El aeropuerto de Luton, en Reino Unido, paralizaba esta semana su actividad por algo inusual. El asfalto de las pistas de vuelo se estaba derritiendo por el calor. El mismo que ha creado una importante oleada de incendios en Europa y que llega hasta la propia Asia. Allí, el río Tigris, que fluye desde las montañas del este de Turquía y desemboca en el Golfo Pérsico, se está secando. El lugar que semanas atrás ocupaba el agua, ahora descubre una ciudad del Imperio Mittani de 3.400 años de antigüedad.
Las olas de calor están dando la vuelta al mundo. Son cinco episodios que están calentando varios puntos del planeta repartidos entre los cinco continentes. De acuerdo a un estudio reciente de Nature, en Europa, estos episodios extremos han aumentado de tres a cuatro veces más rápido en comparación con el resto de latitudes del norte durante los últimos 42 años.
Esa tendencia está estrechamente vinculada con cambios dinámicos atmosféricos que se están detectando sobre la región euroasiática. En concreto con los de la corriente en chorro que sobrevuela esa zona. Es una circulación de aire fuerte e intenso y es el principal precursor de nuestro clima.
Este fenómeno, de vez en cuando, envía tormentas, pero también puede generar ondas de calor cuando adopta una curva en forma de U. Es lo que está ocurriendo ahora. Temporalmente, parece haberse dividido en dos –un chorro doble– y está dejando un área de vientos débiles y aire a alta presión entre estas dos ramas que favorece la acumulación de calor extremo.
Ahora mismo, hay cinco olas de calor que están asolando el planeta y es un fenómeno que puede durar semanas, según aseguran los científicos en el estudio. De China a Estados Unidos, pasando por España, Francia o Reino Unido, las temperaturas son abrasadoras.
Así lo han reflejado también las últimas imágenes satélite proporcionadas por la NASA. Durante los meses de junio y julio de este año, estos episodios extremos han golpeado con dureza a Europa, el norte de África, Oriente Medio y Asia. En la gran mayoría de los casos, las temperaturas están superando los 40 grados.
Como las variaciones atmosféricas de la corriente en chorro se han alargado más de lo normal, ahora nos enfrentamos a esa mayor persistencia de las olas de calor que se están sufriendo en el mundo de manera simultánea. A esta situación se le suman otras dos cuestiones importantes, como son: el aumento de la temperatura media global inducido por el cambio climático y la desecación del suelo, sobre todo en la región Mediterránea.
Según declaraciones recogidas por Financial Times de Jennifer Francis, científica atmosférica del Woodwell Climate Research Center, el rápido calentamiento del Ártico está siendo clave en esa desaceleración de la corriente en chorro y, en consecuencia, del aumento de las temperaturas, que ahora son –en promedio– unos dos grados más altas que a finales del siglo XIX.
Los ‘golpes’ del calor extremo
Europa se está convirtiendo este verano en un punto caliente de la ola de calor. Como recoge The New York Times, al igual que en otras partes del mundo, un episodio extremo de estas características en Europa puede hacer que se produzcan nuevos eventos de este tipo en este mismo área.
Un periodo de calor como el que estamos viviendo seca el suelo. Cuando hay humedad, parte de la energía del sol se utiliza para evaporar agua, lo que produce un cierto enfriamiento. Sin embargo, cuando una ola de calor acaba con esa humedad del suelo, poco puede evaporarse de cara al siguiente episodio de temperaturas extremas. En este sentido, el sol sigue calentando la superficie y el calor aumenta de intensidad.
Estas condiciones meteorológicas generan varios problemas. El primero y más importante sobre la salud humana. De acuerdo a las últimas informaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), solo en nuestro país y en Portugal han fallecido este año más de 1.700 personas como consecuencia de episodios de calor extremo.
Hans Kluge, director de la Oficina Regional para Europa de la OMS, ha recordado que la exposición a estas temperaturas exacerban las condiciones preexistentes de salud y que los golpes de calor o la hipertermia pueden causar muertes prematuras. En especial, en bebés, niños y personas mayores.
Otro de los golpes que está profiriendo este episodio extremo de temperaturas son los incendios. El fuego ha arrasado cientos de miles de hectáreas en varios puntos de España, Francia, Grecia o Portugal. Siniestros que están devorando superficie forestal de alto valor ecológico en muchos casos, y parte de terrenos que sirven de sustento económico para sus poblaciones.
Es el tráiler de lo que los expertos llevan años alertando. La región mediterránea es la que más va a sufrir estos eventos, y cada vez van a ser más intensos y más difíciles de controlar. Lo estamos viendo ahora: cómo las altas temperaturas están secando la vegetación y están provocando que las plantas, al quemarse, liberen más energía y creen incendios más virulentos.
Así las cosas, a los problemas de salud y de los megaincendios que estamos viviendo estos meses a causa de las altas temperaturas se suma una tercera pata, que es la demanda de electricidad. Un punto que hurga especialmente en la herida de Europa, sumida en una guerra económica con la Rusia de Putin.
La electricidad es más cara y el calor extremo dispara su demanda. Y no sólo para los que puedan consumirla en el ámbito particular, sino también para infraestructuras nucleares que, en algunos casos, tuvieron que realizar cortes bruscos porque el calor extremo está dificultando el enfriamiento de sus rectores.
Pero estos son solo algunos de los problemas que están creando estos eventos extremos de calor que, lamentablemente, veremos con más frecuencia en regiones como Europa. Unos episodios que, sin duda, tendrán importantes impactos sobre los ecosistemas y las sociedades, con más muertes por calor, más incendios y un peor rendimiento de los cultivos.