Europa está enfrentando una carrera a contrarreloj para deshacerse del gas ruso y cubrir las necesidades energéticas de la población en el corto plazo. Sumidos en una transición hacia energías limpias aún por despegar, los países comunitarios están tratando de diversificar, a marchas forzadas, su dependencia energética. Las miradas y los esfuerzos están volviendo hacia la industria rápida de lo fósil. Y no sólo del carbón, sino también del Gas Natural Licuado (GNL).
La guerra de Ucrania, aunque sí ha influido, no es la causa de esta tendencia. Según datos del último informe del Observatorio del Mercado de la Energía de la Comisión Europea, ya en 2021 la importación de GNL en Europa ascendía al 20,5% del consumo de gas fósil ese año. En el caso de España, este combustible supuso el 50,4%.
A pesar de las advertencias de la comunidad científica sobre poner coto a la industria de los combustibles fósiles, los datos reflejan que esta dinámica va a continuar. En el primer trimestre de 2022, la UE fue el mayor importador mundial por mar de GNL, con una cuota del 20,9%, por delante, incluso, de Japón y de China.
Además, no hay que olvidar tampoco el anuncio que vio la luz en marzo de este año, cuando la UE y Estados Unidos pactaron impulsar el suministro de Gas Natural Licuado a los países europeos para finales de 2022. El objetivo, comentaron, era ayudar al continente europeo a desprenderse de las importaciones de combustible ruso. El acuerdo garantiza 50.000 millones de metros cúbicos de GNL estadounidense hasta, por lo menos, 2030.
¿Qué es el GNL?
Como la propia palabra indica, este término no se refiere al gas fósil que se transporta de forma gaseosa. Se tiene que enfriar a 162 grados bajo cero para llegar a su estado líquido y poder transportarlo a grandes distancias en barcos especializados denominados metaneros. Después, este gas líquido se devuelve a su estado gaseoso para ser bombeado por la red europea.
Este tipo de combustible, sin embargo, genera multitud de problemas. Y ya no sólo a nivel medioambiental, sino también en términos de salud y de seguridad. Como recoge el último informe de Ecologistas sobre el GNL, es un riesgo que no hay por qué correr, porque existen investigaciones que demuestran que es posible desprendernos del gas ruso antes de 2025 sin necesidad de apostar por la construcción de nuevas infraestructuras gasistas.
Tachan la intención de aumentar el consumo de GNL como “una peligrosa distracción de la transición energética justa hacia las energías renovables” y lo consideran “incompatible” con la acción climática. Como indica el informe, “este debe ser el punto de inflexión para que Europa se aleje de los combustibles fósiles de una vez por todas”.
¿Puede acabar con la dependencia energética?
Esta dependencia de Rusia puede acabar, pero la cuestión es que, como recoge el informe de Ecologistas, la utilización de gas fósil licuado “tan sólo sustituye una dependencia por otra”. Entre los proveedores alternativos destacan países como Estados Unidos, Nigeria, Qatar y Argelia que, de nuevo, no aportan una autonomía energética a Europa.
Además, se crea otro problema que es el de la inseguridad energética. Cuantos más países haya pujando por nuevos suministros y contratos de gas, más aumentará el precio. En este sentido, y como señala el documento de la ONG, se acabará excluyendo a los países que no puedan hacer frente a esa situación económica y llegarán a una situación de precariedad energética.
Por tanto, según Ecologistas, enfocarse en la eliminación progresiva de este combustible no solo ayudaría a reducir los problemas de dependencia energética, sino también a la mitigación del cambio climático. Europa tiene que alejarse por completo del GNL sin dejarse atrapar en nuevas cadenas de suministro.
No obstante, como recordaba en una entrevista con EL ESPAÑOL Antonio Turiel, doctor en Física Teórica experto en recursos energéticos, la realidad de lo que ocurre es que “no tenemos la sustitución energética disponible”. Según el investigador del CSIC, la transición energética hacia las renovables “lleva décadas y aún estamos muy lejos de estar preparados para hacer la sustitución”.
¿Qué futuro tiene el GNL?
La transición energética es inevitable. Al menos así lo marcan los objetivos climáticos que se han marcado las naciones a nivel mundial. Sin embargo, en plena transición energética, se están planteando nuevos proyectos de GNL que llevan un tiempo hasta poder funcionar.
De acuerdo a un informe del Global Energy Motor, las plantas de este tipo de gas en Estados Unidos tardan, de media, entre tres y cinco años hasta que se decide invertir finalmente en estas infraestructuras. Algunas, por valor de millones de euros. Por tanto, como recoge el documento de Ecologistas, estos plazos no contribuyen a resolver la limitación energética europea a corto plazo y, además, nos alejan de una transición limpia.
Como apunta Marina Gros, de Ecologistas, “el MidCat, un gasoducto que uniría Catalunya y el Midi francés, no es una solución a corto plazo, ya que conllevaría entre tres y seis años finalizarlo”. Añade que, además, “en el mejor de los casos en 2025, se podría transportar menos del 5% de la demanda de gas ruso y el 2,2% de la demanda total de gas en la UE en 2021”.
El argumento de empresas de la industria fósil es que estas infraestructuras pueden utilizarse, en adelante, para el hidrógeno. No obstante, el estudio de la ONG, ve “imposible” convertir estas plantas para la recepción de hidrógeno. Entre otras cosas, porque –como aseguran– el hidrógeno es una molécula más pequeña con requisitos diferentes a los del gas y se corre el peligro de sufrir fugas más fácilmente.
¿Qué problemas puede causar?
La intensificación en el consumo de GNL tiene una doble cara que le ha hecho ganar muchos detractores. La más obvia, que es un combustible fósil y, como tal, es muy contaminante. El último informe del IPCC ya advertía sobre la necesidad de desprendernos de esta fuente de energía por la deriva que estaba tomando el planeta en cuanto a emisiones de gases de efecto invernadero y calentamiento global.
Como recoge el informe de Ecologistas, el GNL contiene metano, un peligroso gas de efecto invernadero que es hasta 86 veces más dañino que el dióxido de carbono. Y no sólo es más perjudicial, sino que es cuatro veces más sensible al calentamiento global de lo que se pensaba y está en plena aceleración.
Durante su combustión, además, el GNL emite también dióxido de carbono, por lo que contribuye aún más al cambio climático. Sobre todo porque, en enero de 2022, Europa importó 8,1 millones de toneladas de GNL, lo que se tradujo en 46 millones de partículas de CO2. O lo que es lo mismo, las emisiones de unas 10 centrales de carbón en un año.
Además, hay que tener en cuenta que gran parte del GNL se obtiene por fracturación hidráulica o fracking. Esta técnica consiste en inyectar grandes cantidades de agua –en torno a unos 15 millones de litros por operación– mezclada con productos químicos dentro de las formaciones geológicas. Sustancias que, además, en su mayoría, son disruptores endocrinos y causan otros problemas de salud a las comunidades cercanas como dolores de cabeza, asma, náuseas, asma, neumonía o problemas cutáneos, e incluso, cáncer.
El GNL norteamericano que pretende exportarse a Europa proviene, sobre todo, de la fracturación hidráulica. Como denuncia Ecologistas, “el hecho de asegurar la importación del dañino GNL convierte a Europa en cómplice de un sistema que perjudica a las comunidades y destroza el medioambiente en otros sitios para satisfacer el consumo de combustibles fósiles en Europa”. De hecho, la Costa del Golfo se pretende convertir en una zona de sacrificio para la extracción de gas.
Asimismo, Sandra Steingraber, científica del Science Environmental Health Network, asegura que “es complicado imaginar un combustible peor que el GNL”, porque “explota cuando se vierte en el agua, puede asfixiar si se derrama en la tierra y se convierte en nubes inodoras que congelan la carne humana cuando se filtra en el aire”.
Además, si se incendia, los vapores del GNL pueden derivar en forma de llamas que arden lo suficiente como para abrasar la piel humana expuesta a una distancia de 1.600 metros, no pudiéndose sofocar por ningún método de extinción de incendios. “El GNL es el villano de cómic cargado de múltiples súper poderes maléficos sin ningún papel que desempeñar en un futuro energético sostenible”, sentencia la experta.