Desde el pico del Everest hasta el punto más profundo del océano. Los microplásticos viajan a una velocidad de vértigo y se cuelan por los rincones más inusitados del planeta, como una plaga silenciosa. El límite de estos contaminantes se ha sobrepasado hasta tal punto que, de acuerdo a una investigación publicada ahora en la revista Environmental Research, han aparecido, por primera vez, unas partículas aún más pequeñas y peligrosas en los dos polos de la tierra: las nanopartículas.
Las regiones polares son el termómetro del cambio climático, pero también de la contaminación que soporta el planeta. Que las partículas de plástico lleguen a zonas mayoritariamente deshabitadas es una señal de alarma, porque estos datos indican que el impacto de este material es mayor de lo esperado.
En zonas como Groenlandia, el análisis llevado a cabo por los investigadores participantes en el estudio ha determinado que al menos una cuarta parte de las partículas de plástico provenían de los neumáticos de los vehículos. El polietileno (PE), otro tipo de nanoplástico utilizado en envases o bolsas de un solo uso, suponían la mitad de las muestras recogidas en esta región polar del norte. Se cree que, en su mayoría, provienen de las ciudades de América del Norte y Asia, arrastrados por el viento.
En Groenlandia, una cuarta parte de las partículas de plástico provienen de los neumáticos de los vehículos
Un dato importante es que esta contaminación se encontró en capas de hielo que datan de los años 60. Al tomar muestras de hasta 14 metros de profundidad encontraron que, al menos, desde hace más de 50 años se está contaminando esta región remota cercana al polo norte.
Un cóctel químico que ha llegado hasta la otra punta del planeta: la Antártida. Allí, incluso, las nanopartículas detectadas multiplican por cuatro las encontradas en Groenlandia, con hasta 52,3 y 13,2 nanogramos por mililitro de hielo, respectivamente. De nuevo, el polietileno es el nanoplástico más abundante hallado en más del 50% de la masa de hielo marino antártico.
En este caso, los autores señalan que la fuente de contaminación principal de esta región polar del sur es el agua del mar. También señalan que la contaminación puede verse potenciada en esta zona porque el proceso de formación del hielo marino en la Antártida puede ayudar a concentrar las partículas de plástico.
En el hielo antártico también se encontró otro tipo de nanoplástico: el polipropileno (PP). Presente en elementos como tuberías o envases, se halló una concentración de 20,7 nanogramos por milímetro de hielo en la parte superior y nueve en la parte inferior. Estos datos vienen a corroborar otras investigaciones anteriores que demostraban que el mar de Ross y el hielo marino de la Antártida estaban contaminados con microplásticos de tipo PE y PP.
Microplásticos que respiramos en casa
Las dificultades de reciclaje, su baja capacidad de degradación y, sobre todo, la superproducción de los plásticos en el planeta favorecen su acumulación a lo largo y ancho del planeta. Sólo entre el año 2000 y 2015, la generación de este material químico, proveniente de los combustibles fósiles, ha aumentado un 79%.
Como consecuencia, la erosión progresiva de todos estos residuos da lugar a fragmentos más pequeños que se conocen como microplásticos, de entre 100 nanomilímetros y 5 milímetros.
La literatura científica sobre la circulación de estos materiales microscópicos en la Tierra es amplísima. Las últimas investigaciones señalaban la presencia de microplásticos en las heces de los pingüinos de la Antártida o en el mismo aire que rodea al Everest (a unos 8.850 metros de altitud). También en el punto más profundo del océano, en la Fosa de las Marianas en el Océano Pacífico occidental.
Sin ir tan lejos, es de sobra conocido en la comunidad científica que las personas ingerimos y respiramos microplásticos cada día. Preocupan, por este motivo, el hallazgo de nanoplásticos en las regiones polares, porque, de momento, se desconoce qué impacto pueden tener en la salud estas nanopartículas más pequeñas y tóxicas.
Recientemente, una investigación realizada por científicos de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido) reveló que estábamos respirando 100 veces más microplásticos en nuestros hogares que lo que se había estimado anteriormente. Es decir, cada día, se podrían estar respirando entre 2.000 y 7.000 microplásticos.
Cada día, se podrían estar respirando entre 2.000 y 7.000 microplásticos
El efecto de estos materiales microscópicos en el organismo puede tener efectos tóxicos, aunque se desconoce de qué tipo. Según una revisión publicada en Science sobre los microplásticos, estos viajan desde la cavidad intestinal a los sistemas linfático y circulatorio, lo que provoca una exposición sistémica a ellos y acumulación continuada en tejidos que incluyen órganos como el hígado, riñón y cerebro.
Los estudios en cultivos de células humanas y en roedores realizados hasta la fecha indican que, entre otros efectos, la ingesta o inhalación de estos materiales pueden conducir a un estrés oxidativo, secreción de citocinas, daño celular, reacciones inflamatorias e inmunes y daño al ADN, así como efectos neurotóxicos y metabólicos.
Los últimos datos reflejan que se ha superado el umbral planetario perteneciente a los compuestos químicos y, entre ellos, los plásticos. Por este motivo, la comunidad científica pide acciones urgentes para reducir sus daños y su impacto no sólo sobre el medio ambiente, sino también sobre la salud de las personas.
Consideran que aún estamos a tiempo de conseguir una economía circular real mediante el cambio en el diseño de materiales y productos hacia otros reciclables, y la mejora en el control de seguridad y sostenibilidad de estos materiales.