Todos queremos ser felices, o al menos, intentarlo. Porque "la felicidad es lo más demandado y universal desde que existe la humanidad", escribe la filósofa Victoria Camps en su libro La búsqueda de la felicidad (Arpa, 2019).
Y, al igual que ella, muchos pensadores desde la antigüedad han querido dar una respuesta al eterno enigma: cómo ser feliz y qué camino debemos recorrer para conseguirlo.
Al final de su texto, Camps deja claro que para alcanzar este complejo sustantivo lleno de significado –como si de una obra de Lorca se tratara–, es necesario un adecuado equilibrio entre deseo y libertad.
Para esta filósofa catalana, la esencia del ser humano es el deseo, y el camino que tomemos para satisfacerlo nos hará más o menos humanos. A su vez, seremos más o menos felices si conseguimos intensificar esa humanidad en nosotros y en nuestro entorno.
Quizás sea eso lo que han logrado los ciudadanos de Bután, país asiático que se encuentra al extremo oriental de la cordillera del Himalaya. Su superficie ronda los 41.000 kilómetros cuadrados, lo que hace de él un lugar pequeño, pero cuya geografía recorre picos tan altos que todavía no han sido alcanzados por la humanidad.
Cuenta con menos de 800.000 habitantes que comparten un mismo concepto: la Felicidad Interior Bruta (GNH, por sus siglas en inglés). Una idea cuyo origen se remonta al reinado de Jigme Singye Wangchuc, rey emérito del país asiático, como explica el cónsul general honorario de Bután en España, Ian Triay.
A principios de los 60, un periodista preguntó al padre del actual rey sobre el Producto Interior Bruto del país. En ese momento, el monarca se decepcionó al comprender que el único interés era definir el bienestar de su población con base en una cuantía económica financiera.
A partir de ese momento, empezó a utilizar la felicidad para medir el bienestar de su pueblo. Y así nació el GNH.
Lo que comenzó como una anécdota, ahora se ha convertido en una realidad "que grandes instituciones en el mundo están estudiando y aplicando en su filosofía", explica Triay.
Espiritualidad, religión y dolor
"Un estado mental que afecta a la dimensión física, espiritual y relacional de la persona" es como define la felicidad el cirujano y escritor Mario Alonso Puig. Se trata de algo que va más allá de un simple bienestar subjetivo; "es algo que colma el corazón", asegura.
El equilibrio entre lo material y lo espiritual es un buen comienzo para alcanzar la felicidad. Y en esto, los butaneses parecen ser expertos. Encontrar esa armonía es complicado cuando tendemos a confundir situaciones de satisfacción momentánea o temporal con felicidad.
El dolor es algo consustancial a la naturaleza y el budismo enseña el camino para poder deshacernos de él
En el camino hacia ese equilibrio se encuentra el budismo, eje central para el reino de Bután. Esta doctrina filosófica y espiritual entiende que lo material es importante, pero no suficiente para ser feliz.
Esto explica la visión distorsionada que la sociedad occidental tradicionalmente ha tenido sobre el concepto. En demasiadas ocasiones se entiende la felicidad como el goce de los sentidos.
Ya en la Grecia clásica Aristóteles decía que la dicha depende de nosotros mismos, pero ¿hasta qué punto es así? El camino hacia la felicidad está lleno de piedras que nos hacen creer que nunca la alcanzaremos. Y parece que la única opción para lograrla es tener una visión positiva y negar lo evidente cuando vivimos situaciones dolorosas.
"El budismo acepta como principio que la vida tiene dolor", responde Triay. Este sentimiento es algo consustancial a la naturaleza, y las enseñanzas de Buda muestran el camino para aceptarlo y comprenderlo.
Para alcanzar la felicidad es necesario hablar de sufrimiento –o dolor prolongado en el tiempo, según Buda–, saber cómo lidiar con él y tomar decisiones que lo mitiguen.
Pérdida de seres queridos, enfermedades o precarias situaciones económicas son situaciones que pueden generar dolor. Ante ellas, "no hemos de caer en la impotencia y en la desesperanza", recuerda Alonso Puig.
En este sentido, habla de religiones como el cristianismo y el budismo. Ambas, como otras fes, normalizan esas situaciones de miedo o tristeza comunes a todos; en vez de rehuirlas, alertan de que no se debe vivir en ellas eternamente.
Vivir en ese sufrimiento constante es lo que nos hace ver que la vida no tiene sentido. "Las personas positivas no son aquellas que no caen en la desesperanza, sino las que se abren al misterio", explica Alonso Puig.
En vez de aferrarse a una situación de dolor, podemos entender que lo que ahora nos pasa es necesario. Como se suele decir, todo pasa por una razón, aunque no seamos capaces de entenderlo todavía.
Como dijo Jesucristo, "hasta el cabello de vuestra cabeza está contado". Es decir, "no te va a suceder nada que no tenga que pasarte", afirma Puig. Se trataría de una manera espiritual de lidiar con ese dolor.
Por eso, Alonso Puig considera que la religión, cuando está basada en la espiritualidad, "es un sostén importante para el ser humano" en el camino hacia esa felicidad.
Amar es la clave
Una de las cuestiones eternas siempre será si realmente el dinero da la felicidad. Para Puig y Triay, la felicidad no estaría conectada ni con la salud y ni con el dinero, pero sí con el amor.
Todo aquello que se enfrente al amor, dicen, nos alejará de alcanzar la plenitud. Pero el amor no solo entendido como el romántico, también el que se siente por uno mismo o por la naturaleza. Por este motivo, el gran obstáculo para alcanzar la felicidad sería el miedo, para Alonso Puig, lo opuesto al amor.
Hoy en día estamos más guiados por el individualismo, que nos lleva a buscar la felicidad basada en lo material
El médico considera que no saber amar de verdad es la raíz de muchos problemas. Y lo ejemplifica: si amaramos al otro a pesar de sus diferencias, probablemente habría menos violencia. Si amaramos más al planeta seríamos más respetuosos con él.
En esta línea, el ser humano, para Triay, debe cambiar algo imprescindible: "el culto a la riqueza material". En Bután admiran mucho más otros atributos, y la riqueza está mejor distribuida, asegura.
Y no es que a los butaneses no les guste el dinero, lo que no les gusta es la riqueza a costa de cualquier cosa. Tienen los mismos problemas que cualquier occidental, matiza Triay, la diferencia es la forma de lidiar con ellos. En este sentido, en Bután dan más importancia a la reflexión y la espiritualidad.
Para el budismo, el amor es compasión. No entendida como lástima, sino como empatía, que demuestra la capacidad del ser humano de ponerse en el lugar de otra persona.
De esa empatía también hablaba David Hume. El filósofo consideraba que este sentimiento hace que el ser humano se sienta afectado por el sufrimiento y el placer de los otros. Lanzaba esta cuestión: "Si desaparece el amor y la amistad, ¿qué queda en el mundo que valga la pena?".
Camps, por su parte, afirma en su libro que necesitamos buscar la felicidad, y que esas necesidades se atribuyen a la falta de algo. Y es que, sin duda, necesitamos aquello que no tenemos, y una necesidad intrínseca para nosotros es la amistad.
Para Camps "la felicidad no puede ser un anhelo individual"
Y en esta búsqueda de la felicidad a través del amor, la filósofa resalta las palabras de Madam du Châlete: "Algún día hay que dejar el amor, por poco que una envejezca, y ese día será aquel en que deje de hacernos felices".
El amor nos hace felices. Sin embargo, hoy en día, aseguran los expertos consultados, estamos más guiados por el individualismo, que nos lleva a buscar la felicidad basada en lo material. Así, se convierte en un lastre que nos hace querer constantemente aquello que los demás tienen.
Un camino colectivo
Camps habla del utilitarismo como una teoría que, debido a su conexión entre ética y felicidad de los individuos, tiene consecuencias notables en la legislación y en la política. Defiende que una buena legislación se basa en satisfacer los deseos de felicidad de la ciudadanía.
En este sentido, la meta de la gobernanza en Bután es dotar a la población de herramientas para que puedan ser felices. La buena gestión de los recursos es clave en este país. Si existiera una propuesta que pudiera incrementar la renta per cápita de sus ciudadanos, pero fuera en contra de los valores del GNH, se eliminaría.
Por eso, el objetivo de exportar la Felicidad Interior Bruta a España es buscar integrar el desarrollo socioeconómico equitativo y sostenible con la conservación ambiental, la promoción cultural y el buen gobierno. Y la apertura del Centro GNH en nuestro país pretende difundir esta filosofía.
Las diferencias culturales hace que veamos la filosofía de los butaneses lejana y compleja. No obstante, a pesar de las disimilitudes, todos los seres humanos compartimos algo que despierta la felicidad: el amor. Ya somos felices y no lo sabemos, concluyen los expertos.
Y aunque constantemente intentemos saber qué es la felicidad y qué pasos debemos seguir para sentirnos plenos, no existe una definición exacta porque para cada uno tiene un significado distinto.
Pero sí hay algo claro: "La felicidad no puede ser un anhelo individual", asegura Camps en su libro. Aristóteles afirmó que somos animales sociales, nos necesitamos unos a otros. Por lo que para andar ese camino hacia una mejor vida, debemos caminar juntos.
A veces nos convertimos en los buscadores de lo eterno y nos apartamos de la realidad. Porque ver la felicidad como un proyecto futuro nos permite dejar de lado el presente. Pero Alonso Puig concluye: "Si no estoy aceptando el presente no estoy conectando con el ser, si no conecto con el ser, no puedo ser feliz".