De esnifar o mascar coca a destruir el Amazonas: la oscura relación entre las drogas y el medioambiente
El reciente 'Informe Mundial sobre las Drogas 2022' de la UNODC advierte sobre el impacto medioambiental del consumo y la producción de drogas.
3 julio, 2022 02:54284 millones es el número de personas de entre 15 y 64 años que consumieron drogas en todo el mundo en 2020. Esta cifra supone un aumento del 26% respecto a la década anterior, según señala el Informe Mundial sobre las Drogas 2022 publicado el pasado lunes por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés).
El nuevo estudio ha descubierto que existe una tendencia al alza en el consumo de drogas entre las jóvenes, mucho mayor que las generaciones anteriores. “Las cifras de producción e incautación de muchas drogas ilícitas están alcanzando niveles récord, incluso cuando las emergencias globales están aumentando las vulnerabilidades”, declaró en un comunicado Ghada Waly, directora ejecutiva de la UNODC.
El consumo de drogas supone un perjuicio serio para la salud de quien las consume, pero su producción también genera un serio impacto en el medio ambiente. Actualmente, la investigación científica sobre el vínculo entre estupefacientes y naturaleza es aún relativamente reciente y limitada, aunque el esfuerzo en este ámbito es creciente.
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Precisamente, esa es una de las principales novedades que han incorporado los informes de la UNODC en los últimos años. Este último, por ejemplo, dedica uno de los cinco capítulos del estudio a la investigación del impacto medioambiental de la droga, si bien señala que al ser una economía ilícita, los datos están incompletos o no están disponibles debido a la naturaleza clandestina del fenómeno.
No obstante, tal y como señala el informe, existe la certeza de que aunque “el impacto ambiental mundial de los cultivos ilícitos y la fabricación de drogas es relativamente pequeño en comparación con el del sector agrícola o el farmacéutico legal, los efectos pueden ser significativos a nivel local, comunitario e individual”.
Entre las diferentes drogas que analiza, esta investigación destaca el impacto ambiental de dos de las más consumidas del mundo: la cocaína y el cannabis.
‘Plata o plomo’ al Amazonas
El cultivo de la hoja de coca en la región de la Amazonía se remota a épocas ancestrales. Sus propiedades medicinales son muy apreciadas en diversas comunidades y se mastica para aliviar el hambre y la fatiga y para mejorar el rendimiento físico. En algunas culturas indígenas, los chamanes la utilizan para mantener su conciencia conectada entre los dos mundos: el mágico y el ordinario.
Sin embargo, esta concepción cambió radicalmente a partir de la década de 1970, cuando comenzó a cultivarse para la producción de cocaína. La región de la Amazonía vio un auge sin precedentes del cultivo de la coca debido a la fácil adaptación de la planta en las selvas húmedas.
Al igual que otros cultivos agrícolas, el de drogas de origen vegetal tiene un impacto en el suelo y el agua y, su producción final, incluyendo el procesamiento químico y los desechos, puede afectar incluso al aire.
La huella de carbono de las drogas de origen vegetal, según indica el informe, depende en gran medida de los métodos de cultivo utilizados y del posterior procesamiento, transporte y comercialización del producto.
En el caso de la cocaína, la huella por cada kilogramo fabricado es significativamente superior a otro tipo de plantaciones: es 30 veces superior a los granos de cacao y 2.600 veces superior a la de la caña de azúcar.
El total estimado de emisiones de carbono de la fabricación mundial de cocaína, según la UNODC, asciende a 8,9 millones de toneladas de CO₂ al año. Es decir, el equivalente a más de 1,9 millones de coches de gasolina conducidos en un año o más de 3.300 millones de litros de diésel consumido.
Cannabis de interior: doble malo
En el caso del cannabis, su impacto medioambiental depende mucho de dónde se plante. En interiores se ha estimado que la huella de carbono por cada kilogramo de flor de cannabis seca es de 2.300 a 5.200 kilogramos de CO₂. Para el cannabis de exterior, la cifra se reduce notablemente y oscila entre el 22,7 y 326,6 kilogramos de CO₂.
El problema, indica el informe, es que el cultivo en interiores está determinado especialmente por la necesidad de mantener unas condiciones concretas para que las plantas crezcan de una forma específica.
Así, la huella de carbono está determinada por la alta cantidad de energía usada, especialmente por los equipos HVAC utilizados para mantener la temperatura, la humedad y la luz necesaria para el crecimiento de la planta. En conjunto, esas medidas de control climático representan más del 80% de las emisiones producidas.
Deforestación ‘ninja’
Una de las principales características de los cultivadores de drogas es que son sigilosos. Los cultivos se suelen llevar a cabo en lugares apartados que escapan del control de los gobiernos y pretenden evitar a toda costa las miradas indiscretas.
Muchas de esas áreas, advierte el estudio, pueden albergar ecosistemas muy diversos y frágiles, como los que se encuentran en reservas forestales y parques naturales, lo que podría impactar negativamente en la fauna y la flora. Las simulaciones de laboratorio sugieren que las especies más afectadas serían la trucha marrón, el cangrejo de río, el pez cebra o los mejillones cebra.
En este sentido, uno de los principales impactos del cultivo de drogas que señala el estudio es la deforestación en lugares del planeta donde existe una gran biodiversidad. Por ejemplo, en dos regiones de Colombia —la región de la Amazonía y Catatumbo—, el cultivo ilegal de arbusto de coca podría causar directamente o estar asociado indirectamente con el 43 al 58 por ciento de toda la deforestación en esas regiones.
En la Amazonía peruana, según descubrió un reportaje de Mongabay, un medio independiente especializado en medio ambiente de Latinoamérica, los cultivos de coca están amenazando una región remota de la selva amazónica del país.
Los agricultores de coca están despejando rápidamente los bosques maduros y amenazan seriamente al Parque Nacional Alto Purús y a dos reservas para pueblos indígenas en aislamiento, entre los que se encuentran los mashco-piro, la comunidad indígena más poblada del Perú.
Además, la UNODC recuerda que si el cultivo ilícito implica una deforestación previa, puede resultar en una huella de carbono adicional significativa, ya que el CO₂ se libera a la atmósfera cuando se talan los árboles y ya no absorben carbono.
Por otro lado, el narcotráfico también puede conducir indirectamente a la deforestación cuando sus ganancias se lavan a través de la ganadería y otras actividades que requieren grandes extensiones de tierra.
Por ejemplo, según recoge el Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina, Juan Carlos Garzón, director del área de Dinámicas del Conflicto y Negociaciones de Paz de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), mencionó que existen evidencias de la transición de cultivos ilícitos a la ganadería.
Asimismo, añade, estos cultivos han sido relacionados con la “construcción de vías clandestinas y la aceleración en la transformación de bosque a agricultura con el fin de legitimar sus actividades y lavar activos”.
Droga a golpe de grifo
La ubicación puede determinar el impacto medioambiental de los estupefacientes. Según señala el informe, las "economías de drogas ilícitas pueden prosperar en situaciones de conflicto y donde el Estado es débil". A su vez, pueden prologar o exacerbar los conflictos, pues históricamente se ha recurrido a esta actividad ilícita para financiar guerras y generar ingresos.
De esta forma, los efectos de los vertidos en las aguas residuales pueden ser mayor en países y comunidades sin sistemas de tratamiento de aguas residuales o con sistemas deficientes. Por ejemplo, los residuos producidos durante el proceso de drogas sintéticas como la anfetamina, la metanfetamina o la MDMA (éxtasis) son entre 5 y 30 veces el volumen del producto final.
Al estar localizada esta producción, el informe advierte de que el vertido y la descarga de desechos pueden tener efectos significativos sobre el suelo, el agua —incluido el del consumo humano— y el aire, así como efectos indirectos en los organismos, los animales y la cadena alimentaria.
Para los gobiernos locales y los ciudadanos, esto puede generar costes significativos, tanto en términos de los costes financieros de las operaciones de limpieza como de los costes de salud resultantes de la contaminación.
Para hacernos a la idea, según el último estudio realizado por el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (OEDT) de la Unión Europea en 2021, en la ciudad de Barcelona había una media de 665,38 miligramos de cocaína por cada mil personas al día en sus aguas residuales.
El tratamiento de las aguas residuales puede reducir el impacto medioambiental de los desechos vertidos y descargados, pero la capacidad para tratar estas aguas es desigual en el mundo. No hay que olvida que la mayor parte de la fabricación mundial de anfetamina y metanfetamina se lleva a cabo normalmente en áreas remotas sin tratamiento de agua, y para algunas sustancias, como la MDMA, las tasas de eliminación son relativamente bajas.
Por ello, la directora ejecutiva de la UNODC solicita unos mayores recursos y la atención necesaria "para hacer frente a todos los aspectos del problema mundial de las drogas, incluida la prestación de asistencia basada en la evidencia a todas las personas que la necesitan". Porque, concluye, "debemos mejorar la base de conocimientos sobre la relación de las drogas ilícitas con otros retos urgentes, como los conflictos y la degradación del ambiente".