Capturar peces y cangrejos en el río con una red durante tres o cuatro horas al día. Así es el trabajo de Sabina. Tiene 12 años y no importa si el sol quema o hay tormenta, nunca falta a su labor. La realidad de la menor de edad es ganar dinero para "asegurar que su familia pueda comer".
Vive en Bangladés, un país donde las zonas rurales están llenas de menores que trabajan en el sector agrícola. Como ella, 160 millones de niños y niñas en todo el mundo se encuentran en situación de trabajo infantil, según datos de la Organización Internacional del trabajo (OIT) y Unicef.
Las causas que provocan el trabajo infantil son indeterminadas. Pero la oenegé de cooperación global que defiende los derechos de la infancia, Educo, considera que detrás de esta práctica hay una combinación de factores. "La pobreza, la falta de oportunidades de empleo para los padres y madres, la marginación social e incluso las normas sociales que toleran esta práctica", aseguran desde la organización.
En su informe Covid-19: Impacto de la pandemia y secuelas en la educación, la oenegé indica que en Bangladesh 3,45 millones de niños y niñas trabajan, el 95 % de ellos lo hace en la economía informal y, la mayoría desempeña tareas peligrosas. Como Sabina, pueden llegar a trabajar incluso jornadas de 10 o 12 horas diarias.
Muchas veces estas labores se desarrollan en el entorno familiar, fundamentalmente en explotaciones o microempresas familiares. Esto conlleva cierta peligrosidad, pues casi la mitad de los niños de 12 a 14 años que trabaja dentro de la unidad familiar "realizan tareas que probablemente dañen su salud, seguridad o desarrollo moral", indica el informe.
"No creo que pueda reincorporarme a la escuela, coincide con mi horario de trabajo", cuenta Sumaya
La imposibilidad de acceder a necesidades básicas en entornos extremos de pobreza hace que los menores tengan que trabajar para, como dice la expresión, llevar el pan a casa. Sabina quiere volver a la escuela y estar con sus amigos, pero es imposible: sus padres, cuenta, sufren daños físicos graves y tiene que ayudarlos.
Educar para salvar
"Puede que tenga que trabajar para ayudar a mi familia, pero sinceramente no quiero", relata Shorif. Con solo 13 años, este bangladesí es consciente de que estudiar mejoraría su vida. Pero está fuera de su alcance.
Debido a la pandemia de la covid-19, gran cantidad de escuelas en este país asiático -donde erradicar el trabajo infantil sigue siendo un reto- han cerrado sus puertas. El sistema educativo se ha visto desbordado, sobre todo en lugares donde los recursos son escasos.
El trabajo infantil afecta a 160 millones de niños y niñas en todo el mundo
Según Educo, durante el cierre masivo de las escuelas, alrededor de 433 millones de estudiantes se quedaron fuera del sistema educativo. Sin las herramientas necesarias, la enseñanza a distancia no se pudo materializar.
A esta cifra habría que sumar los 250 millones de niños y niñas que, antes de la actual crisis, ya estaban sin escolarizar.
"Mi horario de trabajo coincide con la escuela", cuenta Sumaya, bangladesí de 13 años. Aunque los colegios vuelvan abrirse, teme no poder reincorporarse. Y es que las aulas se convirtieron en los elementos de protección que los niños necesitaban frente a las vulneraciones de sus derechos.
Actualmente, todos ellos viven en la incertidumbre. Se han visto obligados a trabajar y han abandonado los estudios. La falta de escolarización pone en riesgo su futuro y, en demasiadas ocasiones, se convierten en mano de obra barata para las fábricas.
Desde Educo alertan: esta explotación laboral de la infancia "es moneda corriente en muchos países asiáticos".
Daños irreversibles
No juegan, maduran de forma prematura y sin quererlo. Además, su salud -física y mental- puede verse perjudicada. Las consecuencias que provoca en los menores trabajar forzadamente son devastadoras.
Algunos lo hacen en ambientes hostiles y violentos, en los que se violan constantemente sus derechos. Esto les genera daños físicos y psicológicos como depresión, problemas de adaptación o bajos niveles de autoestima.
En Malí, niñas jóvenes son forzadas a trabajar en condiciones de esclavitud en los hogares. Allí, ellas suelen quedarse en casa cuidando de los bebés. Hawa Diarra de 14 años tuvo que "buscarse la vida" tras morir su madre. Se fue a vivir con su tía a la capital del país, Bamako.
"Hice este viaje porque no tenía medios para pagar mi ropa, mi salud o cualquier otro gasto", cuenta. Después, su tía la llevó con unos vecinos, a los que, ahora, sirve como empleada doméstica.
Muchas de estas jóvenes, además, sufren abusos físicos y sexuales. E, incluso, llegan a quedar embarazadas.
Una realidad parecida es la que viven muchos niños en las minas de Burkina Faso. En ellas, Nacanabo Karim vio "morir a gente". Así lo relata este joven que ahora tiene 19 años y que dejó la escuela en su pequeña aldea para ser mano de obra en una mina que pertenecía a su padre.
"Sentía que arriesgaba su vida a cambio de nada", cuenta. Por suerte, una lesión hizo que su situación mejorara. Al fin pudo volver a su aldea, de la que huyó para buscar dinero.
86,6 millones de niños y niñas se ven forzados a trabajar para sobrevivir en África Subsahariana
Y es que África Subsahariana es la región con la mayor prevalencia y mayor número de niños trabajando. Según datos de la OIT y Unicef, el trabajo infantil en ella alcanza al 23,9% de los jóvenes ente 5 y 17 años. Esto es, 86,6 millones de niños y niñas se ven forzados a trabajar para sobrevivir.
La OIT y Unicef son contundentes: "Nos encontramos en una coyuntura crítica" en los esfuerzos mundiales para erradicar el trabajo infantil. Lo que nos demuestra que, más que nunca, necesitamos medidas inmediatas para que estos niños dejen de convertirse en adultos antes de tiempo.