“La primera vez que intenté cruzar el Mediterráneo fue en diciembre de 2017. El traficante nos había avisado: ‘Unos os iréis hoy y otros mañana’”, relata John, eritreo y uno de los muchos refugiados que, durante tres años, estuvo atrapado en Libia. Aquel día, él y otros tantos más, permanecieron en la orilla mientras veían que 180 personas subían a un bote. Acabó naufragando frente a la costa.
“Huí en compañía de otros 24 eritreos. Unos días más tarde, el bote en el que yo iba a embarcar se hundió. 80 personas se ahogaron”, prosigue John. Acabó por registrarse en un centro de detención de Trípoli. En aquel momento, ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, tomaba los datos de los solicitantes de asilo y reasentaba a algunos en Europa y América del Norte a través de estas instituciones.
Pero John no tardó en enfermar. “Tosía constantemente. Todavía no lo sabía, pero tenía tuberculosis”, relata John a Médicos Sin Fronteras (MSF). El director del centro y un equipo médico le seleccionaron a él y a varios detenidos más para llevarles a un hospital de Trípoli. Sin embargo, lo que ocurrió fue bien distinto. “Nos llevaron a otro centro de detención y nos encerraron en un depósito durante varios meses. Ocho personas murieron a causa de la enfermedad”, continúa John.
“Esperaba que ACNUR se pusiera en contacto conmigo para sacarme de Libia. Esperé dos años y cinco meses. Nunca sucedió”, cuenta el refugiado eritreo, que asegura que por “desesperación” decidió volver a lanzarse al mar, aún sabiendo que era “exponerse a la muerte”. Era noviembre de 2020.
“Me subí a un barco con 100 migrantes. Llegamos hasta la isla italiana de Lampedusa sin ayuda”, asegura John. Pero muchos de sus compañeros siguen todavía en Libia, atrapados; otros han desaparecido entre las aguas del Mediterráneo, y otros han sido capturados por los guardacostas libios y encarcelados en un centro de detención.
“Por lo que sé, ACNUR sólo ha seleccionado a cuatro para el reasentamiento. Muchos murieron en Libia durante los tres años que pasé allí. Ahora estoy a salvo en Europa. Tengo un trabajo. Soy libre, pero he perdido mucho y no puedo recuperar lo que perdí”, sentencia el refugiado eritreo.
Su historia es una de las miles que se ven enredadas en un complejo sistema burocrático bajo el que cada año muchas personas pierden la vida. Así lo detalla el informe Out of Lybia (Salir de Libia) que acaba de publicar MSF, y que describe la debilidad de los mecanismos de protección existentes para las personas atrapadas en el país.
Como se expone, las pocas vías legales de salida hacia países seguros establecidas por el ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) son muy lentas y restrictivas. De hecho, sólo se tiene en cuenta a las personas de nueve nacionalidades para su registro, el acceso a este servicio es casi inexistente fuera de Trípoli y los centros de detención y el número de plazas en los países de destino es muy limitado.
Proteger a las personas migrantes en Libia se ha vuelto tarea imposible, porque “la gran mayoría de personas migrantes son víctimas de detenciones arbitrarias, tortura y violencia, incluida violencia sexual”, explica Claudia Lodesani, responsable de Operaciones de MSF en el país africano.
Lodesani cuenta que, para estas personas, es casi imposible obtener protección física y legal, por lo que muchas optan por emprender una ruta migratoria mortal cruzando el Mediterráneo.
“Creemos que países seguros, especialmente en la Unión Europea, que ha estado financiando la guardia costera libia durante años y fomentando el retorno forzado de personas migrantes a Libia, tienen el deber de facilitar la evacuación de los supervivientes y protegerlos en su propio suelo”, apunta la responsable de MSF.
De acuerdo con el informe, en 2021, sólo 1.662 personas pudieron abandonar Libia a través de los mecanismos de reasentamiento del ACNUR, de las aproximadamente 40.000 registradas. Cerca de 3.000 personas más lo hicieron a través del programa de retorno voluntario de la OIM. Números casi insignificantes si se tiene en cuenta que, en total, hay unas 600.000 personas migrantes en el país africano.
Evacuar a los más vulnerables
De todas estas personas, hay un grupo que preocupa especialmente a organizaciones como MSF. Son aquellas que viven en condiciones inhumanas en Libia, que son víctimas de torturas y violencia de todo tipo o que padecen enfermedades graves.
El informe publicado por la organización propone algunas soluciones alternativas que ya ponen en marcha algunos gobiernos y entidades. Por ejemplo, en Italia, ya se ha abierto un corredor humanitario que está permitiendo la evacuación de un grupo de personas muy vulnerables y que necesitan protección.
En otros países como Francia se están manteniendo conversaciones con las autoridades para evacuar a los supervivientes de la tortura y violencia, así como a las personas con enfermedades graves, que serían atendidas por MSF a su llegada a Francia.
Como asegura Jérôme Tubiana, responsable de Incidencia de MSF en el país africano, “Siendo realistas, lo que podemos hacer para ayudarles en Libia es limitado. Para proteger verdaderamente a las personas más vulnerables, primero y ante todo, debemos sacarlas urgentemente del sistema de detención y del país”.