Gestionar unos recursos que son limitados frente a las necesidades ilimitadas de los humanos. Básicamente, la definición de economía se puede reducir a esa máxima. No obstante, los caminos para conseguirlo son tantos como teorías económicas se han desarrollado y puesto en práctica a lo largo de la historia.
En los últimos siglos, la dominante en casi todo el mundo ha sido la del capitalismo liberal, basada en los postulados de crecimiento económico constante y consumo infinito. Sin embargo, desafíos como el del calentamiento global o la superpoblación están haciendo que florezcan teorías como la del decrecimiento, que ponen en cuestión esa idea de mantener el crecimiento a toda costa.
La premisa de decrecer, de reducir el consumo global de recursos, ha regresado al debate precipitada por la emergencia climática. Pero no es nada nuevo, ya que desde los años 70 se habla de producir menos para hacer sostenible la vida en el planeta.
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¿En qué consiste decrecer?
José Moisés Martín, economista y autor de El futuro de la prosperidad (Ariel, 2022), explica que los defensores del decrecimiento intentan "recuperar o volver a incorporar la actividad económica dentro de los límites planetarios", ya que si continuamos con el modelo actual, dicen, "pasaremos esos límites y llegaremos al colapso".
En cualquier caso, Martín aclara que los decrecentistas "no plantean volver a las cuevas", solo reorientar el rumbo y repensar el paradigma del crecimiento infinito, reduciendo la energía y los recursos en los procesos de producción, y anteponiendo el bienestar de las sociedades a los beneficios económicos.
Entre otras cosas, los seguidores esta teoría proponen los autocultivos de alimentos, en la medida de lo posible, aprovechar las viviendas vacías en lugar de construir más, o no tirar tanta comida. La sostenibilidad, por lo tanto, es condición sine qua non para llevarlo a cabo, ya que utilizar menos energía y producir menos también significa que esa energía sea limpia.
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La persecución del crecimiento económico, tal y como se conoce ahora, empezó en los siglos XVII y XVIII, coincidiendo con la evolución de los avances tecnológicos que hicieron a las sociedades más prósperas. Desde entonces, los gobiernos se han centrado en esa idea de expansión permanente de las economías.
En agosto de 2016, un estudio publicado en la revista científica Nature concluyó que el calentamiento global, provocado por la acción humana, comenzó alrededor de 1830, cuando la primera revolución industrial —sustentada en la extracción y quema de combustibles fósiles— estaba en pleno apogeo, y según el informe Lectiu d'estudis sobre cooperació i desenvolupament, desde 1990 vivimos por encima de la capacidad del planeta para generar recursos.
Ya en el año 2003 esa sobrecarga fue del 25% y las tendencias no apuntan a una reducción significativa que convierta la vida humana en sostenible. Además ese desfase no es equitativo, no todos los países consumen igual. Principalmente es el norte global el que ha estado dilapidando y acaparando recursos, dificultando el acceso a ellos por parte de toda la población mundial.
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Aunque Martín no cree que todo esto desemboque en la desaparición de la humanidad, sí cree que no adaptarse podría dar lugar a una fuerte decadencia: "No creo que el cambio climático vaya a acabar con la civilización, pero sí que puede tener unos costes enormes, que el Banco Mundial estima entre el 8% y el 10% del PIB mundial".
Al final, insiste el economista, "es una cuestión sencilla: si seguimos basándonos en los hidrocarburos y éstos se acaban nos quedamos sin herramientas para seguir creciendo, y los estándares de vida pueden decaer". Por eso, explica, "los decrecentistas plantean hacer esa transición de manera ordenada. Si al final no vamos a poder coger aviones porque se acaba el combustible, o llegan las consecuencias del cambio climático, que no nos pille de golpe, que haya habido un descenso ordenado".
Crecer dentro de los límites del planeta
La emergencia climática se une al ostensible agotamiento de las materias primas y los combustibles fósiles, y el deterioro de los ecosistemas. Según la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quedan poco más de 40 años para que se agoten las reservas de petróleo y unos 60 para que se acabe el gas natural.
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Unas décadas antes apareció otro término que también ha ganado popularidad en los últimos años: desarrollo sostenible, es decir, seguir creciendo pero siendo respetuosos con el entorno natural. Hay quien defiende este concepto como la única vía posible de desarrollarse económicamente y a la vez respetar los límites ambientales.
Otros lo ven algo contradictorio. Como asegura el sociólogo Ernest García en El trampolín fáustico: ciencia, mito y poder en el desarrollo sostenible (Tilde, 1999), “el concepto de desarrollo sostenible es científicamente inconstruible, culturalmente desorientador y políticamente engañoso”.
Los datos no son nada positivos, con el nivel de consumo en claro aumento y una creciente desigualdad entre el norte y el sur global. Si en la década de los 60 la proporción entre el 20% más rico y el 80 % más pobre era de uno a 30, ahora es de uno a 80.
"Seguir creciendo y respetar el planeta no es contradictorio. Yo apuesto por ello", sentencia el economista, que reconoce que en este concepto hay un elemento ideológico importante. "Se puede seguir creciendo en bienestar y en términos económicos sin sobrepasar los límites del planeta, y la innovación tecnológica puede resolver una parte importante de este problema, pero tampoco se puede separar de la necesidad de reordenar nuestro sistema a nivel de generar y utilizar la energía".
La prosperidad no solo es PIB
Los defensores del decrecimiento tanbién proponen un cambio en el paradigma que mide el éxito y el progreso económico mediante indicadores como el PIB (producción total de bienes y servicios de una economía), para tener en cuenta otros factores, como la calidad de vida, o los índices de igualdad social.
Sobre este respecto, Martín asegura que "cada vez más se están usando otros indicadores de bienestar. Estamos acostumbrados al PIB, pero cada vez se está diversificando más y usando otros, como el acceso a determinados servicios públicos". Aun así, remarca, "todo el mundo se preocupa cuando los datos economicos van mal, pero no hay tanta alarma cuando caen los estándares de calidad de vida".
En el lado opuesto, quienes se oponen al decrecimiento arguyen que es posible reducir emisiones sin renunciar al crecimiento económico, y a este le atribuyen todos los avances tecnológicos y científicos. Otro de los argumentos más utilizados es el de que no es posible que los países pobres se desarrollen hasta cierto punto y después se detengan, y el que señala que la mayoría de las emisiones nocivas para la atmósfera provienen de países en vías de desarrollo como la India, China o Indonesia.
"No sé si se puede seguir creciendo indefinidamente", insiste Martín, que asegura que "el problema está en el sustrato que alimenta el sistema, que son los hidrocarburos". No obstante, afirma que "ya hay tecnología para sustituirlos e implementar sistemas de economía circular totalmente sostenibles".