La naturaleza y su biodiversidad están en alerta roja. Así lo constata el Índice del Planeta Vivo (IPV), el mayor análisis global sobre el estado general de la naturaleza. Con una evaluación de 32.000 poblaciones de un total de 5.230 especies, los datos nos sitúan en un momento de urgencia. Desde 1970, la media global de las poblaciones de vertebrados ha caído un 69% y al menos un millón de las plantas y animales del mundo se encuentran ya en peligro de extinción.
Los esfuerzos que se están realizando para frenar este agujero negro en la biodiversidad mundial no están siendo suficientes. La publicación bienal del Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF) y la Sociedad Zoológica de Londres pone cifras a un problema silencioso, al goteo invisible de la extinción de especies –que ya alcanzan un 2,5% del total– y a la degradación de los ecosistemas.
Que algunas como el sapo dorado o el melomys de Bramble Cay desaparezcan se debe no solo al cambio climático, sino también a los cambios del uso del suelo, la sobreexplotación de los ecosistemas, la introducción de especies invasoras y la contaminación. Cada vez dañamos más sus hábitats y el resultado se refleja en datos como que las poblaciones de agua dulce, en solo 50 años, han descendido un 83%.
[8 animales a los que la acción humana ha extinguido o dejado al borde de desaparecer]
Solo el delfín rosado del río Amazonas, por ejemplo, sufrió una caída del 65%. En cuanto a los corales, ya se han perdido la mitad de todo el planeta. Un declive que tiene un efecto en cadena muy peligroso, porque albergan al menos una cuarta parte de todas las especies marinas y dan soporte a una compleja cadena trófica que incluye a los humanos.
A pesar de que la Década de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica se concibió para llevar a cabo acciones de gran alcance, el informe constata que no ha sido suficiente: “Se ha quedado muy corta”, denuncia.
Las recientes olas de calor y las sequías, según publicó el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, se han convertido en fenómenos mortíferos no solo para las personas, sino también para multitud de especies. En Australia, en un solo día de 2014, murieron más de 45.000 zorros voladores. Pero este evento solo engorda la lista de unas mil especies que se han visto directamente impactadas por los efectos más devastadores del cambio climático.
En este contexto, sumideros de carbono y auténticos escudos frente al calentamiento global como son los bosques están sufriendo el impacto de la sobreexplotación humana. De hecho, aunque podrían reducir la temperatura media del planeta en 0,5 grados, perdemos en torno a 10 millones de hectáreas de bosques cada año (el equivalente al tamaño de Portugal), sobre todo por cambiar los usos del suelo y utilizarlo como tierra de cultivo.
Esto a pesar de que nuestra huella ecológica, es decir, el máximo de los recursos que debería consumir cada persona, ha superado el límite sostenible. Como recoge el informe, Para vivir con los recursos actuales, esta impronta debería ser menor que la biocapacidad de la Tierra –que es la capacidad de los ecosistemas para regenerarse por sí solos–.
Es decir, nuestra huella ecológica tendría que ser menor de 1,6 hectáreas globales por persona y ahora mismo estamos en 6,4 hectáreas. Estamos pidiendo cuatro veces más alimentos, fibras, zonas urbanas y absorción de carbono de las disponibles en el planeta per cápita.
Todo esto se está traduciendo en una masacre de biodiversidad que es especialmente sangrante en zonas como América Latina y el Caribe, donde la disminución media de las poblaciones de las especies ha disminuido un 94% desde 1970. Tras esta región, en África el IPV cayó un 66% y en Asia y Pacífico un 55%. Tanto en América del Norte como en Europa y Asia Central, la disminución no supera el 20%.
Entre estas disminuciones preocupan, por ejemplo, la disminución de los tiburones y rayas, que se valoran cada vez más por su carne o incluso por sus supuestas propiedades médicas. Según los datos del informe, sus poblaciones han caído una media del 75% desde 1970.
Por ejemplo, la abundancia del tiburón de punta blanca disminuyó un 95% a nivel mundial en un plazo de tres generaciones, con lo que ha pasado de Vulnerable a En Peligro Crítico en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Para entender la gravedad de esto, el informe explica que la desaparición paulatina de súperdepredadores pueden originar cambios funcionales sustanciales en la redes tróficas y amenazar no solo a especies animales, sino a la seguridad alimentaria y a los ingresos de países de rentas bajas.
Qué hacer para evitar el ‘no retorno’
El documento de WWF y la Sociedad Zoológica de Londres apunta que la doble crisis ambiental se puede mitigar con el aumento de los esfuerzos de conservación y restauración, la producción y el consumo de alimentos de forma más sostenible, y la rápida y profunda descarbonización de todos los sectores. Por este motivo, antes de llegar al punto de no retorno, los autores del estudio piden una transformación de las economías hacia escenarios más sostenibles.
“No será posible lograr un futuro positivo para la naturaleza sin reconocer y respetar los derechos, la gobernanza y el liderazgo en conservación de los pueblos indígenas y las comunidades locales de todo el mundo”, apuntan desde WWF.
Este será un aspecto central de la 15ª Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Biodiversidad Biológica (CBD COP 15) que se celebrará en diciembre. Se abre una nueva década para tomar acción. En este sentido, desde organizaciones como WWF piden que los líderes mundiales lleguen a un acuerdo al estilo del de París para revertir la pérdida de biodiversidad y asegurar una naturaleza en positivo para 2030. Es decir, que al final de esta década haya más naturaleza que al principio.
“Podemos construir un futuro en el que puedan prosperar tanto las personas como la naturaleza”, cuenta Juan Carlos del Olmo, secretario general de WWF España. Añade que esto solo se conseguirá si se incluyen “nuevos enfoques que integren la equidad, la justicia y los efectos del cambio climático y la pérdida de naturaleza, además de cambios sistémicos que aborde la forma en que producimos y consumimos, la tecnología que usamos y nuestros sistemas económicos y financieros”.