar por su nombre de pila a la mujer y por su apellido al hombre. No es necesario explicar por qué esto está mal.
- En el transporte público, evitar ocupar más espacio del que corresponde con las piernas. Esto es lo que se conoce como despatarre masculino o manspreading.
Cortesía o micromachismo
La ilustradora y divulgadora feminista María Murnau, más conocida en redes sociales como FeministaIlustrada, advirtió hace unos meses en una de sus publicaciones sobre esta forma de microagresiones. En el vídeo caricaturizaba formas de micromachismos cotidianos en la comunicación no verbal.
Los ejemplos que ilustra Murnau en el vídeo se pueden interpretar como formas muy agresivas de micromachismo. Hay otras, como ceder el asiento a una mujer en el trasporte público, que son más ambiguas. Este tipo de acciones podrían considerarse muestras de amabilidad o cortesía. “En los dos casos entran en juego sentimientos y susceptibilidades”, señala Carlos J. Redondo, editor de la revista Protocolo.org.
“El machismo tiene mucho que ver con la supuesta 'superioridad' del hombre con respecto a la mujer, mientras que la cortesía está definida por una serie de gestos de consideración, aprecio y respeto que se hacen a otras personas, sin tener en cuenta su género”, explica.
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La diferencia está en la intencionalidad del que realiza la acción y en la impresión del sujeto receptor. Esto, según Redondo, es difícil de discernir. “El conflicto suele surgir cuando algunos gestos de cortesía son utilizados de forma machista o sexista”, añade.
Para minimizar el riesgo, el especialista en protocolo aconseja analizar con detalle “en su momento y contexto” si el gesto tiene una actitud discriminatoria o dominante para la mujer. Porque lo que para algunas mujeres puede resultar ofensivo o discriminatorio, para otras no lo es.
La caballerosidad, a debate
Hay gestos machistas disfrazados de cortesía y otros que pretenden evocar caballerosidad. Los modales del caballero, como señala Redondo, son comportamientos que están en entredicho. Haciendo referencia a un estudio de la Universidad de Montevideo, el especialista en protocolo admite que esta manera de comportarse como un caballero “puede denotar un fenómeno cultural relacionado con los roles de género tradicionales”.
Por eso, lo mejor que se puede hacer para evitar los micromachismos es, como cualquier otro gesto que a priori se considera ofensivo o descortés es, según Redondo, “seguir lo que nos dicte la prudencia y el sentido común”.
O lo que es lo mismo, andar con pies de plomo, advirtiendo en todo momento si estamos con una persona cercana, una compañera de trabajo, una conocida o una persona que vemos por primera vez. "Cada persona tiene sus propias sensibilidades y actitudes subyacentes que determinan de forma importante su comportamiento", concluye Redondo.