"Los bosques han escrito todos los libros". Pero no solo porque aportan el papel en el que se imprimen: también son -y tradicionalmente han sido- fuente de inspiración y de vida. Al menos, así los entiende (y siente) el naturalista y escritor Joaquín Araújo.
Sus palabras traslucen la verdadera importancia de unas masas forestales que, año tras año, son devoradas por las llamas. Incendios que, como recuerda la oenegé ecologista WWF en su informe Paisaje cortafuegos, a pesar de ser menos numerosos que hace dos décadas -en la última han caído un 34% respecto a la anterior-, son cada vez más voraces y descontrolados.
Lourdes Hernández, coordinadora de lucha contra incendios de WWF en España, alerta de que, aunque sean menos en número, solo en nuestro país se siguen produciendo al menos 1.200 siniestros anuales. Si las buenas noticias son su reducción en número y hectáreas afectadas, la parte negativa, según la experta, residiría en que "cada vez hay un mayor riesgo de que se produzcan incendios extremadamente graves".
Es decir, esos que se "escapan de los dispositivos de extinción" y pierden el control. Y ya no importa si se trata del Mediterráneo, de la costa californiana o Rusia, el patrón es el mismo: una chispa provoca una llamarada que, en pocas horas, se torna incontrolable y calcina todo a su paso.
En esta situación descontrolada -comúnmente conocida como megaincendios- hay dos factores que juegan un papel clave. El primero, explica Hernández, "serían las condiciones extremas debidas al cambio climático": cada vez hay menos precipitaciones -y las que hay se concentran en periodos cortos de tiempo- y más sequías prolongadas.
El segundo, el abandono del territorio. Este, según Eduard Plana, uno de los fundadores de la Fundación Pau Costa y responsable del área de política forestal y gobernanza del riesgo en el Centro de Ciencia y Tecnología Forestal de Cataluña, en muchos paisajes mediterráneos -como es el caso de España-, tiene que ver con que, "por una serie de procesos socioeconómicos globales, los montes que arden se hayan quedado al margen de la gestión forestal o ganadera". A lo que Hernández apunta: "Cada vez tenemos menos usos, menos aprovechamientos de los montes y, por tanto, tenemos más combustible dispuesto para arder".
Los expertos advierten: en estas condiciones, una vez que salta la chispa, hay más probabilidad de que los dispositivos de extinción no puedan apagar el incendio en una fase temprana. Y cuando eso ocurre, como este verano en Ávila o Tarragona, por ejemplo, las llamas no solo ponen en peligro las viviendas cercanas y a sus habitantes o el modo de subsistencia de agricultores y ganaderos.
La biodiversidad autóctona también se ve amenazada. Y, como recuerda Araújo, incluso "la vida en su conjunto" peligra ante las llamas. Porque, asegura, los bosques nos acogen y nos brindan lo esencial para nuestra vida. Y es que, como reconoce el naturalista, "somos dependientes de ellos, incluso emanamos de ellos".
Por desgracia, lamenta Araújo, el ser humano ha olvidado que los árboles son más que madera: son nuestro primer hogar. Y más allá de sus valores naturales o ambientales, también proporcionan otros más abstractos del ser humano: "nuestras creencias, nuestra inspiración, nuestro arte y nuestra cultura provienen de los bosques", recuerda. Al olvidar eso "olvidamos la importancia de la vida, de los paisajes e, incluso, de los ciclos naturales", indica Araújo. Y llegan los incendios.
"En este planeta no hay dos situaciones más alejadas entre sí que las que se dan en el mismo punto cuando un bosque vivo se convierte en bosque quemado", explica el naturalista. Ambas, a pesar de encontrarse en la misma ubicación física, se separan por distancias cósmicas: un lugar lleno de "vivacidad, belleza, oportunidades, salud, antídotos y vida, de repente, se convierte en pavesas".
Una ausencia de vida absoluta que no solo acaba con la madera, sino con "ciclos, procesos y comunidades vivas extraordinarias", explica el naturalista. Y ejemplifica la rica biodiversidad de los suelos forestales: "Una cuchara de café de suelo fértil de un bosque sano cuenta con más organismos vivos que toda la humanidad en su conjunto". Al arder, desaparece, junto al refugio de vida que aporta.
La ¿sencilla? solución
En todo su esplendor, bien cuidados y gestionados, los bosques y los montes son todo lo que explica Araújo y mucho más. Porque, como dice Hernández, "un territorio vivo y diverso es rentable, y no arde". Menos incendios descontrolados significan más diversidad biológica y más salud tanto para los seres humanos y otras especies como para el planeta.
En España tenemos la capacidad, técnica y humana, para minimizar los incendios y sus impactos al alcance de nuestras manos. Pero "hace falta una voluntad política que deje de darle la espalda al medio rural y forestal", reclama Hernández. Y añade: "Se necesita invertir más en gestión forestal, pero sobre todo en desarrollo rural", porque la gente de los pueblos son los grandes protectores de los bosques en nuestro país
Generar empleo para frenar el éxodo rural es clave para Hernández. Especialmente si este se crea a través del sector primario extensivo, sostenible y respetuoso con su entorno natural. Por eso, la experta pone sobre la mesa la necesidad de un escenario de fiscalidad favorable para el aprovechamiento de nuestros montes para que, así, "no se sigan abandonando actividades tan vinculadas a nuestra cultura y a nuestro territorio como la ganadería o agricultura extensivas".
Revitalizar pueblos, repoblar la España vaciada, fomentar la biodiversidad, generar empleo y generar vida son herramientas, según Hernández, "para convivir con los incendios y evitar que continúen suponiendo emergencias sociales". Devolverlos así a su medio natural: ese que forma parte de la cultura mediterránea, que usa el fuego para revitalizar la tierra, tal y como se ha hecho durante siglos, de manera controlada.
Pero no solo eso, Plana también apuesta por involucrar a las empresas privadas, especialmente al turismo, en las labores de prevención. Porque, como explica, "mientras tengamos estos paisajes tan sumamente vulnerables a las llamas -y, por lo tanto, peligrosos-, las actividades económicas del territorio pueden ser clave para ayudar a prevenir el impacto de esos incendios".
Por beneficio propio, al igual que ya lo hacen muchos ganaderos o agricultores, otros sectores pueden contribuir a construir paisajes más resilientes, y seguir los pasos, así, que marca la propia Ley de Cambio Climático española cuando insta a los actores económicos a estar preparados y adaptarse a los efectos de la crisis climática. Para Plana, es imperativo que el sector turístico asuma que "hay una cierta intensidad y presencia de incendios en España que son resultado del cambio climático" para intervenir y hacer frente a esa nueva realidad.
"Son un actor económico que se beneficia de los esfuerzos públicos para hacer prevención y ahora más que nunca es necesario conectar a esos que se benefician de la prevención con los que la proporcionan", explica este ingeniero de montes. Pero, para ello, es necesario dotar de herramientas para que los técnicos forestales puedan ayudar a las empresas a cerrar ese círculo de los incendios, minimizándolos al máximo. Porque, a fin de cuentas, es beneficiosos (económicamente) tanto para el empresario como para el resto de la ciudadanía
Tal vez aún estemos a tiempo de darle la vuelta a esa máxima de François-René de Chateubriand que reza "los bosques preceden a las civilizaciones y los desiertos las siguen". Intentar que las masas forestales sigan aquí cuando la nuestra caiga es un reto, sí, pero también esencial para el futuro del medio rural y el nuestro propio en este planeta. Así, como escribe Joaquín Araújo en Los árboles te enseñarán a ver el bosque (Crítica), cuando no estemos descansaremos "con los que descansan en paz dejando generadores de serenidad sobre nuestros últimos restos".