El cielo, algo común que nos pertenece y universal, que nos conecta. Un horizonte que parece no tener fin, pero que, aún siendo el mismo en todos los continentes, su aspecto cambia dependiendo del lugar desde el que se observe. Desafortunadamente, ese manto estrellado no es visible en todos los rincones de nuestro planeta. La luz artificial, un factor contaminante, provoca que nuestro cielo no se perciba tal y como es.
La contaminación lumínica hace referencia a los efectos adversos generados por la iluminación de nuestras lámparas o focos. Desde el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) lo definen como "la introducción directa o indirectamente de luz artificial en el medio ambiente". Una cuestión que preocupa a astrofísicos e investigadores que trabajan en la protección de la calidad del cielo.
Para la población es un concepto nuevo. "No está socialmente aceptado, porque no se concibe como un problema ambiental", explica Alicia Pelegrina, doctora en Ciencias Ambientales y responsable de estrategia y relaciones institucionales de la Oficina de Calidad del Cielo del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA).
Continuar emitiendo luz de forma descontrolada provoca, poco a poco, que la observación astronómica sea más complicada. En septiembre de este año, la Oficina de Calidad del Cielo de Andalucía participó en un estudio que señala que la contaminación lumínica ha aumentado al menos un 49% en los últimos 25 años.
La investigación, que analizó las emisiones de luz entre 1992 y 2017, concluye que la transición a la tecnología de diodos emisores de luz (LED) de estado sólido han generado un gran impacto negativo. Los ledes emiten más luz que las tecnologías de lámparas anteriores, pero los sensores satelitales son ciegos a la luz, por lo que subestiman el nivel de emisiones.
Esto hace que la situación sea más grave de lo esperado. "Podríamos hablar de un aumento que puede alcanzar un 270% a nivel mundial y un 400% en algunas regiones", indica Alejandro Sánchez de Miguel, investigador de la Universidad de Exeter y coordinador del estudio.
Más allá de la Navidad
Para mantener la tradición navideña, de nuevo, las calles y balcones de todas las casas están más iluminadas que nunca. Algo que aumenta la emisión de luz descontrolada hacia la atmósfera.
El IAC recomiendan como alternativa el uso de LED blanco con temperatura de color inferior a 2.700º K
Los expertos coinciden en que es posible concebir estas fiestas de otra manera. Pues lo que más daño produce, según Pelegrina "es la apología que supone el uso de la luz".
"Tenemos un planteamiento de que alumbrar más es un sinónimo de estatus socioeconómico", explica esta ambientalista. Pone como ejemplo a Abel Caballero, alcalde de Vigo, y sus declaraciones sobre la expansión de la iluminación navideña de su ciudad hasta la estación espacial internacional.
Miquel Serrat-Ricart, astrofísico del IAC, mantiene la esperanza en las futuras generaciones y expresa que "ojalá algún día nuestros niños lleguen a entender que es preferible no tener esos adornos y que nuestro planeta no se dañe". Asimismo, desde el instituto recomiendan como una alternativa el uso de LED blanco con temperatura de color inferior a 2.700º K.
Sin embargo, ambos investigadores coinciden en que la contaminación lumínica es permanente. Está presente todos los días del año, no sólo en Navidad. Estas fechas agudizan el problema, pero cuando finalice la fiesta, seguirá latente. La base está en el día a día.
¿Y nuestro reloj biológico?
La contaminación lumínica también impacta en nuestra salud, así lo indica el artículo El lado oscuro de la luz: efectos de la contaminación lumínica sobre la salud humana. En él, expertos señalan que "la luz es el principal sincronizador del sistema circadiano –los cambios biológicos que se producen en un ciclo de 24 horas– y, por tanto, es importante que el día sea día y la noche sea noche.
En las sociedades modernas, el ciclo natural de luz/oscuridad se está viendo alterado por el excesivo uso de luz artificial. Y aseguran que existe "una relación estadísticamente significativa entre la cronodisrupción y el aumento de la incidencia del síndrome metabólico, de las enfermedades cardiovasculares, el deterioro cognitivo, trastornos afectivos y envejecimiento acelerado".
Asimismo, como alternativa, resaltan la necesidad de desarrollar una normativa que regule el alumbrado público, iluminando, simplemente, aquellas zonas en las que sea necesario.
Para aplicar esto dentro de casa y evitar la alteración de nuestro ritmo biológico y reducir la luminiscencia, bastaría con utilizar luces con un color cálido. Y, desde luego, "no usar más de la que necesitamos", recomienda Fernando Jáuregui, astrofísico del Planetario de Pamplona.
El exceso de luz artificial nocturna genera un impacto negativo en la biodiversidad
Canarias, pionera en proteger el cielo
El IAC es uno de los centros públicos pioneros en proteger la calidad del cielo gracias a la aplicación en 1988 de la Ley sobre Protección de la Calidad Astronómica de los Observatorios del Instituto de Astrofísica de Canarias, conocida como la ley del cielo. Una legislación que ha permitido mantener la oscuridad natural del cielo de La Palma, destaca Serrat-Ricart.
Este astrofísico forma parte, actualmente, del proyecto EELabs, que comenzó en 2019 y cuyo objetivo es maximizar la eficiencia energética de las nuevas tecnologías de alumbrado y minimizar su efecto en forma de contaminación lumínica. "La luz no contamina sólo la atmósfera, sino que estamos desperdiciando energía iluminando zonas que no son necesarias", aclara.
Desde el Planetario de Pamplona, Jáuregui habla sobre el cielo de su ciudad, menos contaminado que el de otras, pero que "también ha perdido la belleza por completo". Una belleza que todavía siguen manteniendo los pequeños pueblos, aunque aquellos que están más próximos a las ciudades quedarán cubiertos por la luminosidad de estas.
Para ejemplificarlo, Jáuregui cuenta que en 2016, durante un potente anticiclón invernal, tomaron unas fotografías desde el valle de Belagua (Navarra) y detectaron algo sorprendente: fotones de luz provenientes del Corredor del Henares. "Eso significa que a 370 km somos capaces de detectar contaminación lumínica proveniente de otras ciudades", añade.
Esto demostró que cuando más se expande una superficie urbanizada, "más se extiende la mancha de luz que afecta al cielo".
La desaparición de los insectos
El exceso de luz artificial nocturna (LAN) genera un impacto negativo en la biodiversidad y las especies de hábitats nocturnos se están viendo completamente afectadas. Pelegrina señala la amenaza que supone para los insectos, "las luces blancas tienen efecto aspirador, los atraen y mueren".
Pero también puede ocurrir que los depredadores que se alimentan de ellos, como las lagartijas, vean cómo se desequilibra su alimentación. Comen y tienen a su disposición más insectos que en condiciones normales en su ecosistema.
Para concienciar sobre esto, Pelegrina habla sobre el impacto negativo que supone para la supervivencia de las luciérnagas. Esta especie depende de la bioluminiscencia para poder atraer a sus parejas. Para reproducirse, las hembras emiten una luz y el macho, al percibirla, consigue encontrarla. Debido a la contaminación lumínica, se perturban sus signos de apareamiento, el macho "cada vez está siendo menos capaz de verla", explica.
El exceso de luz artificial afecta a los ecosistemas y a nuestra salud. Respetar la oscuridad de los cielos es prioritario. Ya lo proclamó la UNESCO en su declaración universal de los derechos de las generaciones: "Las personas de las generaciones futuras tienen derecho a una Tierra indemne y no contaminada, incluyendo el derecho a un cielo puro".