Pocos discuten sobre la objetividad de los números. Domènec Melé, profesor de Ética Empresarial del IESE Business School, matizaba, sin embargo, que no siempre una cifra cierta equivale a una cifra objetiva. En el caso de África, los números pueden ser, además, profundamente injustos.
Es el continente con mayor auge demográfico. Este siglo sobrepasará los 2.000 millones de habitantes y ya supone el 18% de la población mundial: casi una de cada cinco personas que habitan el planeta es africana. Sin embargo, la región es sólo responsable del 3% de las emisiones globales de efecto invernadero y la principal víctima del otro 97%, la mayoría, de los países industrializados. Según un informe del Banco Mundial, en 2050 será el continente más afectado por el cambio climático, con unos 115 millones de desplazados.
Este panorama, extensible a la mayoría de los países en desarrollo, hace que el curso de la transición energética se vuelva extremadamente incierto, por más que las agendas internacionales pretendan lo contrario. Especialmente en las zonas en las que coincide su falta de industrialización con una explosión demográfica, la falta de fondos y apoyo para la implantación de energías renovables puede suponer que se abracen definitivamente al carbón.
África es sólo responsable del 3% de las emisiones globales de efecto invernadero y la principal víctima del otro 97%
La última COP26 dejó a la vista las costuras de una desidia internacional, especialmente la de los países desarrollados, que dista mucho de lo que necesita el sur del planeta. Aún no se ha alcanzado la meta de transferir los 100.000 millones de dólares anuales (unos 89.000 millones de euros) que la ONU estipuló necesarios para que los países en vías de desarrollo puedan realizar una transición a las renovables y al mismo tiempo adaptarse a los impactos del cambio climático. Y nadie asegura que esto vaya a materializarse en la próxima cumbre de Egipto.
“Los países en desarrollo han tenido que mostrar ya sus planes para lidiar con el cambio climático, tanto en transición como adaptación”, explica la responsable de Clima y Energía de WWF España, Mar Asunción. “Muchos países presentan un plan condicionado, en el que se comprometen a una reducción de emisiones proporcional a los recursos de los que disponen. Con más recursos, podrían comprometerse a implantar infraestructuras de energías renovables, y para eso necesitan un apoyo económico y tecnológico”.
Y añade: “Los países desarrollados ya tienen las infraestructuras, y sólo deben centrarse en la reducción. Los que están en vías de desarrollo deben empezar casi desde cero y su prioridad es el acceso a la energía, y por eso, si no tienen los fondos ni las herramientas necesarias, lo harán con carbón. Esa transferencia de recursos económicos y tecnológicos es fundamental para cumplir los objetivos internacionales para contener el calentamiento global”.
Facilitar la implantación de renovables en países por industrializar no sólo es una necesidad ecológica; también puede ayudarles en su desarrollo. “La producción de energía local es algo inevitable si apostamos por un futuro sostenible y justo”, mantiene Antonio Turiel, científico e investigador del CSIC. “Se trata de recuperar procesos que se hacían en el siglo XX y es algo muy redistributivo, porque el aprovechamiento local de la energía renovable tiene la ventaja de que no se puede transportar a otros territorios, es por tanto un aprovechamiento descentralizado que crea riqueza localmente”. El experto lamenta: “Pero los grandes capitales, hoy, quieren todavía un modelo de concentración”.
En esta línea, la experta de WWF España apunta: “Los países en vías de desarrollo son justo los que tienen muchos recursos renovables. Muchos de ellos están en zonas con una insolación muy elevada y por tanto la fotovoltaica es muy factible. También la eólica. Lo lógica es que se invierta en eso, y no en combustibles fósiles que es justo de lo que carecen muchos de estos países, que los tienen que importar con el coste que eso supone, y además los vuelve dependientes”.
Una oportunidad de negocio
La economía verde y sus beneficios (no medioambientales, sino crematísticos) es un concepto hoy plenamente asimilado por el sector financiero, por eso es difícilmente comprensible que no haya ya inversiones masivas en países en los que está aún todo por hacer. “El descenso general del precio de las energías renovables está abriendo una oportunidad clave para el desarrollo en África, algo que el Consejo Mundial de Energía (WEC) insta a aprovechar cuanto antes”, declaraba hace poco su secretario general, Christoph Frei.
Es una realidad que esas inversiones ya se están haciendo hoy en día por grandes multinacionales, pero muchas conllevan siempre algún interés adicional. “Aunque a un ritmo menor de lo que estamos viendo en Europa, ya existen empresas realizando grandes inversiones en países en desarrollo para la transición energética… A todas luces insuficiente”, advierte Javier Raboso, portavoz de Greenpeace España.
“Especialmente las empresas de combustibles fósiles o energéticas llevan a cabo el llamado greenwashing (lavado verde): por un lado se llenan la boca diciendo que están estableciendo planes para la reducción de emisiones, e invierten en energía limpia en Europa al mismo tiempo que promocionan proyectos gigantescos de combustibles fósiles en África. Es una dicotomía que nos condena a todo el planeta y vulnera el derecho a una energía limpia en todo el continente africano”, opina.
Y pone el ejemplo de British Petroleum (BP): “Hace gala de todas sus políticas de energías limpias, pero por otro lado plantea un proyecto de exploración de yacimientos gasísticos en la costa de Senegal, en el arrecife de coral de agua fría más grande del planeta. Hablamos de miles de toneladas anuales de CO2, mientras ellos hablan de sus planes de descarbonización en países desarrollados”. La empresa francesa TotalEenergies, por su parte, ha presentado su proyecto EACOP, un oleoducto desde Uganda hasta Tanzania para crear un centro global de explotación de recursos petroleros.
África sobrepasará este siglo los 2.000 millones de habitantes y ya supone el 18% de la población mundial
Mercadear con el calentamiento global
“El artículo 6 del Acuerdo de París, que regula los mercados de emisiones, es otro de los palos en las ruedas para una transición energética justa en los países en desarrollo. Permiten realizar proyectos y colaboraciones público-privadas para el descenso de emisiones, pero eso supone que si hacen un desarrollo renovable en un sitio, en otro de un país del sur se lo pueden descontar”, explica el responsable de Cambio Climático de Ecologistas en Acción, Javier Andaluz.
Y alerta de efectos perniciosos incluso de los propios proyectos de energías verdes. “Han surgido problemas como la ocupación de derechos sobre tierras. Por ejemplo, al instalar un parque de molinos eólicos en terrenos de México que ya estaban habitados o usados agrícolamente por poblaciones indígenas. Esto lleva a vulneración de derechos humanos”.
Apartheid climático
“El gran problema en el funcionamiento de Naciones Unidas respecto al Acuerdo de París es que se sigue basando en acuerdos voluntarios. Como no hay una obligación clara de financiar, por ejemplo, en proporción al PIB de un Estado, se siguen presentando compromisos que no llegan”, advierte Andaluz.
Esto se traduce dramáticamente en cifras: según los científicos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), para que la temperatura global no suba más de 1,5ºC este siglo las emisiones totales de gases de efecto invernadero deben reducirse un 45% en 2030 respecto a 2010. Con los compromisos adoptados hasta ahora por los países del Acuerdo de París, ese año habría un 13,7% más. Y eso, sin contar con la posibilidad real de que África, el continente más poblado, comience a industrializarse y no tenga el soporte financiero y tecnológico para hacerlo por la vía de las renovables.
“Hay que disociar el crecimiento poblacional del desarrollo económico e industrial”, matiza Raboso. “En África hay mucha población y seguirá creciendo, pero el nivel de consumo y emisión per cápita es infinitamente más bajo que en países del norte global”. Y apunta al problema real: “Tiene, por tanto, más que ver con este modelo de crecimiento en el que estamos instalados desde hace 30 años, que supone un crecimiento exponencial en el consumo de recursos y en emisiones. Es más importante el modelo económico de una población que su magnitud. En Estados Unidos, una sola persona emite mucho más y consume muchos más recursos que comunidades enteras de África, y no es probable que eso se dé la vuelta este siglo”.
Algunos expertos hablan ya, en este sentido, de un posible apartheid climático que acentuará aún más la pobreza y desigualdad en el mundo. Es el caso de Philip Aston, relator especial sobre Extrema Pobreza y Derechos Humanos de la ONU, que advierte de “un escenario en el que los ricos pagan para escapar del sobrecalentamiento, el hambre y los conflictos, mientras que el resto del mundo tiene que conformarse con sufrir”.
Existen hoy ejemplos de que no es una idea en absoluto descabellada. “San Francisco tiene una capacidad de recursos ingente, y ya tiene planes de adaptación para la ciudad, que se está transformando para la realidad que viene con la subida del nivel del mar. Esto no existe en Etiopía, que afronta la sequía más persistente de su historia”, explica Raboso.
El politólogo Sami Naïr aboga por no seguir dejando el futuro del planeta en “declaraciones de buena voluntad”, y crear “un consejo de seguridad económico y ecológico en el marco de la ONU para emprender estrategias globales eficaces”. Pero lamenta que “los países mas poderosos, el G7, no quieren avanzar en este sentido”.
Algunos expertos hablan de un posible apartheid climático que acentuará aún más la pobreza y desigualdad en el mundo
Naïr añade: “Esta claro que el cambio climático tiene consecuencias directas y letales para una porción cada vez mas importante de la población mundial, especialmente las de Africa y América Latina. Las migraciones climáticas afectarán pronto a millones de personas que ejercen una presión legítima sobre los países capaces de protegerse, relativamente, de este cambio climático. Precisamente los países más industrializados y al mismo tiempo responsables de su situación, tenemos la oportunidad de evitar esto, siquiera egoístamente, pero no se está haciendo”.
Y culmina con una reflexión: “Personalmente, no creo en una lucha contra el cambio climático que no se acompañe de la lucha contra la mercantilización generalizada de los recursos naturales. El sistema en que vivimos considera la naturaleza como una mercancía, y es esta mirada la que hay que cambiar, desarrollando un derecho de preservación de la bioesfera que sea vinculante y coaccionante, además de una ayuda internacional definitiva a las regiones necesitadas en el planeta”.