Cuando mencionamos la palabra contagiar, nuestra mente nos lleva directamente a la covid-19. La oenegé Manos Unidas ha querido cambiarle su sentido más negativo y transformarlo en otro que de esperanza y aliente. Y, sobre todo, que nos acerque a los lugares donde nadie llega. Para que alcance a las personas que, demasiadas veces, caen en el olvido.
“Contagiemos ilusión, esperanza, entusiasmo y una gran ola de generosidad”. Ese fue el espíritu en un año complicado para el sector humanitario. 2021 se recordará como el año en el que los esfuerzos de los trabajadores del tercer sector fueron mayores que nunca para hacer llegar la ayuda a quienes más la necesitaban.
Un gran reto por varios motivos. Convivir con una pandemia aquí en los países más desarrollados y con la misma pandemia en los países más desfavorecidos. Luchar no solamente con los problemas adversos que ya de por sí existían y las graves crisis, sino además, contra un enemigo común como el coronavirus.
Hay una idea errónea de que la pandemia hizo del mundo un lugar más democrático, ya que "afectaba" a todos por igual. En aquellos lugares donde el saneamiento es escaso, donde el agua potable no abunda o donde existe sobrepoblación, este virus ha golpeado con más fuerza. Ha ocultado los demás problemas que ya de por sí existían y que organizaciones como Manos Unidas llevan años intentando paliar.
Allí, la pandemia sólo ha generado más pobreza, más necesidad. Pero la cara más amable de ese 2021 ha sido que el dinero destinado a la ayuda humanitaria ha aumentado por la parte privada. La inversión pública, en cambio, fue la misma que el año anterior. Es un dato esperanzador: cuando se ha necesitado ayuda, la gente ha respondido.
Puede que la pandemia sí nos haya hecho seres más solidarios. Que el dolor ajeno frente a una causa común, como un virus, nos haya hecho creer que un cambio es posible y que nos merecemos un mundo más justo e igualitario. Ojalá.