El mapa de los incendios en el continente europeo se recrudece. Y lo hará cada vez más como consecuencia del calentamiento global. Que Europa esté sufriendo episodios más voraces no es nuevo, pero lo que sí merece atención es que, desde ya, entramos en una era que supone todo un desafío para los equipos de extinción. Los fuegos comienzan a superar los esfuerzos forestales y desprenden más dióxido de carbono.
Al menos, así lo ha comprobado un equipo internacional de expertos en un estudio publicado ahora en Scientific Reports. Sus conclusiones son, como poco, preocupantes, porque revelan que se está produciendo un cambio en el régimen de incendios del continente europeo durante las últimas décadas (1980 a 2020) como consecuencia del cambio climático. Y las previsiones tampoco son nada buenas.
Por los últimos informes del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, así como por la frecuencia y virulencia de incendios en los últimos años, se sabe que los países del Mediterráneo son los que más van a sufrir los efectos del calentamiento global. La investigación recién publicada así lo corrobora.
Muchas zonas de Europa meridional y del sur del continente están alcanzando condiciones extremas y propicias al fuego. En países como España, tenemos ahora estaciones de primavera y verano con unos valores de riesgo de incendio “sin precedentes”. La explicación está en que cada vez soportamos condiciones más adversas cada menos tiempo por el aumento de olas de calor y de sequía hidrológica.
Lo que ha ocurrido este año en nuestro país es el mejor ejemplo. Arrastramos desde otoño una falta de lluvias que ha secado gran parte de la vegetación de nuestro país y que ha dejado las reservas de agua en mínimos (ahora, al 46,3%). Una situación que se ha visto empeorada con dos episodios seguidos y adelantados de calor extremo: uno en mayo y otro a principios de junio, con temperaturas superiores a lo habitual y sin tan siquiera haber comenzado el verano.
Y con temperaturas elevadas y un punto de ignición, ocurren catástrofes como la vivida en Sierra de la Culebra, en Zamora. Es el peor incendio registrado en España en lo que va de siglo.
Cinco días fueron suficientes para que el incendio devorara más de 30.000 hectáreas, con unos 30 kilómetros cuadrados de alto valor ecológico. Se cree que la causa pudo ser un rayo, pero las altas temperaturas, la baja humedad y los vientos de hasta 70 kilómetros por hora alimentaron las llamas de un monstruo de fuego muy similar al de Navalacruz, que el verano pasado quemó unas 22.000 hectáreas.
Entre este incendio y el sucedido en Ávila, la superficie destruida asciende a 50.000 hectáreas. Para hacernos una idea de las dimensiones de estos incendios, la extensión de lo quemado por estos dos episodios supera la superficie total de Andorra, de 468 kilómetros cuadrados.
De acuerdo al estudio publicado ahora, son precisamente las zonas boscosas y de montaña, tanto del centro como del sur de Europa, las que están más amenazadas. Es donde se ha detectado un mayor riesgo de incendio. Un peligro que crece en intensidad en el Mediterráneo. En concreto, en estas zonas la superficie se calienta un 20% más rápido que la media mundial.
El CO2 y el fuego, un círculo vicioso
Es de sobra conocido el papel de los bosques como sumideros de carbono. A nivel mundial, se calcula que absorben entre el 25% y el 30% del dióxido de carbono (CO2) que calienta la atmósfera. En Europa, el 10%. Pero todas esas emisiones que absorbe no desaparecen. Lo que ocurre es que cuando se produce un incendio forestal libera todo el carbono captado, tanto por la vegetación como por los suelos.
Es un círculo casi pernicioso. A medida que aumentan las temperaturas, también lo hace el riesgo de incendios; y los fuegos, a su vez, liberan CO2, que es lo que provoca el aumento de la temperatura media global.
Para Jofre Carnicer, primer autor del trabajo y miembro del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la Universidad de Barcelona, el aumento del riesgo extremo en Europa es bastante reciente. Explica que “en momentos críticos, supera la capacidad de extinción de las sociedades europeas, provocando mayores emisiones de CO2 asociadas al fuego en veranos extremadamente cálidos y secos”.
El estudio relaciona por primera vez el aumento del riesgo de incendio con un mayor número de emisiones de CO2 causadas por el fuego y medidas en observaciones de satélite por todo el continente europeo. Un fenómeno que no sólo se da en la Europea Mediterránea, sino también en la más fría, en la del norte, que posee importantes reservorios de carbono en la tundra y los bosques boreales.
Como decíamos, las zonas de bosque son las más amenazadas. Carnicer señala algunos puntos en su estudio, como son: la cordillera de los Pirineos, los macizos Ibérico y Cantábrico en España, los Alpes, el macizo central francés, los Apeninos italianos en Europa central, y las montañas de los Cárpatos, los Balcanes, el Cáucaso y el Póntico en el sureste de Europa.
20 días más de riesgo extremo
En estos lugares, las predicciones tampoco son muy halagüeñas. El calentamiento global y las condiciones adversas que sufrirá el continente europeo dibuja un horizonte de riesgo en el que los regímenes de incendios pueden cambiar rápidamente.
De acuerdo a las proyecciones que fija el estudio, si la temperatura media global sube 2ºC –medio grado más de lo que fijaba el Acuerdo de París–, en Europa tendremos hasta 20 días más de riesgo extremo para el año 2100. Si no se toman medidas y se alcanza una subida de 4ºC con respecto a los niveles preindustriales, esa cifra se duplicaría, llegando a los 40 días de riesgo por incendios forestales extremos.
Como comenta Carnicer, este aumento del riesgo de incendios podría poner en peligro las estrategias de descarbonización basadas en los usos del bosque y el territorio agrícola si no se adoptan estrategias de gestión forestal efectivas.
En este contexto, reducir las emisiones de CO2 de forma drástica en las próximas dos décadas (2030-2040) es clave para alcanzar un menor riesgo de incendios en el futuro en Europa y a nivel global, así como para poner freno a la peor cara del calentamiento global.