Un grupo de científicos del Instituto Mak Planck de Química en Alemania, junto a investigadores de Estados Unidos y Dinamarca, ha descubierto que tenemos un “campo de oxidación” que cambia la química a nuestro alrededor.
Y es que la oxidación del cuerpo es un proceso combinado de pérdida (oxidación) y captación (reducción) de electrones con el que se transforma el oxígeno respirado y los nutrientes ingeridos, convenientemente transformados, en la energía necesaria para el funcionamiento orgánico.
Este es fundamental para la vida, ya que participa en el proceso de obtención de la energía celular. Además, produce dióxido de carbono y agua, y una serie de moléculas residuales que se conocen como radicales libres con capacidad oxidante.
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Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos expuestos a multitud de químicos y contaminantes. En pinturas, emisiones de gases o incluso lo que producimos con actividades como cocinar o limpiar.
En el exterior, estos productos químicos suelen desaparecer de modo natural gracias a los rayos ultravioleta del sol, el vapor de agua y el ozono. Cuando estos tres componentes entran en contacto, se producen radicales hidroxilos (OH), unas moléculas muy reactivas responsables en gran parte de la limpieza química del entorno.
El problema viene cuando estamos en casa y lugares cerrados: en interiores es más complicado que haya una alta concentración de radicales OH y es el ozono que se filtra desde el exterior el que hace que los componentes químicos del aire se oxiden.
Hasta ahora, las investigaciones sobre espacios cerrados analizaban qué componentes emiten los muebles, las pinturas, las cortinas… Sin embargo, lo único en común que tienen todos los espacios habitables es el ser humano.
Así surgió la investigación del Instituto Mak Planck. El experimento es el primero que se realiza, según explicó a la BBC, la doctora en Química Nora Zannoni, miembro del Instituto de Ciencias Atmosféricas y Clima de Bolonia (Italia), quien analiza cómo se desarrolló la idea en un espacio controlado.
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"Queríamos determinar qué provenía solo de los humanos", aseguró a la cadena británica. Para ello, contó, todo ese conocimiento, métricas y aparatos que se han usado tradicionalmente en estos estudios de la atmósfera al aire libre se aplicaron en un entorno cerrado.
Conclusiones del estudio
El experimento se llevó a cabo en una habitación hecha entera de acero inoxidable. En esta "cámara de control climático", aseguró la experta en el medio británico, no había nada más que las personas que participaron en él, dos mujeres y dos hombres.
Se realizaron pruebas a distintas temperaturas y humedades, cambiaron la ropa de los participantes para mostrar más o menos piel y modificaron los niveles de ozono que entraban en la cámara de metal.
Así, los investigadores comprobaron que a mayor piel expuesta, mayor oxidación. Tras exponer a los participantes a distintas cantidades de ozono vieron que se generaron radicales hidroxilo (OH): "Nos sorprendió porque se generó bastante, era una concentración realmente alta", aseguró Zannoni.
También descubrieron que el ozono reacciona con la piel humana. A partir de los resultados quedó claro que los radicales OH estaban presentes, abundantes y formando fuertes gradientes espaciales.
El modelo gráfico donde se visualiza el campo de oxidación se ve como una suerte de llamaradas de distintas tonalidades que se expanden desde nuestro cuerpo al exterior.
Este es un primer paso que, según los investigadores implicados, demuestra la importancia a futuro que puede tener este descubrimiento en muchos ámbitos de nuestra vida.
"En entornos reales tenemos muchas más fuentes, la química es más completa, pero ya tenemos una línea de base que podría ayudar, por ejemplo, para mitigar la acumulación y concentración de tóxicos en interiores y mejorar la calidad del aire", dijo Zannoni a la BBC.
Aunque el estudio está centrado en química, "otro ámbito es ver qué efectos tiene en la salud de las personas y, aunque aún necesitamos más estudios, esto ya es un camino", añadió la científica.
Para el estudio de materiales, pinturas, muebles y los tóxicos que contienen también puede suponer un cambio, pues antes se hacía el test de los tóxicos de un sofá solo evaluando el sofá. Ahora se podrá evaluar con alguien sobre él.
Zannoni señaló que, aunque no es el ámbito que ellos estudian, sí se han planteado que el campo de oxidación que tenemos a nuestro alrededor podría afectar a las relaciones entre las personas.
"A menudo se habla de que una parte de nuestra comunicación es química, hay comunicación química en el intercambio interpersonal. Entonces, si cada uno tiene este campo de oxidación, dependiendo de cómo se desarrolle, puede afectar al campo del otro", admitió Zannoni.
"Puede ser que impacte en las funciones sensitivas de cada uno en cierto modo", concluyó. Sin duda, el estudio abre una puerta para ver cómo reaccionamos ante distintos químicos que usamos en interiores.