Es un tanto contradictorio que la industria denominada clean o limpia –la de la higiene y la cosmética– sea dirty (sucia) y opaca. Aunque a veces no seamos conscientes, contamina en su propio uso, pero también en su packaging, su transporte e, incluso, su producción.
Desde que ponemos un pie en el baño cada mañana, esos geles, exfoliantes, champús, acondicionadores, mascarillas, pastas de dientes, leches limpiadoras, jabones… que utilizamos –todo–, pasa por el desagüe. Y la mayoría de sus ingredientes son tóxicos o rompen las cadenas de depuración de las aguas y terminan contaminando el mar.
La cifra de vertidos cosméticos es tan ingente que no existen cifras oficiales. Pero de su packaging se estima que “más de 120.000 millones de botellas de plástico anuales provienen de nuestros cuartos de baño”, asegura la empresa Weleda, especializada en cosméticos naturales y ecológicos.
Afortunadamente, parece que la industria de la belleza –como otras tantas– empiezan a virar de rumbo hacia la sostenibilidad. Y es que, como afirma el naturalista y periodista medioambiental José Luis Gallego, “no puede haber una industria que se llame de la belleza, sino revierte en la belleza del planeta”.
Esta nueva dirección está liderada por consumidores y pequeñas empresas que exigen más R. Porque la de reciclar ya no es suficiente. El camino pasa por reformular con ingredientes naturales y eliminar microplásticos y químicos.
Pero también por reducir envases con fórmulas más universales y reutilizar y rellenar lo que antes era de un solo uso en una revolución de nuevos materiales. Por último, la R de responsabilidad y renuncia en toda la cadena de valor al maltrato animal, asumiendo el origen de los ingredientes y no vendiendo en países que obliguen a testar en animales.
Más de 120.000 millones de botellas de plástico que se utilizan cada años provienen de nuestros cuartos de baño
No solo las pequeñas empresas muestran conciencia. Algunas de las grandes ya desde sus orígenes pensaron en el planeta. Son las mismas que ahora evolucionan integrando las nuevas R de forma natural. El año, como en el vino, sirve para diferenciar a quienes se apunta al clean cosmetic de quienes siempre lo han sido.
Que ponga "sostenibles desde hace más de 50 años" sin duda da pistas de que no se trata de ecopostureo, sino de una filosofía de vida. Las grandes marcas tradicionales, que aún no lo son, necesitan más tiempo para volverse ecosostenibles. Mientras prometen fechas –2025 o 2030–, siguiendo con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, solo cambian etiquetas y embalajes. La mayoría aún tienen un largo recorrido por recorrer.
“Hasta que el gran consumo no incorpore las nuevas R y la gran masa no pueda encontrar en cualquier lineal de supermercado productos ecológicos para todas las necesidades, la industria no será realmente beauty. Ellos son el semáforo del sector”, remarca Gallego.
"La industria no será realmente beauty hasta que encontremos en cualquier supermercado productos ecológicos para todas las necesidades", asegura Gallego
Además de fundamental para el planeta, la tarta de la sostenibilidad es muy golosa. Según datos de Birchbox, “el 89% de las españolas ya consumen algún producto de clean cosmetic y el 92% está dispuesta a pagar 10 euros más por ellos”.
Ninguna marca quiere quedarse sin parte del pastel. Como consumidores, debemos diferenciar entre promesa y realidad.
(R)eformular hacia lo natural y universal
La apuesta sostenible de las marcas tradicionales es reformular con ingredientes más naturales. Las nacidas naturales suben la apuesta aumentando el porcentaje de estos ingredientes para marcar distancia.
Pero, ¿qué diferencia existe entre ingredientes naturales, ecológicos o veganos? ¿Qué porcentaje tiene que llevar un cosmético para que se considere natural?
“No existe una definición de la belleza sostenible exacta. Podemos decir que debe ser ecoconcebida y, por lo tanto, sus ingredientes deben ser respetuosos con el medio ambiente: cultivos orgánicos y producción en circuitos cortos”, revela Casilda Bilbao, responsable de comunicación de los Labortorios Klorane, primera marca dermocosmética en recibir el sello excelencia ECOCERT 26000.
Como consumidores debemos saber qué significan las etiquetas de los ingredientes y cuales comprar. Carmen Cárceles Alonso, experta en medioambiente y consultora en Sostenibilízate, recuerda las claves para no caer en triquiñuelas de ecopostureo.
Como explica Cárceles, "cosmética natural significa que no contiene ingredientes procedentes del petróleo, ni artificiales, pero puede contener ingredientes refinados". Por su parte, la cosmética ecológica contiene productos naturales sin refinar procedentes de la agricultura ecológica. "Son los mejores ingredientes", puntualiza.
Por último, la cosmética vegana no contiene ingredientes de origen animal, pero pueden proceder del petróleo. Por este motivo, alerta Cárceles, estaríamos ante una nueva R: "La de replantearse principios veganos o vegetarianos, que no son sinónimos de sostenible".
Algunas marcas, recuerda la consultora, utilizan esta última etiqueta como reclamo, ya que como consumidores damos por sentado su sostenibilidad. “Un bálsamo de labios con base de miel o cera de abejas no puede ser vegano, pero la vaselina de toda la vida, que es petróleo puro, sí. Sin duda será vegano, pero no saludable. El tema estaría en asegurar que a las abejas no se las maltrata ni fuerza a una producción industrial”, especifica Cárceles.
Los sellos son los que, a falta de definición oficial, nos dan la fiabilidad de que es un producto eco, natural o bio. Cada uno tiene sus normas y porcentajes. Entre ellos destacan ECOCERT, COSMOS, COSMEBIO como los más fiables. De los que nunca hay que fiarse es de los que han sido creados por la propia marca. Y estos existen.
Cárceles recomienda “mirar los sellos, leer el INCI (nomenclatura internacional de ingredientes cosméticos) e investigar un poco en el origen de la empresa sin olvidar que la sostenibilidad tiene también las patas económica y social. Los asteriscos marcan la diferencia. Si tienen uno o dos asteriscos son naturales. Lleva más tiempo, pero es más justo”.
La lista negra cosmética pasa por eliminar químicos y sintéticos. Son causantes de las reacciones alérgicas y contaminación de las aguas, ya que todos terminan en el mar. Entre los productos de gran consumo hay que prestar atención para no consumir los que contienen parabenos, sulfatos, triclosan y oxibenzona. Además, de evitar exfoliantes y protectores solares químicos.
Para entenderlo, se puede decir que los parabenos son el azúcar de la cosmética. En 2014 se prohibieron algunos, pero no todos. Pero estos conservantes pueden llegar a dañar nuestra salud y, sin duda, matan los sistemas acuáticos.
“Los exfoliantes y cosméticos con microplásticos como la pasta de dientes o los geles y cremas de microcápsulas interrumpen el proceso de depuración del agua y terminan en el mar. Se han llegado a encontrar microplásticos hasta en fetos de embarazadas” destaca Gallego.
Las lociones solares químicas, que contienen ingredientes como octocrileno, oxibenzona, octinoxato, homosalato, dióxido de titanio, óxido de zinc, etc., además de contaminar son perjudiciales para la piel.
Al menos el 25% de la crema solar que nos aplicamos es liberada directamente al mar mientras nos bañamos. "El alcance de esta liberación es tal que se estima que entre 6.000 y 14.000 toneladas de crema solar acaba cada año en zonas de arrecife coral, potenciando su blanqueamiento y, consecuentemente, la muerte del coral”, afirma Araceli Rodríguez Romero, investigadora de la Universidad de Cádiz experta en ecotoxicología marina.
Hasta la fecha, la reglamentación europea no exige ningún informe sobre el impacto de los solares sobre los fondos marinos y su fauna. Tampoco prevé ningún método de evaluación oficial sobre este posible impacto.
"Entre 6.000 y 14.000 toneladas de crema solar acaba cada año en zonas de arrecife coral", afirma Araceli Rodríguez
En Estados Unidos, por el contrario, sí se controla, y ya son varias las marcas en el camino correcto que crean protectores solares más respetuosos con el medio marino. Por ejemplo, los nuevos solares de SVR han superado las pruebas de biodegradabilidad basadas en el estándar 301F de la OCDE, así como pruebas de ecotoxicidad en algas (ISO 10253) e invertebrados acuáticos (ISO 14669).
Clarins, de modo voluntario, se ha impuesto condiciones de evaluación drásticas con concentraciones de solares más elevadas que las encontradas realmente en los océanos.
“Es fundamental que se invierta en investigación y que exista una colaboración entre la industria cosmética y los investigadores científicos que nos dedicamos a evaluar los efectos ecológicos de estos productos. Tiene que haber transferencia de información y conocimiento de manera bilateral", recalca Rodríguez.
Responsabilidad y renunciar a testar en animales
La Unión Europea prohíbe desde 2013 testar en animales, pero no todas las empresas lo cumplen. Para no confundirse en este aspecto, hay que elegir certificación segura: sello de Peta, Leaping Bunny, Choose Cruelty Free o Te Protejo.
Desde 2020, la oenegé Te Protejo utiliza el término Bunnywashing para referirse a lo que ocurre con marcas que usan la etiqueta de "libres de pruebas en animales" y luego venden en China, donde por ley se exige que los productos sean probados en animales. O empresas que no testan el producto final, pero por falta de responsabilidad compran ingredientes testados en animales.
Reducir envases: reutilizar y rellenar
A su vez, se reformula hacía productos más universales que reduzcan la cantidad de cosméticos que utilizamos a diario. Según datos de la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética (Stanpa), “de media los españoles usamos siete productos cosméticos diarios”. La pregunta obligatoria a la que todos sabemos la respuesta es ¿son todos realmente necesarios?
Un ejemplo son los champús sólidos comprometidos con una belleza responsable que unen dos productos en uno: champú y acondicionador en la misma fórmula. “El champú sólido no tiene embalaje, reduce la huella hídrica pues no lleva agua en su producción, consecuentemente pesa menos y en su transporte se reduce la huella de carbono. Los 100 gramos de media que pesa un champú solido equivalen a dos botellas de 250 ml de uno líquido clásico”, explican desde los laboratorios Clarins.
Reformular hasta lograr nuevas fórmulas más universales es el nuevo reto que marcará la diferencia entre quien realmente quiera ser sostenible de quien se quede en postureos.
Por norma, todo lo que sea de un solo uso es obsoleto. Reducir y aligerar envases es clave en el packaging cosmético. En vez de dos envases como venimos estando acostumbrados –caja y bote–, cada vez más se reduce a una sola unidad que no sea de plástico de un solo uso, cuya venta se prohibirá en breve.
El término bunnywashing hace referencia a las empresas que se dicen libres de pruebas en animales, pero venden en China, donde por ley se exigen
Actualmente en los supermercados están cambiando los bastoncillos de plástico por unos de cartón. Y las marcas de belleza lanzan discos desmaquillantes reutilizables. “Después de usarlos solo hay que meterlos en la bolsa de algodón 100% orgánico y lavarlos”, recomienda Marisa Gómez de Cañidamos, responsable de marketing de The Body Shop.
En 1992 apareció la primera fuente que recargaba un perfume. Actualmente, existen sistemas de relleno en tiendas (Clarins, The Body Shop, L'Occitane…). En los supermercados, Procter & Gamble ya empieza a vender la botella de aluminio con sus recambios para rellenar sus diferentes marcas de champús con el recargable, lo que procduce un 60% menos de plástico que el envase tradicional.
Los 100 gramos de media que pesa un champú sóido equivalen a dos botellas de 250 ml de uno líquido
La revolución de formatos y materiales pasa por la madera y el bambú en productos desechables como los cepillos de dientes. Y avanza hacia lo compostable como las nuevas bolsas para echar la fruta del súper hechas con fécula de patata. Pero en cosmética es más complicado, especialmente por culpa de los activos en ocasiones inestables y sensibles a la luz, al aire, etc.
"Para que algo sea compostable, en 21 días tiene que haber desaparecido sin dejar residuo”, especifica Gallego. Por eso hay quienes juegan con la palabra biodegradable. Pero cualquier objeto lo es: hasta una televisión dentro de 1.000 años. Para el naturalista, “la clave está en el impacto medioambiental del tiempo que tarda en desaparecer sin dejar residuo”.