La existencia de plagas y mosquitos cada vez más resistentes a pesticidas y todo tipo de medidas para paliar su impacto sobre los cultivos o la salud humana ha llevado a algunos laboratorios a explorar otras alternativas. Como, por ejemplo, la creación de impulsores genéticos que permitan propagar genes modificados entre las poblaciones silvestres.
Estos transgenes vienen a burlar las leyes de la herencia biológica y pueden transmitirse a su descendencia. De esta manera, pueden ser utilizados para modificar genéticamente una especie silvestre, sustituirla e, incluso, erradicarla. De ahí que se la haya catalogado como una tecnología de la extinción.
El miedo que suscita este tipo de técnica innovadora ha llevado a más de 200 organizaciones europeas a remitir al Consejo Europeo de Medio Ambiente su preocupación y postura contraria a la liberación de estos transgenes. Sobre todo, de cara a la celebración de la segunda parte de la cumbre de biodiversidad que tendrá lugar en diciembre de este año en Montreal (Canadá), donde se debatirán posturas comunes en torno a la salud de las especies y ecosistemas.
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“En la Unión Europea esto está regulado y no se permite su liberación, pero hay lobbies que están presionando para suavizar la reglamentación existente”, asegura Diego Bárcenas, portavoz de Ecologistas en Acción. Por este motivo, la organización se ha sumado a otras tantas entidades que piden que en la próxima COP15 se establezcan normas vinculantes a nivel global.
En el entorno comunitario hay dos directivas que regulan este aspecto, como son la Directiva 2009/41, relativa a la utilización confinada de microorganismos modificados genéticamente, y la Directiva 2001/18/CE, sobre liberación intencional en el medio ambiente de organismos modificados genéticamente.
Aun así, el Parlamento Europeo ya solicitó a la Comisión y a los Estados miembros que hagan un llamamiento a una moratoria en la COP15 de la liberación en la naturaleza de organismos de genética dirigida, incluidos los ensayos de campo.
El objetivo es evitar una liberación prematura de estas nuevas tecnologías y respetar el principio de precaución, que está consagrado en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea y en el Convenio sobre la Diversidad Biológica. La resolución recuerda que “la protección y la conservación de la diversidad biológica mundial son un reto fundamental y revisten un interés estratégico para la Unión que debe recibir la máxima atención”.
Es más, por el momento no hay ninguna postura a favor de impulsar esta nueva tecnología en la UE. La simple idea de que esto pueda salir adelante parece de película y, de hecho, en cierto modo, aún lo es. Pero es cierto es que ya hay laboratorios que están realizando pruebas con resultados satisfactorios.
De cultivos a enfermedades
Ethan Bier, catedrático de Biología Celular y del Desarrollo en la Universidad de San Diego, escribía en un artículo de Nature hace apenas un año que los impulsores genéticos están ganando velocidad. Aseguraba que aquellos basados en la tecnología CRISPR-Cas9 son muy eficientes en entornos de laboratorio y ofrecen el potencial de reducir la prevalencia de enfermedades transmitidas por vectores, plagas de cultivos y especies invasoras no nativas.
La biotecnológica Oxitec, de hecho, está llevando a cabo en sus laboratorios modificaciones de mosquitos considerados plaga para que en pocas generaciones toda su descendencia sea estéril. Como reconocen en su página web, de esta manera pretenden crear un futuro sostenible y libre de químicos mediante soluciones biológicas que permitan el control de plagas de manera efectiva.
De hecho, recogen que a mediados y finales de los años 2000, la empresa ha implementado con éxito insectos genéticamente modificados en zonas de Estados Unidos, el Caribe y América del Sur. Además, según Ecologistas en Acción, su siguiente objetivo está puesto en Burkina Faso, donde se pretende luchar contra el mosquito de la malaria.
Como reconoce Bier en su artículo, los impulsores genéticos pueden lograr los avances que la ciencia, hasta ahora, no ha logrado. Y es que, aunque se ha avanzado mucho en la reducción de la prevalencia de enfermedades como la malaria, “la tendencia a la baja parece haberse estancado por una mayor incidencia de resistencia a los insecticidas en los mosquitos y una mayor resistencia a los medicamentos en los parásitos, así como al mantenimiento de la financiación de estos costosos esfuerzos”.
Además de esto, añade Bier, los desafíos de salud global relacionados con la pandemia de Covid-19 (y los inevitables brotes de enfermedades en el futuro) “sólo agravarán estos problemas a medida que los programas de vacunación, el acceso a los medicamentos y la atención médica básica se tensen”.
La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) deslizó en el último Día Mundial contra la Malaria que había que aprovechar la innovación para reducir la carga de la enfermedad y salvar vidas. Un mensaje con el que reclamaban inversiones en proyectos que aporten nuevos enfoques para el control de vectores –insectos transmisores del parásito–, diagnósticos y tratamientos.
El riesgo de una mutación
Esta práctica, sin embargo, no está exenta de riesgos y son muchos los científicos y expertos en el tema que plantean la cara B de esta práctica, a todas luces, innovadora. Para Bier, existen dos desafíos principales más allá de cuestiones técnicas y éticas.
El primero de ellos consiste en obtener la aprobación para probar estos sistemas en entornos naturales confinados, como islas aisladas u otros contextos controlados. Para el científico, “no hay otra forma de saber cómo funcionarán los impulsores en la naturaleza en condiciones en las que deban competir con los mosquitos nativos, que pueden ser mucho más extremas que en el laboratorio”.
En este sentido, la segunda gran batalla se centrará en torno a decidir cuándo y dónde podrían liberarse los impulsores genéticos para reducir la prevalencia de una enfermedad como la malaria, por ejemplo, o de plagas en los cultivos.
Como recuerda Bárcena, es prácticamente imposible poner límites a la propagación de los organismos con impulsores genéticos, y aunque es verdad que pueden acabar con especies invasoras muy dañinas o plagas, lo cierto es que también pueden dar cabida a mutaciones en la naturaleza.
“Cuantos más organismos se liberen, más probabilidad hay de que uno tenga una mutación que no querías y se propague a toda la especie. Puedes crear más problemas de los que ya hay”, asegura el experto. Añade que “tampoco sabemos si puede haber un cruce con otras especies de mosquitos que pueda acabar con toda una población de estos insectos”.
Además, según apuntan desde Ecologistas, no es posible prever los cambios que tendrán lugar en las cadenas tróficas a raíz de la desaparición de una especie, ni cómo afectará su eliminación al comportamiento de las demás especies.
Para Ecologistas, toda acción es poca, por lo que han impulsado una petición ciudadana dirigida al Consejo Europeo de Medio Ambiente para que se adopte una postura firme en el seno del Convenio de Biodiversidad.
Bárcena insiste en que “No puede permitirse que el afán de lucro de la industria biotecnológica prevalezca sobre la necesaria cautela en el desarrollo de impulsores genéticos. Las incertidumbres y riesgos asociados a esta tecnología no tienen precedentes y exigen una aplicación rigurosa del principio de precaución”.