En un mundo cada vez más afectado por el cambio climático, como consecuencia del cambio de las temperaturas y el deshielo de los polos, es necesario abordar las desigualdades que ello conlleva y promover la justicia climática. El cambio climático afecta a toda la humanidad por igual, con independencia del nivel de contribución a su desarrollo.
Es conocido y evidente que en las grandes ciudades de cualquier país tiene lugar un mayor porcentaje de emisiones de gases de efecto invernadero que en pequeñas localidades o zonas rurales, siendo la principal fuente de emisiones el transporte. En el día a día de una gran ciudad son miles los vehículos que circulan, a diferencia de una localidad pequeña que el porcentaje de vehículos disminuye considerablemente en proporción a sus habitantes.
En muchas ocasiones la alta circulación de coches, autobuses, camiones, aviones, embarcaciones en las grandes ciudades se debe a motivos laborales y logísticos, siendo muchos ciudadanos los que se desplazan a ciudades colindantes a su localidad.
Otro de los factores que impulsan el cambio climático es el consumo excesivo, cuyo principal responsable es el ser humano. El constante consumo en nuestras vidas diarias, ya sea para el hogar, el uso de energía, el transporte, el consumo de bienes como ropa, alimentos o productos electrónicos, incrementa significativamente la emisión de gases con efecto invernadero.
Así bien, se puede llegar a la conclusión que la población con mayores recursos económicos es la que tiene mayor capacidad para llevar a cabo estos actos en su vida cotidiana, lo que conlleva una mayor huella de carbono, que aquellas personas cuyo patrimonio es limitado o inexistente.
No obstante, es más evidente la diferencia cuando comparas un país desarrollado con un país en desarrollo, en el que disminuye considerablemente la concentración de CO₂ en la atmósfera, como consecuencia de la limitada generación de energía que producen en dichos países por falta de medios. Por lo que la emisión de gases como consecuencia de los combustibles fósiles en estos países tiene un efecto inferior a diferencia de países desarrollados.
Esto nos lleva a hablar de la justicia climática como sistema para dar solución a estas diferencias, puesto que los países menos industrializados se están viendo afectados por las consecuencias del cambio climático, no habiendo sido los principales responsables del problema. Por lo que, consecuentemente, el cambio climático conlleva también el incremento de las desigualdades en la sociedad.
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El concepto de justicia climática tiene como objetivo alcanzar un equilibrio entre aquellos países industrializados que generan un alto porcentaje de emisión de gases de efecto invernadero y aquellos países menos industrializados que son los más vulnerables al cambio climático.
Son precisamente los países menos industrializados los que se ven afectados desproporcionadamente por las extremas condiciones meteorológicas derivadas del cambio climático, llegando a causar el desplazamiento masivo de personas por desastres devastadores. Una de las situaciones que lo provocan es el aumento del nivel del mar.
Para combatir esta injusticia climática, la Asamblea General de las Naciones Unidas en el año 2015 adoptó los Objetivos de Desarrollos Sostenibles (ODS) para combatir estas desigualdades y proteger el planeta, estableciendo un plan de acción en favor de la prosperidad de las personas y el planeta.
El Papa Francisco citó en la encíclica Laudato si' sobre el medio ambiente, publicada en el año 2015, que “debemos recuperar la convicción de que nos necesitamos el uno al otro, que tenemos una responsabilidad compartida con los otros y con el mundo, y que ser bueno y honrado vale la pena”. Y de esta manera, ratificaba la necesidad de una colaboración global de toda la humanidad y anhelaba una responsabilidad compartida para lograr un planeta sostenible e igual para todos.
***Rosa Sanz García es responsable de ESG y Compliance en Grupo Corporativo Arrate y socia young en Women in a Legal World.