La infancia tiene una parcela privada en la memoria. Es la sala VIP de los recuerdos, la foto en movimiento que siempre nos gusta ver primero al abrir la galería. La infancia es fantasía y colores pastel, el tiempo transcurriendo despacio y las cosas pareciendo más grandes de lo que realmente son.
Esa etapa vital tan determinante también es el eje de Live is life, la gran aventura; la última película de Dani de la Torre (Monforte de Lemos, 1975). “La infancia tiene inconsciencia, felicidad, sueños, no saber dónde vas a ir. Lo real en ese momento es tu pandilla y tus amigos […] Es verdad que también tiene experiencias negativas, como ver morir a alguien a quien quieres, pero sigues soñando, sigues teniendo esa protección de tus padres y tu familia”.
Live is life vuelve a la mitad de la década de los años 80, para contar la historia de cinco chicos que transitan por ese momento nebuloso en el que se pasa de la niñez a la juventud y los problemas empiezan a ser algo real.
Durante ese verano inolvidable, la amistad entre ellos será el aliado más fuerte con el que contarán para luchar contra aquello que amenaza con separarlos. La magia de la inocencia llena una atmósfera en la que también hay aventuras y antiguas leyendas, templarios y hogueras en la noche de San Juan, una flor con poderes extraordinarios y kilómetros de pedaleo en bicicleta.
Para Rodri, el protagonista, el colegio acaba en Cataluña y el verano empieza en el pueblo gallego donde crecieron sus padres. Esa vuelta a las raíces de su familia también ha sido un viaje de regreso para el director de la cinta: “He vuelto de una manera diferente, y sobre todo he vuelto para entenderme. A través de la película he comprendido muchas cosas […] Volver a esas bicis y a esos amigos ha hecho que me encuentre a mí mismo”.
En esa transición, de niño a adulto, tampoco suelen tenerse las cosas muy claras y lo más habitual es sentirse perdido. De la Torre también tuvo esa sensación antes de asomarse al cine, cuando por fin empezó “a conectar con un mundo que me gustaba de verdad y luché con todas mis fuerzas para entrar de cabeza en él. Yo soy muy soñador, siempre lo he sido, si no sueño me muero”.
Su vuelta a la infancia a través del filme ha sido emocional y muy sensorial, pero no cierra la puerta a que su camino pueda desembocar en sus orígenes: “Me encanta Madrid, pero también me encanta volver a mi tierra. De todos modos, lo único que me preocupa ahora es estar junto a la persona que quiero, y me da igual si eso es en Galicia o en Honolulú”.
Un entorno de cine
Además de la historia que se desarrolla a lo largo del metraje, otro de los elementos troncales de la película son los lugares en los que está rodada, y que convierten el paisaje en un personaje más de la historia.
Aunque hay varias localizaciones, el protagonismo se lo lleva la Ribeira Sacra, un enclave natural entre Lugo y Ourense, y donde confluyen los ríos Miño, Tui y Sil, este último dividiendo ambas provincias. El entorno es el mejor aliado del departamento de arte, y cada escenario ha sido cuidadosamente elegido.
En esa selección trabajó el director de fotografía y operador de cámara Manuel Valcárcel, que relata lo difícil que fue conseguir que finalmente se rodara en la Ribeira Sacra: “Queríamos un ambiente de verano, pero llegamos a ver la localización en noviembre, cuando llovía casi todos los días y apenas salía el sol […] Además tuvimos problemas con el tema de la luz, porque esto está entre montañas y el sol tarda más en asomar del todo que en las zonas de valle”.
Valcárcel destaca la importancia que desde el primer momento tuvo para Dani de la Torre grabar en Galicia, y desvela que Vigo fue la opción elegida para recrear la Barcelona de los 80.
En el corazón de la Galicia interior los cañones van quedándose a los lados de una maraña de carreteras empinadas, y entre los árboles rodeados de nubes bajas comienzan a verse escaleras de vides subiendo por las laderas de los cerros.
Esos bancales integran una de las principales actividades económicas de toda la comarca: la industria del vino, con una enorme proyección internacional. De las vides emparradas en pendiente viven múltiples bodegas de la zona, y la dificultad de su recolección ha provocado que a toda esta actividad se la denomine viticultura heroica.
Una de esas bodegas es Regina Viarum, que está a unos 40 minutos en coche desde Ourense. Lleva más de 20 años recogiendo uva y embotellando vino —es la tercera en producción de la Ribeira Sacra—, y es la quinta vez consecutiva que recibe el premio a mejor bodega de recolección en montaña.
Uvas de montaña
Su gerente, Iván Gómez, expone que sus viñedos crecen a 500 metros de altitud y en una inclinación de hasta 45º. El adjetivo heroica se explica porque “esto es casi todo manual, prácticamente no hay mecanización. Se hace todo a mano, desde la poda hasta la vendimia, el cuidado con productos fitosanitarios…”.
Aun así, la orografía no es el único inconveniente para trabajar las viñas. Gómez remarca que “es difícil conseguir personal y mano de obra, porque esto es una zona rural y hay mucha gente mayor”. Además, “no puede hacerlo todo la misma persona. Tiene que haber gente que se ocupe de vendimiar y gente que se ocupe de cargar las cajas con la uva cortada y subirla”.
“Es difícil venir a contar una historia y que el entorno no tenga presencia y empaque”, afirma De la Torre, que no dudó en aprovechar la perspectiva de los bancales para rodar varias secuencias de Live is life. Con todo, destaca que el equipo tuvo múltiples problemas “para trasladar todo el material y para estacionar. Tuvimos que hablar con los vecinos para alquilarles las fincas y poder aparcar”.
Casi 50 kilómetros al noroeste, en el Concello de Chantada, un catamarán espera en el muelle que hay a los pies de un edificio que “tiene 300 años”. Quien hace esta afirmación es Martín Martínez, el propietario de la bodega Ecosacra, que rehabilitó el lugar “hace tres años y medio, pero manteniendo la idiosincrasia del lugar”.
Además del olor de la madera empapada en vino, parte de la ladera se mete en el interior del recinto. Martínez aclara que esto se debe a su intención de preservar “el espíritu de las antiguas bodegas de guarda, que se emplazaban en zonas boscosas y semienterradas para que el vino tuviese la humedad justa y la temperatura idónea”.
'El lugar más puro’
Remontando el río Miño en el catamarán se llega a varios de los lugares donde se rodaron escenas clave de la película. Playa da Cova es uno de ellos, allí los protagonistas de la historia consiguen escapar de sus perseguidores. “Fue una de las secuencias más complicadas y emocionantes”, apunta Valcárcel.
Un poco más adelante está la aldea de A Míllara, el sitio donde se recrea el pueblo en el que veranea Rodri. En la misma ribera también está el puente de Portotide, que en la cinta simboliza la entrada a Galicia.
Tierra adentro Valcárcel hace un recorrido verbal por los sitios más importantes que componen la escenografía de Live is life, como Pena do Castelo y Souto Chao en la Ribeira del Sil, San Pedro de Rochas en Ourense, el Cabo do Mundo o la Sierra do Courel, “el lugar más puro de Galicia a nivel naturaleza. Es el gran desconocido porque está bastante aislado y no se le da el bombo que se merece. Es un lugar mágico”.
Estreno con retraso
Desde que se rodó en 2020, el estreno de Live is life ha sido aplazado en varias ocasiones por culpa de la pandemia. Estaba previsto que la cinta se estrenase durante el verano de 2021, pero en ese momento las salas de cine aún contaban con restricciones de aforo, por lo que los responsables de la película decidieron esperar a que la situación se normalizase.
Este es el tercer largometraje de Dani de la Torre, después de que en 2015 debutase con El desconocido, el mayor éxito en la taquilla española de aquel año. Después llegó La sombra de la ley, donde el realizador tuvo un acercamiento al cine negro, recreando la Barcelona de principios de siglo.
Galicia estuvo presente en ambas películas, con escenas rodadas en localizaciones de A Coruña y su Monforte de Lemos natal. Finalmente, y a pesar de las dificultades por la emergencia sanitaria, ha llegado Live is life, donde lo importante, como dice el propio De la Torre, “es juntarnos, reírnos y sentirnos vivos”.