Los objetivos verdes cada vez plantean metas más ambiciosas. Muchas de ellas difíciles de implementar, ya no solo por el modelo de consumo actual, sino por la forma en que se lleva a cabo. En el caso del cultivo intensivo, las críticas son feroces. La protección del medioambiente y los objetivos de biodiversidad son difíciles de conseguir si no se ataja el uso de químicos por el sector. Pero es aquí donde está la clave.
La utilización de fitosanitarios en grandes superficies de cultivos está encareciendo el mantenimiento de los cultivos y está acabando con la biodiversidad de la zona. Y esto en un contexto en el que el número de especies en extinción en el mundo ya asciende a unas 40.000, según datos de la UICN.
La Unión Europea, para hacer frente a esta crisis sin precedentes, ha puesto en marcha su Estrategia de Biodiversidad para el año 2030 con la que pretende establecer una red más amplia de espacios protegidos, así como un plan de recuperación de la naturaleza a nivel comunitario. Pero, ¿cómo conseguirlo si las plagas en los cultivos persisten y el uso de fitosanitarios no decae?
Paula Escribano, doctora en Ecología en la consultora ambiental Biodiversity Node, explica que, en realidad, no hay medios reales para acabar con las plagas por muchos químicos que se apliquen en los cultivos. No es una solución, porque además se crea una dependencia constante de estos productos.
La experta aboga más por el estudio de la naturaleza y en convertir a la agricultura y la biodiversidad en aliados. Esto es, precisamente, lo que ha conseguido hacer en un viñedo intensivo de La Rioja. En la finca El Tordillo, en Aldeanueva del Ebro, Escribano ha sido uno de los eslabones del proyecto Dionisio. Un plan que cuenta con el respaldo de Bayer, ARAG-ASAJA y la ONG medioambientalista GREFA.
Un viñedo ‘biológico’
Este proyecto toma como base 10 hectáreas del viñedo para reconvertirlas en un corredor ecológico. Para ello, se ha estudiado la zona durante tres semanas para conocer qué problemas tienen los agricultores, las características ecológicas de la finca, qué tipo de especies amenazadas podrían convivir con sus cultivos y cuáles pueden ayudar a mitigar sus plagas.
Por ejemplo, la polilla del racimo es una plaga europea, que está concentrada sobre todo en las regiones vitícolas de España. Produce daños considerables de millones de euros en los viñedos de zonas como Extremadura, Aragón, La Rioja, Navarra, Andalucía, así como en las regiones costeras mediterráneas.
Pero más allá de los fitosanitarios, hay una solución ecológica que se está implementando en este regadío riojano: los murciélagos. Se han instalado hasta 26 cajas nido donde especies como esta encuentran refugio y pueden actuar como un químico natural. Como cuenta Escribano, estos animales pueden consumir tres veces su peso en insectos como la polilla cada noche.
No obstante, otras especies como las rapaces también cuentan con cajas nido en este espacio. Entre otras cosas, porque, como cuenta Fernando Garcés, director de la organización GREFA, potenciar la presencia de estas aves ayuda a controlar posibles plagas de roedores y de grandes insectos como grillos, langostas o escarabajos.
Además de las cajas nido, se han implementado otra serie de acciones como los hoteles de insectos. Son cajas en las que los principales ocupantes son abejas y avispas solitarias que utilizan estos espacios para construir las celdas donde se desarrollará su descendencia. Hay que tener en cuenta que estos insectos son polinizadores de cultivos y otras especies forestales, por lo que su presencia es un valor añadido.
En el marco de este proyecto, se ha aprovechado una zona de la finca que se utilizaba para acumular material como lugar para una charca. Un ecosistema que ya ha sido colonizado por dos especies de anfibios (una rana común y un sapo) y que, se cree, provienen de unas balsas a unos 300 metros de la zona. Estos animales consumen también gran cantidad de insectos y evitan la aparición de nuevas plagas.
Los cultivos como islas de biodiversidad
Como comenta Escribano, los espacios dedicados al regadío pueden utilizarse como islas de biodiversidad que favorezcan al medioambiente, pero también a los cultivos. La cuestión, explica la experta, es que hay que dar pequeñas facilidades a las especies para que acudan y puedan adaptarse al medio.
Estas pistas pueden ir desde un cúmulo de piedras que sirvan como refugio hasta la existencia de una charca o de cajas nido adaptadas a determinadas especies de aves (lo que evita un efecto llamada a otro tipo de animales menos beneficiosos para estas superficies). Asimismo, los cerezos o los cipreses también son especies de flora que pueden incorporarse a la zona.
Aunque, como apunta Escribano, cada finca “es un mundo”. Las soluciones no son iguales para todas las que tienen cultivos de regadío, pero este proyecto supone un punto de inicio. De hecho, aún están por conocerse los resultados.
“Esto es prueba y error”, asegura la experta, porque “la naturaleza es caprichosa y tiene sus propios ritmos. Al final estás trabajando con seres vivos”. No obstante, lo que sí se ha comprobado en otros proyectos del estilo a nivel internacional es que “reduce un 20% los costes de fitosanitarios”, comenta Escribano.
El objetivo es hacer un estudio de seguimiento de la mano de la organización ambientalista GREFA para conocer la evolución de estas medidas en el tiempo. Porque, por ejemplo, los murciélagos, cuando llega el invierno, se refugian en cuevas o en zonas donde están a una temperatura, humedad y condiciones de luz específicas. No obstante, es un punto de partida para lograr un punto de encuentro entre agricultores y biodiversidad en nuestro país.