En la maraña de alquitrán, hormigón y tráfico de las ciudades, a veces es difícil encontrar un espacio verde silencioso y lo suficientemente grande como para que la biodiversidad tenga una presencia importante. La vida urbana también acarrea uno de los problemas sobre los que más se ha puesto el foco con la crisis climática: la contaminación —no solo ambiental, sino también acústica o lumínica—.
Según un estudio publicado en 2021 por la Universidad de Harvard, en colaboración con la de Birmingham, la de Leicester y el College London, la causa de una de cada cinco muertes que se producen en el mundo está directamente relacionada con la contaminación atmosférica provocada por la quema de combustibles fósiles.
La ONG Greenpeace obtuvo los datos para España, y concluyó que en nuestro país la contaminación mata a más de 45.000 personas cada año. Otra investigación, publicada en la revista científica Environmental Research arrojó que en todo el planeta mueren al año casi 10 millones de personas por las partículas en suspensión en el aire que dejan la polución y la quema de vegetación en los incendios.
Integrar naturaleza y ciudades
En plena batalla para hacer las urbes más habitables y sostenibles, en los últimos años ha resurgido el concepto biofilia, que existe desde hace varias décadas, pero que puede ser una de las claves para que naturaleza en las ciudades se convierta en algo más que en zonas verdes dispersas y avenidas con árboles.
Acababan de empezar los años 70 cuando el psicoanalista germanoestadounidense Erich Fromm lo acuñó en su libro La anatomía de la destructividad humana, pero fue a mediados de los ochenta cuando el biólogo Edward O. Wilson popularizó y amplió el término. La idea base era que, independientemente de las diferencias culturales, los seres humanos de todo el mundo parecen compartir una afinidad común con la naturaleza, ya que evolucionamos con ella y dependemos de ella para sobrevivir.
De esta idea surgió la corriente biofílica en arquitectura, que pretende incluir la naturaleza en la planificación de las urbes, la arquitectura y la distribución del espacio en los núcleos urbanos. Así, las ciudades biofílicas son aquellas que se preocupan por proteger, restaurar y favorecer la expansión de la naturaleza, fomentando conexiones profundas y el contacto diario de sus habitantes con el mundo natural.
[Arquitectura del mañana: arquitectura regenerativa]
El urbanismo biofílico está aportando nuevas perspectivas sobre cómo los ecosistemas naturales deben integrarse en el tejido de las ciudades. Esta perspectiva puede ser la puerta de entrada a la integración de la naturaleza en el diseño de calles y en la distribución del plano urbano, beneficiando y potenciando diversas funciones como la económica (nuevos lugares de ocio), la ambiental (más zonas verdes) o la social (más espacio para relajarse fuera de casa).
Las supermanzanas de Barcelona
En España, uno de los ejemplos más paradigmáticos de biofilia aplicada al entorno urbano se encuentra en Barcelona y en el proyecto de las supermanzanas. Básicamente, la idea es modificar el plano de la ciudad en algunas zonas para eliminar tráfico —y por lo tanto contaminación— e introducir zonas verdes. El primer ensayo se llevó a cabo hace unos años en el barrio de Poblenou, y poco después se instalaron más en Horta o Sant Antoni.
Las supermanzanas son cuatro manzanas convencionales unificadas y de cuyas calles se saca el tráfico para instalar parques, zonas peatonales y de juegos. El perímetro restante se convierte en una manzana gigante (casi 20.000 metros cuadrados) reservada casi exclusivamente a los peatones.
Ahorro energético en casa
La incorporación de elementos naturales en los entornos urbanos puede tener enormes beneficios para la salud, el medio ambiente, la economía y el desarrollo de las ciudades a largo plazo.
Según un estudio de la Universidad Nacional de Taiwan, la exposición a espacios urbanos biofílicos es extremadamente beneficiosa para la salud mental, ya que promueve las emociones positivas, reduce el estrés y mejora el funcionamiento cognitivo. Además permite a los ciudadanos participar en actividades físicas sin estar expuestos a los contaminantes del aire.
Los entornos biofílicos también ayudan a ahorrar energía. Por ejemplo, las “paredes verdes” o “vivas” de los edificios (estructuras verticales que están cubiertas por vegetación) pueden ser reguladoras térmicas y acústicos muy efectivas que ayudan a reducir significativamente la pérdida de calor, por lo que se requiere menos energía para calentar las viviendas en invierno.
Desde un punto de vista ecológico, también se ha descubierto que los diseños biofílicos y los entornos urbanos ayudan a preservar la biodiversidad. En muchas ciudades las especies animales y vegetales sufren severas pérdidas, pero los entornos urbanos biofílicos ofrecen refugio a la naturaleza endémica al proporcionar alimento, refugio, lugares de reproducción y facilidad de movimiento para la vida silvestre.