Suele atribuirse a la condición humana la necesidad de buscar explicaciones sobrenaturales a cualquier fenómeno, como si esto fuera algo inherente a nuestra especie. Sea esto verdadero o no, lo cierto es que las creencias mágicas han acompañado al ser humano a lo largo de toda su historia, y especialmente a partir de la revolución agrícola.
Las creencias sobrenaturales se han ido transformando, y en algunos lugares, se han llegado a institucionalizar, con mayor o menor éxito. Dependiendo del momento histórico y de las coordenadas geográficas, el pensamiento mágico adopta distintas formas, aunque todas comparten un fondo común.
Con la revolución científica, inaugurada en el siglo XVII, estas creencias fueron progresivamente desplazadas por el imperio de la ciencia y la razón, hasta llegar a lo que conocemos como modernidad.
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Según el sociólogo Max Weber, el tránsito de la premodernidad a la modernidad se define precisamente por lo que él llama el desencantamiento del mundo, es decir, el reemplazo de la religión y la magia por la ciencia y la razón.
Pero esto es sólo una ilusión. En realidad, el pensamiento mágico de las sociedades preindustriales persiste de muchas formas en nuestras sociedades actuales. Y no sólo a través de las religiones tradicionales, como el cristianismo o el islam, sino, por ejemplo, de la astrología o, incluso, las teorías de la conspiración.
En la actualidad, mucha gente cree en el horóscopo, y no nos parece extraño que otra persona nos pregunte cuál es nuestro signo zodiacal para saber más sobre nosotros. Y ello a pesar de que la ciencia no acredita en absoluto la fe en este tipo de cuestiones. Aun así, muchas personas leen el horóscopo a diario, esperando encontrar en él respuestas que no son capaces de encontrar de ninguna otra manera. Pero, ¿cómo se explica esto?
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Efecto Forer
En primer lugar, hay que preguntarse por qué es tan exitoso el horóscopo y por qué tanta gente, a pesar de no creerse las predicciones del tarot, sí admite que la posición de los astros en el momento de su nacimiento determina ciertos rasgos de su personalidad y de su comportamiento.
La respuesta a esta pregunta está, en parte, en el conocido como efecto Forer, llamado así en honor del profesor universitario que, en 1948, llevó a cabo un experimento con el que quiso averiguar el porqué del éxito de predicciones como la del horóscopo.
Para ello, Forer entregó a cada uno de sus alumnos un sobre en el que, presuntamente, ellos debían encontrar una descripción personalizada de cómo eran. Según la encuesta realizada después, todos los alumnos creían que Forer había acertado bastante, y ni por asomo sospecharon lo que de verdad había ocurrido.
En realidad, Forer había repartido a todos sus alumnos análisis idénticos, en los que podían leerse cosas como “a veces eres extrovertido, mientras que otras eres introvertido” o “tienes una considerable capacidad sin usar que no has aprovechado”.
Con estas descripciones genéricas, Forer consiguió que sus alumnos se identificaran con el análisis que había hecho de ellos. Y esto es lo mismo que ocurre con los tarotistas. Aplicando la misma técnica que empleó Forer, los adivinadores profesionales se aseguran un alto nivel de acierto y la reproducción de la creencia en los signos zodiacales.
Fruto de la incertidumbre
No obstante, también hay personas que, más allá de leer el horóscopo para reconocerse en las descripciones de su signo, lo consultan cada día para saber qué les depara el futuro, a muchos niveles: económico, profesional, romántico…
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Uno de los elementos que explica esto es, como hemos dicho antes, la desacralización del mundo y el repliegue aparente, durante la modernidad, de todas las formas de creencia mágica.
En realidad, lo cierto es que, desde un punto de vista casi antropológico, nos cuesta deshacernos del todo de esta manera de pensar y de experimentar el mundo, de ahí la necesidad de acudir a creencias como la del horóscopo, que no deja de ser una creencia mágica más (aunque no aspire a dar explicación a la totalidad de la experiencia humana).
Hay también otros factores que explican por qué el horóscopo está ganando seguidores en este momento concreto. Desde que los humanos se establecieron por primera vez en asentamiento permanentes y su vida pasó a depender de la agricultura (que permitía la planificación a largo plazo), las personas hemos sentido la necesidad constante de predecir el futuro.
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Sin embargo, en momentos de crisis, como el que estamos viviendo ahora, aumenta la incertidumbre sobre qué va a pasar, y esta incertidumbre alimenta todavía más nuestro deseo de averiguar el futuro y la necesidad de aferrarnos a algo que nos permita planificar mejor nuestra vida.
Esto explica por qué cada vez más gente recurre al horóscopo en nuestra época, y especialmente los jóvenes, atenazados por problemas como la precariedad laboral, la amenaza climática y la falta de perspectivas. En este contexto, el horóscopo proporciona a las generaciones más jóvenes un lugar donde aferrarse, algo en lo que creer, a pesar de que su fiabilidad sea nula.
Y es que, en el fondo, puede entenderse el horóscopo como una suerte de autoayuda disfrazada de magia, en el sentido de que ayuda a muchas personas —con mayor o menor éxito— a pasar sus crisis vitales, a gestionar mejor el día a día y a tener esperanza en el futuro, a pesar de que rara vez esa esperanza esté fundada en algo cierto.