Climateflation, fossilflation y greenflation (inflación verde). La invasión de los neologismos anglosajones es un hecho al que no escapa el sector de la energía, en particular, y el ámbito medioambiental en general. El tercero, en concreto, es el que está haciéndose un hueco más prominente en los medios de comunicación de nuestro país, lo cual puede tener efectos perniciosos en la lucha contra el cambio climático.
La inflación verde es la espiral inflacionista ligada a la escalada de precios de materias primas necesarias para la transición energética, como como el estaño, el cobre, el litio, el aluminio o el cobalto que, según un estudio del Consejo de Energía, Medio Ambiente y Agua (CEEW), han aumentado entre el 20% y el 90% solo en 2021.
El aumento de demanda, si no va acompasado al de la oferta, produce inevitablemente un escenario de inflación; la apuesta definitiva por las renovables requiere una producción mucho mayor de la habitual de esos bienes, y el mercado no estaba preparado.
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A esto se añade un panorama nada favorable: el taponamiento por la guerra de Ucrania, unido a una inflación energética (y de precios en general) que ya estaba disparada desde antes, han creado la tormenta perfecta: enfrentarse al recibo de la luz en los meses que nos llegan va a suponer un acto de estoicismo inédito hasta ahora, especialmente, en los sectores más vulnerables.
El dilema es hasta qué punto la sociedad aceptará los argumentos climáticos a la hora de arrimar el hombro todavía más. “Una buena comunicación es ahora más necesaria que nunca si no queremos desandar todo lo avanzado en la lucha contra el calentamiento global”, opina Omar Rachedi, profesor adjunto del Departamento de Economía, Finanzas y Contabilidad en Esade, para quien es fundamental separar muy bien los tres focos inflacionarios relacionados con la transición energética.
“La climateflation se refiere a los efectos del cambio climático, por los cuales cada vez será más difícil producir alimentos u otros productos básicos, por ejemplo, y esto puede generar una subida de precios; fossilflation es, básicamente el coste que tenemos que soportar para que una transición energética que nos aleje de los combustibles fósiles”.
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Se refiere al coste heredado de la dependencia de las fuentes de energía fósil, que no se ha reducido con la fuerza suficiente en las últimas décadas. En 2019, los productos derivados del petróleo y el gas natural todavía representaron el 85% del uso total de energía en la zona euro, según datos del Banco Central Europeo, muy lejos de los objetivos marcados en las agendas internacionales.
“Teniendo todo esto claro, la greenflation solo es la punta del iceberg y desde luego no las más preocupante”, prosigue Rachedi, “ya que entra dentro de lo normal al ser provocada por la demanda de minerales necesarios para los nuevos productos de esa transición, y eso genera una espiral inflacionaria esperable; pero la climateflation y la fossilflation tienen más que ver con un shock de oferta y es más complicado responder con políticas monetarias, por eso son mucho más impredecibles y peligrosas”.
Tarde y mal
Esto no significa que se deban subestimar los efectos de la inflación verde. Según una encuesta realizada por el Banco Central Europeo, las empresas y productores esperan un repunte aún mayor en los precios derivados de la transición energética, puesto que el incremento la demanda de bienes que lleva asociada aún tiene que llegar a su máximo en los próximos años, y estamos lejos de que se produzca un incentivo que genere la oferta necesaria para equilibrar la balanza.
Con todo, si logramos atravesar este Rubicón, no habrá una estabilización inmediata. “El incremento de la demanda de ese tipo de productos va a ser tan potente que la segunda parte, la del declive de la inflación, será lenta, eso es algo que debemos tener claro”.
El experto se refiere a ciclos económicos cuyas curvas podrían haber sido menos abruptas de haber empezado antes a hacer los deberes en materia de cambio climático y, sobre todo, con una mayor planificación, como reclama Begoña Casas, directora de Estrategia y Sostenibilidad de la consultora Wizdolphin, colaboradora en Naciones Unidas en ODS y desarrollo sostenible y experta en sostenibilidad por el MIT:
“No podemos, social ni económicamente, soportar este ritmo. Nadie ha planificado la transición pensando de grande a pequeño, en los Estados, las empresas y las familias. No puedes pedir a alguien con pocos ingresos que se deshaga de la noche a la mañana de su coche diésel o de su caldera de carbón.
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Debemos levantar un poco el pie del acelerador en cuanto al abandono de los combustibles fósiles y al mismo tiempo, aumentar por tres las capacidades de las energías renovables y reducir su coste mediante herramientas como la digitalización”, expone la experta, en la línea de lo que plantea la Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA).
Blindar a los más vulnerables
La transición ecológica puede ser una transición de precariedad para quienes menos tienen, si no se actúa a tiempo. “Lo primero que hay que tienen que hacer los poderes públicos es convencer a la sociedad de que, si no hacemos este esfuerzo, las consecuencias serán muchísimo peores”, opina Rachedi.
“Por eso la narrativa del Banco Central Europeo intenta explicar bien de dónde vienen estas tres tipologías de la inflación ligados a la transición ecológica, y que la dinámica futura va a ser muy importante, porque aunque la inflación llegue a un 3%, hasta que la transición esté anclada no se generará un escenario propicio de política monetaria para contrarrestarla”.
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El profesor de Esade propone medidas decisivas: “Es necesaria una intervención más contundente de la política fiscal; la inflación es un fenómeno, por lo general, regresivo, afecta más a los que tienen menos renta. Lo mismo pasa con la ‘greenflation’, porque los hogares con salarios más bajos dedican una cuota relativamente más alta a cubrir el coste de esos bienes necesarios para la transición, que han subido de precio”.
“Hay que asumir que cualquier política de transición va a ser regresiva, y eso implica un cambio del sistema fiscal para mantener la actual progresividad, lo que supone, o bien un cambio en la tasa sobre la renta o, de alguna manera, una reducción del IVA sobre bienes verdes”, prosigue Rachedi, y zanja: “La política óptima sería un IVA progresivo, pero eso no se puede implementar hasta que tengamos una moneda completamente digital.
Pero mientras tanto, se debería aplicar una política fiscal que mantenga a raya esta subida de precios entre los sectores más vulnerables, lo que supondría que la greenflation sería un desafío mucho menor”.
No es suficiente
Las fuentes renovables, con todo, llevan tiempo implantándose, y a pesar de la espiral inflacionista en algunos sectores, en general han alcanzado la ansiada economía de escala, como apunta Marcos López-Brea, director general de DH2 Energy, y director del programa de Hidrógeno Renovable de la Escuela de Organización Industrial (EOI).
“La entrada de las renovables ha sido gradual, la solar y la eólica se han ido implantando de forma progresiva y, si bien ha habido picos de incrementos acelerados como el actual, frente a otros de parada, materiales como el acero para los aerogeneradores o el silicio para los módulos fotovoltaicos llevan aumentando su demanda desde hace dos décadas, una demanda cuya ascensión ya se preveía”.
López-Brea insiste en que el problema de la greenflation es más flagrante en algunos sectores, como en el de los coches eléctricos, que está viviendo un bum en un periodo muy corto de tiempo. “No hay que perder de vista que el objetivo es reducir las emisiones totales de gases de efecto invernadero, y subrayo lo de totales, no parciales.
Hoy, un coche eléctrico contamina menos y tiene menos impacto ambiental, pero hay que tener en cuenta la extracción de materiales necesarios para su fabricación y la de sus baterías, y la procedencia de la energía eléctrica que necesita para circular: muchos se cargan en enchufes que siguen tomando esa energía de la quema del carbón y del gas”.
El experto recuerda que hoy, la tecnología energética más barata en cuanto a generación es la fotovoltaica y la segunda, la eólica. “Eso se ve en el precio del megavatio por hora, que se ha reducido de forma muy significativa. Si no, la transición sería inasumible en costes”.
Y recuerda que España es pionera en la implantación del hidrógeno para procesos industriales. “Hoy, hay multitud de proyectos en marcha de grandes empresas acereras o de fertilizantes para utilizar solo fuentes renovables en la extracción del hidrógeno, y eso supondría una reducción drástica se sus emisiones: ese es el camino a seguir”
Y zanja: “La ‘greenflation’ no debe ser el mayor de nuestros problemas, sino un paso necesario para un objetivo que ya no podemos eludir: reducir los gases de efecto invernadero a nivel global o lo que vendrá, también a nivel económico, será mucho peor”.