Ángel Expósito (Madrid, 1964) tiene un grupo de WhatsApp con su equipo con el nombre Boinas verdes. La metamorfosis de su programa -La Linterna- ocurrió en Bagdad, a orillas de un palacio bombardeado durante la última guerra de Irak. El teniente coronel español que protegió aquella noche de radio dijo al terminar: “Qué precisión, qué control del tiempo. Sois como nosotros, boinas verdes".
En esta entrevista no va a haber ni rastro de la casa de los líos en la que se ha convertido el Congreso de los Diputados. Tampoco se hablará de desafíos independentistas ni de la renovación de órganos constitucionales. Esta charla vencerá el empacho y transcurrirá muy lejos; por lugares adonde sólo se puede llegar en avión y el mundo es oscuro.
Venezuela, Mali, Irak, Siria, Afganistán… Expósito, para su fortuna y la de sus oyentes, ya no dirige ningún periódico: “¡Yo quería ser reportero!”. La Cope le deja viajar adonde quiere y, casi siempre, cuando quiere. Es -según su propia expresión- un “puñetero privilegiado”.
El periodista madrileño es la excepción que confirma la regla: un miembro del selecto club de enviados especiales cada vez menos numeroso. Resulta sencillo entrevistarle. Basta con pedirle anécdotas. Apenas le hacen falta los adjetivos. Cumple con el mandato que dio a Hemingway su primer jefe: “Déjate de historias, quiero saber lo que está pasando. ¡Dame verbos! ¡Dame verbos!”. Pues eso, en el principio -estamos en la Cope- era el verbo.
Es curiosa la paradoja que carcome al periodismo: la sociedad está cada vez más globalizada, pero los corresponsales desaparecen a una velocidad estratosférica.
Y también los enviados especiales. Se juntan muchos factores. Por un lado, los periodistas debemos ser autocríticos. Tanto los responsables de los medios como los redactores. Nos hemos aburguesado.
Por otro, está la crisis y el boquete que ha dejado en nuestras cuentas. Y, por último, el dinero que cuestan tanto un corresponsal como un enviado especial. Si viaja un equipo, ya ni te cuento.
Y luego está la consecuencia de no viajar a los sitios.
Claro. No hay nada como estar en los sitios para contar las cosas. Ahora, entrando en Google, tienes la información. En YouTube, el vídeo y los audios… Todo eso carcome el periodismo. Es un riesgo.
¿Usted nota ese incremento en la dificultad? ¿Cada vez le resulta más difícil viajar a los lugares de conflicto?
No, pero porque soy un puñetero privilegiado. Mi medio no me pone pegas. Dentro de unas semanas viajamos a Colombia. En cuanto nos propongamos regresar a África, tampoco nos pondrán peros.
Imagino que cuando fue director de ABC estaría encarcelado en Madrid.
Sí. Aunque me fui con Chacón a Afganistán. Bueno, pero es verdad, era una excepción. Hay tres tipos de viaje: el comercial, que supone hacer el programa en Jerez, en una fábrica de Barcelona o donde sea.
Luego está el atemporal: por ejemplo, nos fuimos al Chad para narrar un proyecto de misioneros y contar el drama de la inmigración desde África. Y, por último, el de actualidad pura y dura. Maduro pone contenedores llenos de explosivos en el Puente de Tienditas y nos vamos para allá. Invaden Ceuta desde Marruecos y nos vamos para allá.
Una vez me dijo un director de periódico: “Si te hacen jefe, di adiós al periodismo”.
Ser director de periódico es sinónimo de sólo tener problemas. Me lo dijo Félix Monteira cuando él era director de Cinco Días. Pero yo soy director de un programa, que no tiene nada que ver con ser el director de la radio. La gran responsabilidad en el periodismo de calle la tiene el jefe del equipo. Si él se aburguesa, se aburguesa el equipo entero.
Estás en Mali y dices: “Lo que están haciendo esas monjas es una aguja en un pajar”. Pero menos mal que está
¿Por qué lo hace? Por qué Venezuela, Cuba, Mali, Irak, Líbano, Guatemala…
Yo no puedo hablar igual de Podemos si no he estado en el puente de Simón Bolívar. No puedo hablar igual de la inmigración africana si no he estado en Mali, Chad o Camerún. No podría hablar igual de los talibanes si no hubiera estado en Afganistán. Lo mismo pasa con Siria.
Puedes ver todos los telediarios del mundo, leer a los mejores corresponsales, emborracharte de la CNN, pero si no has estado, no lo contarás igual. Yo de chaval quería ser reportero.
Y le hicieron director, qué falta de respeto.
Es verdad, por el camino fui director [se ríe]. Ahora me encuentro en una fase en la que mi empresa me permite hacer lo que más me gusta del mundo: estar donde se producen las noticias. Y las noticias que más me gustan son las internacionales.
El mirón perplejo.
Ese era el título de un artículo que publicaba todos los jueves en La Vanguardia. Es curioso lo que me pasó. Me nombraron director de ABC un miércoles. Llamé a Antich, el director de La Vanguardia, y le dije que tenía un problema. Me dijo que no pasaba nada. Así que, siendo ya director de ABC, publiqué un artículo en La Vanguardia.
El otro día le preguntaba usted a un policía que combatía la trata de blancas con qué imagen se quedaría. ¿Con qué tres se queda usted de lo vivido?
Voy a elegir tres de tres zonas distintas. La primera, en el puente Simón Bolívar, en la frontera entre Venezuela y Colombia. Estaba haciendo entrevistas en pleno éxodo de los venezolanos. Una chica se me acercó: “Oiga, le estoy oyendo hablar español. Cómo me gustan los españoles”. Me dijo que era psicóloga y que huía para buscarse la vida.
De repente, me aparta de mi equipo y me dice: “Por dos dólares, yo le correspondo”. No entendía el significado del verbo. Me estaba ofreciendo sexo oral a cambio de dos dólares. ¡Dos dólares! Eso es la moneda de dos euros que pagas para aparcar el coche. Me pareció lo más humillante para una mujer. Aquello define el drama que se vive allí.
Segunda historia.
En África. La hermana Carmen, en Mali, me contó cómo compró a una niña. Esa niña, que ya tenía 20 años, estuvo presente durante la entrevista. La hermana Carmen se metió en una aldea, cuyo jefe de la tribu se iba a casar con la pequeña. La niña se agarró al hábito de la monja. La hermana Carmen se fue, pero regresó con la furgoneta y ofreció al jefe de la tribu todo el dinero y arroz que tenía a cambio de la niña. Hoy, esa niña es profesora de francés en el colegio de la hermana Carmen.
Y la tercera.
Oriente Medio. La historia de Marta, una enfermera gallega en Mosul. Todavía no había caído el Estado Islámico. Sonaban las bombas muy cerca. Me contó cómo hacían el triaje en el hospital con los heridos que llegaban. Ponían una pegatina a cada cuerpo. Negra, roja, naranja o amarilla. Si era negra, aunque estuviera vivo, no había nada que hacer. Si era roja, significaba: “Si me da tiempo, le atiendo”. Y así sucesivamente.
Cómo es el relato de las víctimas.
He estado con muchas de ellas al minuto de los ataques. Recuerdo una niña en un pueblo arrasado por el Estado Islámico. Estaba en shock, apareció con su madre. Tenía el rostro helado, casi como si estuviera muerta. Esa noche, una patrulla del ISIS la había raptado y la habían violado uno a uno. Es difícil poner palabras a eso.
El otro día dio en el programa un dato escalofriante sobre la trata: genera 20.000 millones de euros al año en España.
Es impresionante. España es el país europeo con más consumo de prostitución. Se da una terrible paradoja: un gran porcentaje de las víctimas de la trata son inmigrantes; un gran porcentaje de los puteros son españoles. Algo está pasando. Los usuarios somos nosotros. Tíos como tú y como yo. España es un paraíso para estas mafias. Debemos hacérnoslo mirar. Me parece repugnante.
España es un paraíso para las mafias de la trata; debemos hacérnoslo mirar
¿Qué es lo más oscuro que ha hecho para conseguir una exclusiva en esos lugares? Anson compró y vendió una esclava para que el jefe de una tribu africana le permitiera contemplar -y contar- una ceremonia. Cuando le pregunté, me dijo que, al vendérsela al jefe, el destino iba a ser mucho mejor que si la hubiera comprado cualquier otro.
Yo no he hecho nada parecido a eso, pero sí he realizado entrevistas en situaciones muy rocambolescas.
¿Por ejemplo?
En el Chad, entrevistamos a una víctima de Boko Haram. Tenía la cabeza totalmente horadada. Le habían torturado con piedras, pegándole a los lados, como para romperle el cráneo. Aparentaba ochenta años, pero tenía treinta y cinco.
Lo entrevistamos en el despacho de un cura mientras aporreaban la puerta. Pensé que venían a por nosotros, que nos habían cazado. Pero era otro cura, que aporreaba porque la puerta estaba trancada y no podía entrar.
¿Alguna otra?
Iba con el obispo de Homs, en plena guerra de Siria. Él conducía su coche y el crucifijo colgaba del espejo. En los check points, el ejército sirio, al ver que se trataba del obispo, levantaba la barrera y pasábamos sin control. ¡Un obispo cristiano y el ejército sirio! Eso no ocurriría ni aquí, esa sensación de respeto… Entiéndeme, no digo que en España haya que levantar las barreras cuando pasa el obispo.
Pues dígalo, que estamos en la Cope e igual le suben el sueldo.
Sí, sí [suelta una carcajada]. Pero es que en Siria se cuadraban ante un obispo cristiano; me pareció tremendo. Luego, en Irak, durante un viaje que hicimos, llegamos a Mosul. Cuatro horas para recorrer ochenta kilómetros. Nos llevaba una ONG suiza cuya responsable era japonesa. Era todo mentira, estoy convencido. Nos dimos cuenta de que eran espías. No sé si japoneses, suizos o qué.
¿Hay en todo esto algo de egoísmo? Quiero decir: el periodismo es un servicio a la ciudadanía, pero estamos locos por el oficio. Es como una droga.
Probablemente. Eso me lo planteo, sobre todo, pensando en mi familia: cuando le digo a mi mujer “me voy en noviembre al Congo”, se queda como diciendo: “Pues vale”. Entonces me digo: “Vaya putada estoy haciendo a esta gente, me voy a tirar días en un sitio peligroso y sin poder llamar”. En Siria, por ejemplo, estuve tres días y pico sin llamar a casa. Ponte en el lugar de quien se queda. Desde ese punto de vista, sí es egoísta.
La información española en general es muy autorreferencial. Cuando pasa algo en el extranjero, por muy lejos que sea, corremos a pasarlo por el tamiz de la política nacional. ¿Le inquieta?
No me gusta. Somos muy paletos. Lo digo de manera más burda que tú. Españolizamos todas las desgracias demasiado. Lo de la globalización es verdad, pero la política y el periodismo se retroalimentan demasiado. Los políticos sacarán su rédito, pero para nosotros es malo. Echamos a nuestra audiencia y a nuestros lectores.
Somos muy paletos, españolizamos todo demasiado
¿Tiene la sensación de que los líderes políticos españoles prostituyen los conflictos de los que estamos hablando?
Sí, pero porque se lo compramos. Es culpa nuestra. Antes hemos hablado de por qué hacemos los viajes. En esto pasa lo mismo, si venden un mensaje y los periodistas se lo compramos, el problema es nuestro. Politizamos todo hasta el ridículo: mira el conflicto de Afganistán.
Es verdad que, en términos históricos, el mundo está mejor que nunca. Pero la desigualdad también cabalga muy rápido. ¿Va a llegar un momento en que comencemos a retroceder?
No lo sé. El tipo de sociabilidad que traen consigo las redes sociales, el sexo salvaje gratis y al alcance de todos, los videojuegos, las manadas que agreden… Pero de ahí a que entremos en una cuesta abajo, no lo creo. No quiero ser catastrofista, pero desde luego algo está pasando. Algo que nos empuja a una violencia salvaje en una sociedad desarrollada.
Imagino que, cuando llega a España tras visitar un conflicto así y se pone a hacer un programa sobre lo sucedido en el Congreso tendrá un jet lag algo violento, desesperanzado quizá.
Me hace falta un periodo de descompresión del que no dispongo. Cuando viajamos, tenemos que perder los menores programas posibles. Aprovecho las noches de esos viajes para volver o para ir. Si hago un programa en Mali el lunes, llegamos aquí por la mañana del día siguiente y hacemos el programa por la noche. No te descontaminas y es muy jodido.
También lo pagan en mi casa. Volver aquí con todas esas historias de las que estamos hablando, sentarte, y preguntar “con qué abrimos hoy”: “Es que Casado ha dicho, Iglesias ficha por, Sánchez hace tal”. Vete a tomar por…
¿Cuáles son los territorios que más le preocupan hoy?
Si tuviera que poner un orden de marrones... primero iría África y el Magreb, del Estrecho para abajo. Y después, por razones históricas y culturales, América Latina. La frontera de Venezuela me tocó muchísimo. No es una guerra a bombas, vale, pero son cinco millones de exiliados, los mismos que se fueron de Siria.
En mayo fue a Ceuta: ¿qué vio que no sepamos?
Devoluciones en caliente desde el minuto uno. Lo conté porque lo estaba viendo. Según llegaban los devolvían. No digo que no hubiera que hacerlo, pero yo conté lo que veía. El Gobierno mintió.
También vi cómo los chavales se metían en las alcantarillas como si fueran ratas. Y luego está la cantidad de cadáveres que llegaban a las aguas marroquíes. Los que se habían ahogado por el camino.
Cuando uno lee los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que dan nombre a esta sección parecen una carta a los Reyes Magos imposible de cumplir. Acabar con la pobreza, con el hambre… Usted, que tanto ha estado allí, qué piensa.
Es una utopía, pero hay que tender a ella. Sería mucho peor que no hubiera objetivos. Estás en Mali y dices: “Lo que están haciendo esas monjas es una aguja en un pajar”. Ya, pero menos mal que está esa aguja en el pajar. Pregúntaselo a los beneficiarios. En lo que a nosotros respecta, intentamos informar de todo eso.
Se cumplen veinte años de los atentados del 11-S. En ese instante, cambió el mundo. Se dio un giro a las políticas de seguridad. Empezaron las guerras de Irak y Afganistán. En materia de lucha antiterrorista, ¿estamos mejor o peor que antes?
Por un lado, estamos mejor. Desgraciadamente, España tiene mucha experiencia en materia antiterrorista. La Policía y la Guardia Civil son referencia en Europa. Tiremos de archivo: todos los yihadistas que han caído en los dos últimos años no lo hubieran hecho hace quince. Se tiene más experiencia.
Pero sigo siendo muy crítico desde el punto de vista de la conciencia social. No tenemos cultura de la defensa. No somos conscientes de que, en cualquier momento, en cualquier ciudad europea, no sé si París, Londres, Madrid o Barcelona, van a volver a matar. Con cualquier excusa, pero lo harán. Y no somos conscientes. Eso me preocupa.