La España de la tierra quemada: el riesgo de que tu casa quede atrapada por un incendio forestal
Muchos de los 'puntos negros' de nuestro país se encuentran en Zonas de Alto Riesgo (ZAR) de incendios que no cuentan con un plan de prevención.
12 junio, 2022 02:01Una simple chispa puede iniciar una catástrofe de grandes dimensiones. Sobre todo allí donde la línea entre el bosque y la población se diluye. Casas aisladas en la sierra o urbanizaciones que comparten espacio con masas forestales en zonas costeras y de interior se enfrentan cada año a un riesgo mayúsculo.
Como reconoce Raúl de la Calle, secretario general del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales (COITF) desde hace más de 20 años, “España puede tener su particular tragedia griega”. El caso de la costa de Ática en el verano de 2018, en Grecia, fue paradigmático. Tras una oleada de incendios forestales, las llamas se cobraron la vida de al menos 100 personas y otras 700 tuvieron que ser evacuadas.
El fuego se volvió imparable y convirtió aquel episodio en uno de los más mortíferos del país. Este es un escenario que se puede repetir en España. Los expertos cruzan los dedos porque no suceda en los puntos negros de nuestro territorio. Cada verano, con la llegada de las altas temperaturas, observan con atención zonas como las Islas Baleares, la Costa Brava, la Costa del Sol o la Comunidad Valenciana.
También otros puntos del país, donde la casuística del lugar les envuelve en un halo de peligro, como el cuadrante noroeste o provincias del sur como Huelva. Muchos de estos lugares, con una importante masa forestal, se encuadran dentro de las Zonas de Alto Riesgo (ZAR) de incendios. Hoy en día, y según los datos recopilados de las distintas comunidades autónomas, al menos unas 3.768 localidades de los 8.131 municipios del país (el 46,3%) se han definido como ZAR.
Y esto en un contexto en el que los incendios en España se cuentan por miles cada año. Muchos se quedan en conatos, fuegos que no superan la hectárea gracias al trabajo de los equipos de extinción. De acuerdo con las estadísticas del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), en el último año, tan sólo se produjeron 2.914 incendios de un total de 8.780 siniestros.
Pero el problema surge cuando esos focos, que sí superan la hectárea, crecen y crecen hasta generar grandes incendios. En 2021, los datos provisionales del MITECO reflejan que se originaron al menos 18 grandes fuegos superiores a 500 hectáreas.
Algunos tan graves como el de Sierra Bermeja (Málaga), que arrasó casi 10.000 hectáreas, o el de Navalacruz (Ávila), con una superficie de 22.000 hectáreas afectadas. Datos que engordan la estadística nacional, por la que la masa forestal quemada en los últimos 10 años asciende a algo más de un millón de hectáreas.
Así las cosas, el verdadero problema no son tanto las hectáreas arrasadas que, en mayor o menor medida, acaban recuperándose con el paso del tiempo. El temor real surge cuando amenazan zonas donde existe población muy cercana al medio natural y los planes de prevención brillan por su ausencia. Un informe de Greenpeace señalaba que en torno al 80% de los municipios en zonas de alto riesgo de incendios no cuenta con estos planes.
“Esa es la realidad”, reconoce De la Calle, quien asegura que aunque ha ido mejorando en los últimos años, aún queda mucho trabajo por hacer. “La Comunidad Valenciana, por ejemplo, ha insistido en que se tengan estos documentos de prevención, pero hay que ir a la segunda parte: no sólo hay que tenerlos, hay que ejecutarlos”, insiste el experto.
No se trata de un capricho del sector forestal, ni mucho menos. Desde 2003, se convirtió en una obligación recogida por la Ley de Montes. “Los medios de extinción no pueden asumir toda la responsabilidad y no pueden ponerse en una situación de riesgo continuo, sobre todo si se ha observado que no hay las mínimas normas de autoprotección y prevención”, denuncia De la Calle. Subraya que “no sólo se trata de un problema medioambiental, sino de seguridad nacional”.
Además, como recoge la Directriz Básica de Planificación de Protección Civil de Emergencia por Incendios Forestales, es obligatorio que existan planes de autoprotección. Sobre todo de empresas, núcleos de población aislada, urbanizaciones o campings que se encuentren ubicados en zonas de riesgo.
“Desgraciadamente, no es raro encontrarse con alguna urbanización o algún lugar que no haya hecho los deberes”, lamenta De la Calle.
La Fiscalía especializada en medioambiente y urbanismo ya ha puesto sobreaviso a los Ayuntamientos en varias ocasiones por la falta de prevención de lucha contra incendios. La ausencia de estos planes en el momento en que se origina el fuego puede acarrear responsabilidades penales.
"No hay cultura del riesgo"
Los vecinos deben saber cómo actuar, las bocas de incendio deben estar a punto, las urbanizaciones tienen que estar preparadas y, entre otras cosas, debe existir una limpieza de la vegetación en los alrededores de zonas pobladas. Este tipo de actuaciones pueden evitar grandes desgracias.
Un estudio publicado por el MITECO señala que existe un importante proceso de interfaz alrededor de los grandes núcleos urbanos en las cercanías de terrenos forestales, acentuado por el hecho de la presencia de zona montañosa y zona costera. Se hace “muy patente” en las provincias de Madrid, Gerona, Barcelona, Málaga, Pontevedra, Coruña, Baleares y algunas zonas de Valencia, Castellón, Cádiz, Granada, Asturias y Cantabria.
Además, el informe puntualiza que el desarrollo urbanístico en la costa mediterránea se encuentra con las áreas forestales allí donde la presencia de zona montañosa coincide o está cerca de la zona costera. Esta casuística, señalan, es especialmente notoria en Málaga, Castellón, Barcelona, Gerona y Baleares, así como en algunos puntos de las Islas Canarias.
Como apunta el secretario general del COITF, “no hay cultura del riesgo”, porque “la gente cree que eso [un incendio forestal que llegue a sus casas] no les va a pasar y allí no va a suceder”. Pero el fuego o, al menos, el humo, llega.
En el siguiente mapa se observan los focos detectados por satélites de la NASA por año.
Antes de que esto suceda, las autoridades van casa por casa evacuando a los vecinos de las localidades o viviendas en riesgo. Personas que no saben si podrán volver o el fuego consumirá sus recuerdos. “Un incendio forestal puede ser realmente destructor. Cada vez son más potentes y hacen más daño. Flaco favor hacemos si no prevenimos”, insiste el experto.
José Ramón González Pan, ingeniero forestal del COITF, apunta que, además del fuego, “en muchos pueblos, uno de los grandes problemas es el humo. Intoxica a la gente”. Así lo comprobaron decenas de expertos de todo el mundo en una investigación publicada en The Lancet Planetary Health.
Cuando se produce un incendio forestal, las partículas que liberan se mantienen en la atmósfera y pueden viajar hasta 1.000 kilómetros de distancia. Penetran sin problemas en los pulmones y en la sangre. En España, las muertes atribuidas al año por respirar este humo de los incendios ascienden a unas 234. En el mundo, 33.500.
Quemas prohibidas
En nuestro país no se está actuando sobre el paisaje. El abandono progresivo de la actividad rural, aquella que trabajaba los terrenos y evitaba un crecimiento de la vegetación continuo y descontrolado, está desapareciendo en muchas zonas de la España vaciada. Tradiciones como la recogida de leña o el pastoreo extensivo se están abandonando.
La paradoja de la extinción habla de que a pesar de que nuestro territorio cuenta con uno de los mejores equipos de lucha contra incendios, año tras año, el monte sigue creciendo. “Tenemos una continuidad de vegetación que puede provocar incendios muy intensos y catástrofes de grandes dimensiones”, asegura De la Calle.
Lo que es cierto es que existen particularidades en nuestro país. En zonas del Mediterráneo, predominan las herbáceas y los matorrales, plantas que arden con extrema rapidez y se propagan a velocidades temibles. O, por ejemplo, en el cuadrante noroeste existe toda una cultura del fuego.
El sector ganadero solicita a las administraciones quemas controladas en sus fincas y zonas de pastoreo para revitalizar el terreno. Siempre se hacen en ventanas meteorológicas adecuadas en las que las temperaturas sean bajas y exista una humedad relativa del aire apropiada. En la cornisa cantábrica se suelen hacer en el primer trimestre del año e, incluso, en el mes de diciembre.
Sin embargo, estas quemas controladas y supervisadas por las autoridades se han prohibido este año por la reciente normativa de residuos. Una decisión que se ha tomado en base a los datos. Es un hecho que el cuadrante noroeste es el que acumula mayor frecuencia de incendios en nuestro país.
Desde el COITF han alertado de lo peligroso de la medida. Sólo en Galicia se realizan unas 300.000 solicitudes diarias y, en total, asegura González Pan, entre los meses de octubre y abril, se llegan a autorizar medio millón de quemas.
“La palabra prohibir es muy bonita para ponerla en un papel”, cuenta el experto. Y explica: “Ahora van a pasar dos cosas: que las quemas se harán a escondidas o va a aumentar la vegetación seca donde normalmente no hay, y esas discontinuidades que ayudaban a que no haya incendio se van a traducir en combustible disponible para el fuego”.
De la Calle apunta además a otro aspecto importante. A su juicio, el hecho de que se produzcan incendios por quemas en los primeros tres meses del año se debe, en parte, al coeficiente de admisibilidad de pastos relacionado con las ayudas de la Unión Europea. Como explica, cuanta más superficie de pasto se tenga, mayor es la subvención que se recibe.
El problema es que cuando alcanza una determinada altura, queda fuera de ese coeficiente. Como señala el experto, estos incendios “tienen mucho que ver con esas ayudas de la Política Agraria Común (PAC)”, porque “se sabe que esos siniestros benefician a algunos y es entonces cuando esos incendios se producen”.
No obstante, aunque detrás de muchos de los incendios del norte esté el colectivo ganadero, cuenta De la Calle, no quiere decir que todos quieran ver el monte arder. Puntualiza que, muchas veces, “lo único que buscan es provocar un incendio en su finca o donde vaya a estar su cabaña ganadera”, pero el fuego acaba descontrolándose.
Galicia y Asturias
“No hay que olvidar que el verdadero drama, tanto ecológico como económico como social, comienza en el minuto uno después de apagar el incendio forestal”, reconoce De la Calle. Muchos gallegos y asturianos recordarán el fatídico 13 de octubre de 2017.
Aquel día se desataron cientos de focos por todo el cuadrante noroeste. Se vieron afectadas localidades de Asturias, del norte de Castilla y León, de Galicia y una gran parte de Portugal. Fuegos separados, pero simultáneos que arrasaban los bosques como un sólo megaincendio. Aquel año, ambos países atravesaban una sequía de las más intensas.
A menudo que pasaban los días, devoraban más hectáreas. Fue el peor de la década para la comunidad gallega. El 80% de las 62.000 hectáreas arrasadas sólo en Galicia ardieron en dos días. En Asturias, el humo apenas dejaba amanecer. Al menos, hasta el 17 de octubre, cuando se dieron por controlados los incendios, se quemaron otras 12.825 hectáreas.
Detrás de estas cifras de catástrofe, se escondió otro drama. Cuatro personas fallecieron en los incendios de Galicia. Como informaron en su día medios locales, dos octogenarias, de la localidad de Nigrán, en Pontevedra, murieron cuando trataban de escapar de las llamas que devoraban su municipio. En la huida, con la furgoneta ya en marcha, un pino ardiendo cayó sobre el vehículo. No tuvieron escapatoria.
Tampoco consiguió salvarse otro hombre de 78 años, de la localidad Carballeda de Avia, en Ourense. Cuando el fuego se acercaba, trató de salvar a los animales que guardaba en una cuadra. Las llamas avanzaron imparables y les atraparon a todos en cuestión de minutos.
La última víctima de aquellos días negros de octubre fue otro vecino, de unos 70 años, de San Andrés de Comesaña, en Vigo. Se cayó por un terraplén mientras intentaba apagar con una manguera el fuego que afectaba a la casa de su vecina. El hombre falleció en una ambulancia de camino al hospital.
Son las caras de la tragedia que, muchas veces, nos es ajena. Es algo que vemos en las noticias y que pensamos que nunca va a suceder, pero ocurre. Aún hoy se desconoce su causa de aquella oleada de incendios, pero todo apunta a varias negligencias.
El coste humano, además, da paso a un coste económico importante y también ecológico. Aquellas tierras de cuyo trabajo dependen familias se ve arrasado y la naturaleza se toma sus tiempos para restaurarse. Aún siguen notándose los efectos de aquella catástrofe. Como recogen medios locales, se llegaron a verter hasta 60.000 toneladas de cenizas en la ría de Vigo.
Como asegura González Pan, zonas de matorral y herbáceas pueden crecer en pocos años, en unos cinco años. Pero otras especies de árboles y vegetación que estuviera más madura, pueden tardar en volver a crecer hasta siete décadas.
Navalacruz
El incendio de Navalacruz acabó por arrasar más de 22.000 hectáreas. Muchas de gran valor ecológico, comprendidas en la Red Natura 2000. El 14 agosto comenzó lo que se ha calificado como el peor incendio de la historia de la región. Ocurrió después de que se incendiara un vehículo en una carretera comarcal.
Uno de los técnicos del servicio medioambiental de Ávila consultados por este periódico cuenta que Ávila tiene mucho riesgo de incendios. “El valle del Tiétar tiene mucha vegetación, una cantidad de población impresionante, y hay mucha gente que viene de otras zonas en los fines de semana y siempre hay negligencias”, asegura.
En este incendio no hubo víctimas, pero el fuego avanzó imparable. Se evacuó a al menos 800 personas. Muchas de ellas se llevaban las manos a la cabeza. El fuego estaba devorando sus terrenos. Para muchos ganaderos, esas tierras eran su sustento de vida.
Como explica el técnico, con este incendio de Navalacruz, uno de los problemas fundamentales fue la falta de medios, porque afectaba a muchos pueblos. La máxima prioridad de los equipos de intervención es salvar la vida de las personas, después las infraestructuras y, por último, el medio natural. En este caso, el fuego se extendió por los montes con relativa rapidez.
Jesús Martín, alcalde de Solosancho –una de las localidades afectadas–, recuerda con terror aquel incendio que terminó extinguiéndose el 21 de agosto. Y lo peor, comenta, son las consecuencias que aún perduran en el terreno un año después. Las pérdidas son enormes.
“Muchos caminos quedaron destrozados por una riada que hubo el 23 de septiembre y que afectó además a la zona del incendio”, apunta Martín. Explica que “cuando hay un incendio de este tipo, el terreno se queda muy desprotegido y cuando llueve con fuerza, las consecuencias son catastróficas”. Asegura que aún siguen pagando las consecuencias y que estarán muchos años así.
Otro de los aspectos que se ha visto muy afectado en aquel incendio fue el agua. Como cuenta Martín, “tenemos aguas superficiales de donde nos abastecemos. Hemos estado mucho tiempo sin poder utilizarla y en el momento que llueve, por mínimo que sea, el río se enturbia con una facilidad que antes no lo hacía”.
Doñana
El fuego no entiende de lugares protegidos como Doñana. El corazón de la reserva natural más importante de Europa estuvo a punto de arder el 24 de junio de 2017, cuando se declaró un incendio en el término municipal de Moguer, en Huelva. Se consideró extinguido el 4 de julio, pero ya había quemado un total de 10.340 hectáreas del paraje de Las Peñuelas.
La Brigada de Investigación de Incendios Forestales (BIFF) apuntó en su informe como causa del citado incendio a una "negligencia por descuido" de una carbonería de la zona. Un día después del inicio del fuego, apuntaron, la empresa envió maquinaria pesada para realizar "movimientos de tierra".
Este incendio tampoco se saldó con ninguna víctima, pero las autoridades acabaron por desalojar a unas 2.000 personas. Además, al apremio por salvar las vidas humanas, se unía la urgencia por salvar el paraje natural y a su especie emblemática: el lince ibérico. El fuego, con llamas de 20 metros de altura, destrozó su zona de campeo, y parte del hábitat de los únicos conejos de los que se alimentan.
Juanjo Carmona, experto en Doñana de WWF, cuenta que el fuego afectó sobre todo al pinar de repoblación y afectó a especies endémicas de la zona. “Fue un incendio excepcional”, asegura, pero explica que todos los años hay pequeños fuegos en el entorno natural que, por suerte, se consiguen sofocar. “La mayoría se quedan en conatos, porque tenemos unos profesionales muy cualificados a los que les haría falta más medios”, lamenta.
Zonas cercanas como Mazagón o Matalascañas, donde es difícil evacuar a la gente, aguantan la respiración con cada nuevo foco en Doñana. Como contamos en este periódico, aquel incendio de 2017 dejó al menos a 300 afectados a los que el fuego les quemó sus casas y medios de vida.
Cinco años más tarde, el lugar se ha recuperado en algunas zonas. También gracias al trabajo de recuperación sobre el terreno. Hay que tener en cuenta que el proceso natural de restauración depende del tipo de vegetación. Las que más pueden tardar en crecer, como los pinos se han repoblado o, incluso, se han sustituido por otras especies autóctonas para, poco a poco, devolver a Doñana una normalidad.
Los incendios del cambio climático
Málaga, uno de los puntos calientes en cuestión de incendios, protagonizó hace sólo un año uno de los episodios más peligrosos registrados en nuestro país. El 14 de septiembre de 2021, el fuego creó paredes de llamas de 30 metros de altura en un perímetro similar al de la M-40 de Madrid y devoró casi 10.000 hectáreas durante 46 días de infierno, hasta que se dio por extinguido.
Este “monstruo de fuego” obligó a evacuar a al menos seis pueblos y se cobró la vida de Carlos Martínez, el bombero que falleció intentando sofocar el incendio. “Estuvo a punto de llegar a la zona de lo que hoy ya es Parque Nacional de la Sierra de las Nieves”, recuerda De la Calle.
Aquel incendio lo calificaron bajo la etiqueta de megaincendio, un neologismo que aún no está reconocido siquiera a nivel oficial. La razón es que es algo relativamente reciente. Como explica el experto, este tipo de siniestros son diferentes, porque tienen la capacidad de modificar la meteorología de su entorno.
Se crean pirocúmulos o nubes que absorben la humedad y energía del incendio y originan un microclima que genera vientos locales, precipitaciones e, incluso, rayos, algo parecido a lo que ocurrió con el volcán de La Palma. Las pavesas de estos fuegos tan voraces pueden llegar a crear además focos secundarios que encierren a los equipos de extinción.
Explicación sencilla de lo que es un pirocúmulo. #IFJubrique pic.twitter.com/MGXqCfsn8B
— 🔥Óscar🚁 (@BomberoForestaI) September 10, 2021
Como cuenta De la Calle, cuando se originan megaincendios como el del año pasado en Sierra Bermeja, se plantean situaciones y momentos en los que el incendio está fuera de capacidad de extinción.
“Eso significa que no te queda otra que observar el comportamiento del fuego, porque no lo puedes atacar, y esperar un momento de debilidad, bien sea porque mejoren las condiciones climáticas, o bien porque llega a un lugar donde se le puede abordar”, explica el ingeniero forestal, que asegura que “vamos a seguir viendo incendios de este tipo en todo el área mediterránea”.
Para los expertos consultados por este periódico, está claro. Estamos en un escenario de cambio climático, con sequías más largas e intensas y pluviometría más errática, que no hacen más que acentuar la peligrosidad de este tipo de episodios. “Los incendios son cada vez más virulentos, se propagan a unas velocidades terribles y son más complejos de extinguir”, comenta De la Calle.
El CSIC corroboró esto mismo en un estudio publicado hace un año en Frontiers in Ecology and the Environment, donde definía cuál era la triada perfecta para que se produjeran los megaincendios. Según los investigadores, los fuegos debían pasar tres umbrales: el de las igniciones (la chispa que inicia el incendio), el de la disponibilidad de combustible (sobre todo, vegetación continua y seca) y el de la sequía.
Si a ello se suman unas condiciones meteorológicas adversas como vientos secos y las altas temperaturas que genera el cambio climático, el cocktail está servido. Y las previsiones a este respecto no son nada halagüeñas, algo de lo que ya advirtió el grupo de expertos sobre cambio climático de Naciones Unidas en su último informe.
Como coincide De la Calle, la cantidad de energía que van a liberar los incendios forestales va a ser mayor y “vamos a tener velocidades de propagación brutales”, con las que la capacidad de reacción disminuye. “Lo vimos en Pedrogao, en Portugal, cuando a la gente le pilló en la carretera y vimos coches calcinados en vías de comunicación”. El experto avisa: “Hay que prepararse para incendios más voraces en España”.