Putin lleva un tiempo frotándose las manos, y no precisamente por el frío. La crisis climática, en cierto modo, le conviene. La guerra de Ucrania y la crisis energética que está creando han ralentizado e, incluso, paralizado muchos de los objetivos climáticos de lucha contra el calentamiento global.
Todo esto no hace más que alimentar un círculo perverso con condiciones extremas in crescendo en muchos países. Algunas como el calor, con sed de energía que –de momento– bebe de parte del gas que exporta Rusia. Esta situación también crea una necesidad que no todos los hogares pueden permitirse en veranos especialmente duros: el aire acondicionado o el uso de ventiladores.
La reducción de un 20% del flujo del gas por el Nord Stream y la utilización de este recurso como juego de poder tiene unas repercusiones, ya no sólo para países que aún tienen una gran dependencia de este combustible fósil procedente de Rusia. Sino también como agente desestabilizador y de desigualdad ante un personaje que obtiene réditos del caos.
Los últimos datos de Eurostat, la Oficina Europea de Estadística, reflejan que, desde 1979 hasta 2021, la necesidad de aire acondicionado se multiplicó por tres. Algo que se mide a través de un factor como es el valor de los grados-días de enfriamiento (CDD), por el que la temperatura base a partir de la cual se pondría en marcha la refrigeración serían los 24 grados.
Países como España están sufriendo este año temperaturas anómalas, más altas de lo habitual. En consecuencia, el uso de sistemas de climatización se ha disparado. Una tendencia que tiene todos los visos de continuar, a pesar de las recientes advertencias de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en términos de ahorro.
En lo que concierne a Europa, de acuerdo al último informe del Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC), la demanda de energía para refrigeración puede superar el 40% en áreas del sur de Europa. Son datos de análisis internacionales anteriores a la guerra de Ucrania, cuando las políticas de exigencia en materia de reducción de combustibles fósiles y de gases de efecto invernadero eran parte primordial de la agenda internacional.
Los datos de Eurostat reflejan que estas predicciones pueden ser, cada vez, una realidad más palpable. En España, en concreto, la necesidad de refrigerar los edificios para combatir el intenso calor ha aumentado un 59,5%. De hecho, nuestro país es el cuarto de la UE que más años lleva requiriendo mantener lejos el calor. Una cuestión en aumento en las últimas cuatro décadas.
La reciente ola de calor ha disparado, además, la demanda de aparatos de climatización y las búsquedas al respecto en internet, que han subido en torno a un 90% en este último mes. Algo que confronta con las recomendaciones y normativas que ponen el acento en el ahorro energético.
Ahorro en tiempos de necesidad
Ante el aumento del precio de la luz y la crisis energética, la AIE volvía a urgir este mes a reducir el consumo de gas de forma inmediata. Entre las medidas propuestas, estaba la necesidad de limitar el uso de aire acondicionado. Una cuestión que ya subrayó en el mes de abril, cuando recomendó reducir un grado la refrigeración. Sobre todo, para preparar a regiones como Europa ante el invierno que se avecina.
Estas últimas peticiones de la agencia internacional se escucharon apenas unos días antes de que la Unión Europea publicara Ahorra gas para un invierno seguro, su plan de emergencia ante el miedo a un corte total del suministro por parte de Rusia, que incluye algunas directrices como limitar el aire acondicionado a 25 grados. En invierno, la calefacción deberá mantenerse a 19. Al menos, hasta el 31 de marzo de 2023.
Son medidas que deberán incluirse en los planes nacionales de cada Estado miembro antes del término de septiembre. Aunque España, como aseguró la ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, no apoya el paquete al completo. En declaraciones a los medios, Ribera señaló que "[desde España] nos resistimos a la imposición de obligaciones que están por encima, en términos de esfuerzo, a lo que nos corresponde y a lo que se les pide a otros socios comunitarios”.
En Europa, el número medio de hogares que disponen de aire acondicionado están en torno a un 20%. En España, ese porcentaje asciende al 36%. El resto tienen dos opciones en días especialmente calurosos: optar por ventiladores o, en su defecto, soportar las altas temperaturas a golpe de duchas frías.
Porque hay otra cuestión, y es que tanto aparatos de aire acondicionado como ventiladores beben de una luz que alcanza máximos, para muchos, insostenibles. Este miércoles, el precio de la luz volvía a subir casi un 5%, hasta los 250,16 euros por megavatio hora (MWh), según datos del Operador del Mercado Ibérico de Energía (OMIE) recogidos por Europa Press.
Estos precios crean una absoluta desigualdad y acrecientan la pobreza energética que ya se sufría en nuestro país. Aunque se disponga de aire acondicionado o ventiladores, muchos ya ni se atreven a encenderlos y quedan al albur de los termómetros. Otros, más privilegiados, consumen esa luz a precio de oro.
Son diferencias fácilmente observables desde el duro asfalto de cualquier calle. Dependiendo del barrio, de los hogares con más o menos renta, de las fachadas cuelgan esos aparatos grises, que, de hecho, contribuyen a la contaminación acústica y del aire.
Hacia las islas de calor
En las ciudades ocurre, además, un fenómeno particular, y es que la temperatura media anual del aire puede ser hasta tres grados más alta. Por las noches, esa diferencia puede dispararse aún más. El asfalto y los edificios acumulan energía del sol que acaban liberando en forma de calor a lo largo del día.
El impulso más inmediato –para quien pueda– es encender el aire acondicionado. Pero sobra la literatura científica que respalda cómo estos aparatos irradian calor. Algo especialmente notorio en las grandes urbes. Por ejemplo, un estudio del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat) comprobó que los sistemas de climatización pueden incrementar entre 1,5 y dos grados las temperaturas.
Asimismo, como recoge The New York Times, la refrigeración es una de las fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero de más rápido crecimiento, destinada a crecer especialmente rápido en los países en desarrollo. Se estima que suponen el 20% del total. Algo que, a su vez, contribuye al aumento de las temperaturas medias en el planeta y nos expone a más olas de calor más intensas y frecuentes.
No obstante, según señala ese mismo artículo, hay formas de mejorar la refrigeración y hacerla más justa. “No sólo harían que las olas de calor fueran menos duras, sino que incluso podrían hacer que nuestras comunidades fueran más habitables”.
Entre las opciones están construir mejor, con edificios que faciliten las corrientes de aire, con pintura blanca que refleje la luz solar o utilizar materiales que absorban menos el calor. También, otras medidas como hacer más eficientes los aparatos de aire acondicionado, reducir el tráfico rodado en el centro de las ciudades o incrementar las zonas verdes y azules (con más vegetación y más agua) pueden ayudar a reducir varios grados las temperaturas.