“Un señor que tenía mucha prisa por llegar a su destino mató a mis padres”. Estas palabras, así, sin adornos, salen de David Pérez de Landazabal mientras habla con EL ESPAÑOL. “Conducía con exceso de velocidad, se salió de una curva y les embistió. Por esa razón mi padre murió en el acto. Mi madre, once días después por lesiones graves”.
Pérez de Landazabal aclara rápidamente la diferencia entre un siniestro y un accidente, términos que normalmente confundimos. “Eso no fue un accidente, no fue algo fortuito, la mayoría no lo son; se tratan de hechos que se podrían haber evitado”.
Ahora tiene 53 años, pero cuando se quedó huérfano no tenía más de 19. Sus dos hermanos mayores apenas tenían cuatro y cinco años más que él. Y el más pequeño de la familia perdió a sus padres con tan solo 7 años. “Con esas edades, imagínate el caos familiar, mi padre tenía su pequeño negocio y la vida nos colocó ahí”, explica.
David Pérez de Landazabal asegura que la mayoría de los siniestros se podrían haber evitado
Pérez de Landazabal, como explica Natalia Moreno, coordinadora de la Unidad de Psicología de HM Hospitales en Madrid, reaccionó de uno de los modos posibles. Este tipo de hechos traumáticos, asegura la experta, "aumentan la probabilidad de sufrir secuelas psicopatológicas en los afectados y sus familiares".
En su caso, el duelo y el trauma le llevaron por un camino de autodestrucción. "Me lié a salir por las noches, a subirme en coches y motos grandes… Al año del siniestro de mis padres me empotré contra una farola en el Paseo de la Castellana de Madrid y estuve a punto de morir", cuenta.
Afortunadamente, dice, sigue vivo, pero como estuvo a punto de perder una pierna. "He tenido lesiones graves toda mi vida, me han intervenido más de quince veces, llevo prótesis en la cadera y tengo cicatrices por todo el cuerpo”, confiesa. Fue en ese momento cuando comenzó su verdadera carrera -de fondo- para recuperarse tanto física como psicológicamente.
Sin embargo, la vida volvió a enfrentarle a la carretera. Hace una década, la muerte de su hermano menor en otro siniestro de tráfico lo hundió en una depresión. La esposa de Pérez de Landazabal aegura que su marido tiene "una fuerza innata para superarlo todo". A lo que él responde: "Está claro que la vida es dura y que nuestros seres queridos se van a ir y nos van a pasar cosas". Pero, reconoce, que en su caso fueron "muertes muy violentas".
Vidas truncadas
Fernando Muñoz no conocía a Pérez de Landazabal cuando perdió a su hijo. Pero sus discursos son muy similares. "Los medios debería dejar de hablar de accidentes y empezar a usar el término siniestros viales". Porque, como recuerda también él, "no hay casi accidentes, y cada uno tiene que poner de su parte para evitar los siniestros".
El hijo de Muñoz murió porque se quedó dormido al volante por emprender un viaje largo sin haber descansado. Su padre cuenta cómo "en la carretera de Extremadura, en el kilómetro 281, se salió de la vía y se metió en la mediana de separación de los dos sentidos de circulación". Cuando quiso volver a su carril, "el guardarrail se lo impidió y se encontró con un pilar de hormigón de un puente que cruzaba la carretera”.
Muñoz nunca dice que su hijo perdió la vida en un accidente de tráfico. Porque, asegura, "si él hubiera sido consciente del riesgo que supone conducir sin haber descansado, a lo mejor se habría salvado”.
Pero para él esa no fue la única causa: "Ese pilar desde el interior de la mediana no tenía una protección, si hubiera tenido bidones de agua, un foso de arena, bolardos… quizá te rompes las piernas, pero no te matas. Un pilar de hormigón es un muro que no absorbe ninguna energía; te mueres en el acto. Si hubiese estado protegido, mi hijo no se hubiera matado".
Pero no le quita responsabilidad a su hijo, que no era consciente de su propio cansancio. Y alerta: "En el mundo de la seguridad vial hay que hablar con mucha propiedad, porque las palabras conciencian. Y es un sistema del que todos formamos parte”.
Muñoz tiene claro que el tráfico es una actividad que implica un riesgo y, por ello, "tenemos que entenderlo y poner medidas adecuadas". Con la crisis sanitaria de la covid-19, se han puesto en marcha una serie de mecanismo de protección -mascarillas, distancia personal o aislamientos- para frenarla. Sin embargo, Muñoz lamenta que no se haga lo mismo con la seguridad vial.
Y recuerda que los siniestros también son "una pandemia" que mata a más de 1.350.000 personas al año. Pero no solo eso: también deja millones de heridos y secuelas físicas y psicológicas de por vida.
Fernando Muñoz alerta de que "un pilar de hormigón no absorbe ninguna energía; te mueres en el acto"
Mil millones de heridos
Cincuenta millones de heridos. Todos los años. Pongamos este asunto de nuevo en contexto: está claro que desplazarse es una necesidad humana básica. Pero también es verdad que, en la actualidad, en solo un mes, un europeo puede recorrer más kilómetros de los que recorría en toda su vida una persona de la Edad Media.
¿Es, por tanto, necesario desplazarnos tanto como lo hacemos hoy día? Tal vez sí. Tal vez no. Pero de lo que no se puede negar es que esa movilidad tan atávica tiene unas consecuencias negativas muy importantes. Medioambientales, por supuesto, pero también muy directas en relación con la salud.
Pongamos lo que llevamos de siglo. Veintiún años nos llevan a una cifra de mil millones de afectados. Si aplicamos la regla que menciona el experto analista Jesús Monclús, director de Prevención y Seguridad Vial en la Fundación MAPFRE, de 10-15 personas brutalmente impactadas por siniestros, hablamos de quince mil millones de personas en el mundo cuyas vidas han quedado definitivamente marcadas por un suceso, en la mayoría de los casos, evitable.
"Estos sucesos ponen en marcha un mecanismo que pasa por diferentes fases y que se estudia bajo el nombre de estrés postraumático", explica la psicóloga Moreno al preguntarle sobre las consecuencias reales detrás de estas cifras.
Esta especialista explica que la evolución de las víctimas indirectas depende de su afrontamiento. Y este, a su vez, de sus "factores de protección". El apoyo social, las creencias personales o el recibir una atención psicológica temprana influyen.
Dos reacciones características serán, según Moreno, "el sentimiento de culpabilidad, por una parte, y la ira o frustración, como una doble respuesta a la indefensión que uno siente". Porque, asegura la experta en víctimas, tu vida se descompone y "no puedes hacer nada para que eso no suceda".
Un problema social
Muñoz señala a los medios de comunicación por ofrecer la información adecuada relativa a los siniestros de tráfico. "Luego los demás pensamos 'vaya, ha habido este fin de semana veinte muertos' y lo achacamos a la mala suerte", puntualiza. Y es que conviene recordar que, todavía, uno de cada cuatro fallecidos en España viajaba sin el cinturón de seguridad puesto en el momento de la colisión.
Los siniestros de tráfico matan a 1.350.000 personas y dejan 50 millones de heridos cada año
Para concienciar sobre este problema social, tanto Muñoz como Pérez de Landazabal colaboran juntos en la oenegé Stop Accidentes. Ambos son instructores de cursos de recuperación de puntos para la Dirección General de Tráfico (DGT).
Los dos son conscientes de que, a veces, la distancia más corta entre dos personas es una tragedia. Algunos de los asistentes a sus formaciones son reincidentes. Incluso, "maleducados", dicen. Pero pocos se atreven a desafiarle cuando, como explica Pérez de Landazabal, mirándoles a los ojos, les cuenta su historia.
Muñoz recuerda un tema especialmente peliagudo. Los reincidentes suelen ser personas enganchadas por problemas de alcoholismo o, cada vez más, drogadicción. Según las estadísticas, el número de conductores drogados está aumentando progresivamente y ya es casi tan importante como el de los que beben.
"Si tienes un problema médico, un curso de sensibilización no sirve para nada, tienes que tratar tu adicción", alerta Muñoz. Incluso habla de una adicción a la velocidad y de problemas psiquiátricos, acompañados a menudo de medicaciones que alteran nuestra percepción de la realidad.
"Actualmente, la DGT no tiene competencias sanitarias sobre los centros y la ley de protección de datos no permite que se crucen las informaciones con la renovación de los permisos de conducir", asegura. Algo que, coinciden los expertos, debería cambiar.
Pérez de Landazabal pone su esfuerzo en impulsar de modo local acciones que tendría mucho sentido impartir como parte de la formación para a obtención del carnet. A nivel nacional podría ser como una "dura toma de conciencia de la responsabilidad que supone meter la llave y girarla".
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los siniestros de tráfico siguen siendo la principal causa de muerte a nivel mundial entre niños y jóvenes de 5 a 29 años. "Con una perspectiva más humana, es la principal causa por la que madres y padres perdiendo a sus hijos”, recuerda Monclús.
Para el experto en seguridad vial, a pesar de que España es una referencia, la cifra del año pasado es preocupante: 1.370 fallecidos en un año sin apenas desplazamientos -muy similar a la del año anterior, en la que hubo 1.700-. "Tenemos que alzar la voz. Estas cifras siguen siendo una tragedia social y colectiva. Cada muerto y cada herido grave produce una devastación casi infinita en sus seres queridos", afirma.
El apoyo social, las creencias personales o el recibir una atención psicológica temprana influyen en la evolución de las víctimas indirectas
Una meta de los ODS
El Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 3, sobre salud y bienestar para todos, incluye una meta ambiciosa: la de reducir a la mitad los muertos por el tráfico vial antes de 2020. Su incumplimiento ha provocado que se traslade a 2030. Los siniestros de tráfico siguen siendo el principal accidente laboral -uno de cada tres- y, en particular, los desplazamientos casa-trabajo-casa suponen el 60%.
Tomar conciencia es necesario. Según Monclús, "debería haber otra catarsis colectiva que diga que ya basta" como sucedió en la España de los 90. Esa reacción social, en la que los medios de comunicación tuvieron un papel fundamental, tiene que volver a suceder.
Una lacra mundial
Durante la elaboración de este reportaje, llegó a la redacción de EL ESPAÑOL la historia de una víctima más, Christine Sassen, activa en la lucha contra la violencia vial. Por teléfono, desde Estados Unidos, explica cómo lo que quiere es recordar "el efecto dominó de alguien conduciendo bajo los efectos del alcohol o mientras está distraído".
Sassen comparte a menudo su historia: cómo una decisión de una persona cambió su vida y la de su hijo Scott. "Mi marido Michael caminaba hacia la casa de su padre la tarde de Nochebuena y un conductor borracho lo atropelló y lo mató", explica. Tenía 48 años.
Según los testigos, el conductor huyó del lugar sin tan siquiera detenerse. Pero "un ángel llamado Amanda vio a Michael aterrizar en la carretera, detuvo su auto y se acercó a él. Estaba tumbado boca abajo", cuenta.
En la llamada de alerta a la policía, se escucha su voz diciendo que Michael estaba vivo, pero que se estaba ahogando con su sangre. "Le faltaba parte de la cabeza y la oreja derecha, su pecho tenía un agujero a través del cuál se podía ver la calzada, su pierna parecía estar rota por varios lugares y su brazo izquierdo estaba desprendido a la altura del hombro", relata.
Cuando llegó la ambulacia no pudieron hacer nada por él. Sus lesiones, como indica el informe médico, eran "incompatibles con la vida".
Según Jesús Monclús, "debería haber otra catarsis colectiva que diga que ya basta" como sucedió en la España de los 90
Las palabras de su hijo, que tenía 10 años en el momento del siniestro, reflejan cuán difícil es que una herida abierta se cierre: "Mi papá fue asesinado en Navidad; le atropeyó un automóvil y el conductor le dejó solo en la carretera. Mi mamá me dijo que vivió un rato tirado en el suelo… Ojalá pudiera haber estado allí para cogerle la mano. Espero que no sintiera mucho dolor. Me pregunto si sabía que se iba a morir".
Rose Fitzgerald Kennedy solía decir que el tiempo no cura todas las heridas, que estas permanecen, pero que "con el tiempo, la mente, protegiendo la cordura, las cubre con tejido cicatricial y el dolor cede; pero nunca desaparece". Y Sassen está totalmente de acuerdo.