Cuando llegan épocas de escasez de lluvias y los ríos reducen su caudal, los embalses son su primer síntoma. De algunos, vuelven a asomar los vestigios de pueblos abandonados, inundados. De otros, restos arqueológicos aún inexplorados. Pero la gran mayoría reciben la mirada atenta y preocupada de agricultores y vecinos, que se ven amenazados por la baja disponibilidad de agua. Y más aún cuando queda todo el verano por delante.
Los embalses del país han vuelto a niveles de mínimos. A nivel nacional, y de acuerdo a los datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), las reservas están a un 48% de su capacidad. Es decir, hasta 17 puntos menos que la media de la última década.
La situación es especialmente sangrante en las cuencas del sur del Guadalquivir (30%), Guadiana (30,3%) y Guadalete-Barbate (33,9%), así como en las Cuencas Internas de Cataluña (57,5%). Todas ellas han experimentado una reducción de mínimo un 30% de agua en comparación con lo acumulado en los últimos 10 años.
Esta situación de descenso de los embalses no tiene una única explicación detrás. Lo que es cierto es que la escasez de lluvias que arrastra nuestro país desde el otoño pasado no llegó a remediarse con las precipitaciones de esta primavera, a pesar de que llovió por encima de la media en el mes de marzo (hasta un 223% más).
Para más inri, la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) declaró el pasado mes de mayo como el más cálido de este siglo y el segundo más seco desde que hay registros, en 1961. Ha habido hasta un 22% más de horas de sol y los termómetros reflejaron hasta tres grados más de media para ese mes. Un episodio que se calificó como “extremadamente cálido”.
Pere Quintana, investigador en Hidrología Física, Meteorología y Clima en el Observatorio del Ebro, cuenta que “aunque es un factor importante, no todo se puede explicar por el cambio climático”, sino que “hay más”. El más evidente, la subida de las temperaturas.
Como explica Mar Gómez, meteoróloga y doctora en Físicas, “la realidad es que vamos hacia una nueva normalidad”. La experta explica que las olas de calor son y serán más frecuentes y severas en los próximos años y la tendencia es que llueva menos en nuestro país y que, además, lo haga de forma irregular y poco aprovechable en algunas zonas como es el levante.
“Allí, el aumento de la temperatura del agua del Mediterráneo puede dar lugar a que se intensifiquen las lluvias torrenciales, que traerían grandes cantidades de agua de forma puntual, pero serían poco aprovechables. Es más, producirían más daño que beneficio”, cuenta Gómez.
Ahora, sumidos en una ola de calor más propia de finales de julio o agosto, el agua encuentra además más facilidad para evaporarse. Y no sólo la que se encuentra en los embalses, sino también la que está en el suelo y en la vegetación. Como explica el experto, cuando se produce un ascenso en los termómetros como el que estamos experimentando, se produce una mayor evapotranspiración.
Este fenómeno se puede definir como la cantidad de agua que acaba desapareciendo como consecuencia no sólo de la evaporación directa, sino también de la transpiración de las plantas. Si a ello se une, además, un déficit de precipitaciones, nos encontramos vegetación más seca con mayor capacidad y facilidad de convertirse en combustible para incendios.
En relación con el clima, el investigador explica que también ha habido un descenso de nieve en las cotas más altas de las montañas. “Cada vez hay menos, la temporada es más corta, y esto está cambiando la estacionalidad de los caudales de los ríos”. A ello se suma un factor importante y quizá más desconocido.
Quintana subraya que existe una amplia literatura científica que demuestra cómo los bosques –que cada vez alcanzan mayor altitud– y una menor gestión forestal favorecen esa falta de disponibilidad de agua. “Ha habido un cambio en la cobertura vegetal”, cuenta el investigador, y ha sido por el abandono de los montes. “Son grandes consumidores de agua”, asegura, sobre todo en las zonas de cabecera, justo donde nacen los ríos.
De la mala gestión al exceso de cultivos
Como ocurre con el aumento de las temperaturas, detrás de la falta de disponibilidad de agua está también la acción humana. O más bien, los excesos y el crecimiento que no tienen en cuenta la sostenibilidad. Ocurre, por ejemplo, con la agricultura.
Santiago Martín, coordinador de Aguas en Ecologistas en Acción, explica que en tan sólo 3,2 millones de hectáreas se podría mantener una agricultura sostenible que abasteciese a la población del país. Sin embargo, la realidad es que contamos con más de cuatro millones de hectáreas de regadío, del que, asegura, “sólo un 30% es legal”.
Muchos son terrenos que se han ido añadiendo a otros legalizados anteriormente. Ocurre, por ejemplo, en el entorno de Doñana. En esta zona, con escasez de agua por la sobreexplotación del acuífero de la reserva natural, se conoce qué superficie abarca y, es más, se ha planteado legalizarlos.
“El problema es que el regadío no ha parado de crecer en nuestro país”, comenta Martín. Ahora, tal y como se presentan los embalses este año, teme la situación que puede originarse después del verano. “Como venga un otoño seco, si [los embalses] están al 48%, se puede producir colapso hídrico total en la mitad sur peninsular. Esto puede afectar a millones de personas, con restricciones de consumo para numerosas poblaciones”, augura.
Por su parte, Erika González, portavoz de Ecologistas, apunta que “este verano podemos superarlo sin mucho problema, pero si el otoño es seco, la situación se complicará mucho”. Una situación que se repetirá cada vez más debido al cambio climático y que pondrá en el ojo del huracán a los agricultores.
“Las demandas de agua van a más, y el problema es que no hay. Como no haya una planificación estricta y se haga un análisis de la cantidad real de la que podemos disponer, vamos a ver consecuencias socioeconómicas importantes”, cuenta la experta, que asegura que todo se planifica “al alza”.
A su parecer, la única solución pasa por admitir el decrecimiento. De lo contrario, si cada vez se prevé una menor disponibilidad, pero la explotación de los recursos sigue creciendo, se puede alcanzar un momento crítico de desequilibrio con repercusiones importantes sobre nuestras vidas y nuestra economía.