En localidades como Zarza de Granadilla, en Cáceres, la lluvia que ha traído la borrasca Efraím está causando estragos. El municipio de casi 1.800 habitantes ha quedado casi completamente anegado. “No sabemos de dónde sale tanto agua”, asegura su alcalde Pedro Martínez en declaraciones a Efe. Los vecinos nunca habían visto semejante cantidad de agua. Ha inundado viviendas y garajes, ha obligado a evacuar a numerosas personas e incluso, tal y como relatan medios locales, han aparecido ovejas ahogadas.
En mayor o menor medida, esta es la realidad que están viviendo otras localidades repartidas por el país. Los vecinos de otros puntos como Badajoz, Granada, Cádiz, Toledo o Ciudad Real, entre otras, no esperaban inundaciones como las de estos días. Al repicar de una lluvia ansiada tras un verano extremadamente seco, le acompañan las quejas y lamentos de quienes ven las calles y viviendas anegadas y enfangadas, carreteras cortadas, balsas de agua o estaciones de trenes inundadas, como fue el caso de Madrid durante la tarde de ayer.
De momento, la Agencia Estatal de Meteorología sitúa en alerta hasta cinco comunidades por fuertes lluvias, viento y oleaje, especialmente en el litoral gallego, el suroeste y el Mediterráneo. Preocupan las fuertes precipitaciones y las crecidas de ríos como el Guadiana, por las que ya han sido desalojadas varias viviendas. Como cuenta Mar Gómez, meteoróloga de eltiempo.es, el martes alcanzó un pico de 2.672 metros cúbicos por segundo a su paso por Badajoz.
Aunque se trata de una crecida importante, no es, ni mucho menos, la mayor que ha experimentado este río. El récord está en la de noviembre de 1997, cuando la famosa riada de Badajoz. En esa ocasión alcanzó hasta los 4.488 metros cúbicos por segundo. Después de esta, la última crecida importante se dio en el año 2010, cuando en marzo se alcanzaron 3.259 metros cúbicos por segundo.
Gerardo Benito, investigador del CSIC y experto en riesgos de inundaciones, explica que “las lluvias intensas que tenemos estos días se deben a los ríos atmosféricos que se mueven en la parte baja de la atmósfera, y que traen gran cantidad de humedad desde zonas tropicales a lo largo de 2.000 kilómetros”. En este sentido, Gómez añade que, si se dan las condiciones adecuadas, esas cantidades de vapor de agua pueden condensar y liberarse en forma de lluvias abundantes y, en ocasiones, pueden provocar inundaciones.
Estos episodios extremos pueden darse tanto por una crecida de un río como consecuencia de unas lluvias intensas y repentinas en combinación con un sistema de desagüe deficitario o una topografía determinada; por el deshielo rápido de las nevadas producidas con anterioridad, o inundaciones costeras como consecuencia de los temporales y la subida del nivel medio del mar. Las posibilidades son tan variadas como la diversidad y amplitud geográfica que presenta nuestro país.
No obstante, hay cuestiones que sí se pueden evitar o, al menos, intentar controlar. Como reconoce Manuel Regueiro, presidente del Colegio de Geólogos, “las llanuras de inundación de los grandes ríos se han formado precisamente por las recurrentes avenidas de agua que se producen todos los años”. Por este motivo, insiste en que “si se conocen y cartografian, y se evitan construcciones en esas zonas aplicando lo que establece la ley del suelo, no se producirán daños o al menos se mitigarán mucho”.
Por su parte, Gloria Furdadas, investigadora y profesora de Geología en la Universidad de Barcelona, apunta que lo que está ocurriendo con estas lluvias y con las crecidas de los ríos es algo que entra dentro de la normalidad.
“Todos los ríos generan inundaciones, porque forma parte de su dinámica natural”, señala, e insiste en que “si estamos preparados o no, depende del uso del suelo que se le haya dado a las llanuras inundables”. La científica apunta que, “desgraciadamente, en muchos casos los humanos las hemos ocupado y, por tanto, sufrimos las inundaciones”.
En esto mismo coincide Antonio Giraldo, geógrafo y urbanista, que apunta que con episodios de lluvias cada vez más intensos y frecuentes, se trata de ver cómo adaptamos las ciudades y localidades.
En lo relacionado con evitar los efectos de estas precipitaciones, el experto subraya que “la ordenación territorial y el urbanismo juegan y han jugado un papel importantísimo para mal”, porque somos conocedores de que las ciudades son más vulnerables a inundaciones y a determinados fenómenos meteorológicos.
“Vamos muy lentos”
“Quizás tenemos que ser más estrictos con qué permitimos y dónde, algo que no hemos hecho en muchos casos”, insiste Giraldo. Es el caso, por ejemplo, de las construcciones levantadas en zonas marcadas como de riesgo por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO).
En un documento publicado sobre gestión del riesgo, apunta que las avenidas súbitas, provocadas por lluvias torrenciales, de corta duración, gran intensidad y muy localizadas, son un fenómeno bastante frecuente en España. Unos eventos que pueden llegar a provocar la pérdida de vidas humanas.
Según el texto, unas 300 en los últimos 30 años, y cuantiosos daños materiales que pueden estimarse en unos 500 millones de euros anuales. No obstante, esta última cifra podría ser algo mayor, porque según datos del Consorcio de Compensación de Seguros y el Instituto Geológico y Minero de España, en nuestro país, los daños por inundaciones se sitúan en una media de 800 millones de euros anuales.
No obstante, el documento del MITECO señala entre los principales factores potenciadores del riesgo de inundaciones en España, la ocupación intensiva del territorio, que da lugar a una alta exposición de las poblaciones. “A esto hay que sumar el aumento de la frecuencia e intensidad de las precipitaciones extremas motivadas por el cambio climático, junto con la subida del nivel del mar”, añaden.
En total, y según lo recogido por el último informe de los Planes de Gestión de Riesgo de Inundación del MITECO, las zonas inundables a finales de 2021 podrían alcanzar los 25.000 kilómetros cuadrados de nuestra superficie. Asimismo, apuntó que solo en 19.000, más de 2,7 millones de personas viven en las zonas de mayor riesgo, de las que el 59% se concentra en las cuencas del Guadalquivir, en el Júcar y en el Segura.
Además de esto, y como comenta Giraldo, “sabemos de urbanizaciones que están construidas en zonas que a lo mejor tienen un periodo de inundación de 500 años de retorno”, pero añade que “el problema es que, cada vez, esos 500 años van siendo menos. A lo mejor ahora son cada 50, y eso ya no es asumible”.
El experto asegura que “vamos lentos. O, mejor dicho, somos demasiado poco ambiciosos para la velocidad a la que suceden los cambios”. Por este motivo, Giraldo apunta que se hace innegable la necesidad de tener “una visión de obra”, que además de contemplar toda la capacidad de evacuación de las normativas, ponga el acento en cómo afrontar los episodios climáticos excepcionales. “Todavía no la alcanza casi ninguna ciudad”, lamenta.
Cómo preparar las ciudades
El problema es que el cambio climático apremia, y con él, los efectos adversos previstos en el corto y medio plazo, como son olas de calor y de frío o fuertes precipitaciones e inundaciones, entre otros.
En este sentido, en la mayoría de localidades se podrían mejorar varios aspectos para poder adaptarnos mejor a ese escenario que ya se está produciendo. Según Giraldo, las medidas van desde la eficiencia hasta la rehabilitación de los edificios. El experto incide en cuestiones como el aislamiento térmico, “porque tenemos un parqué edificado muy antiguo y muy mal aislado, con multitud de viviendas construidas desde los 60 en condiciones muy malas”.
Asimismo, más allá de los edificios, acometer otro tipo de medidas como crear sombras en las calles o una mejora de horarios y conciliaciones. “Habría que ver cómo podemos también reducir campanas de contaminación que provocan islas de calor en las ciudades”, apunta, y añade que, al final, “es un conjunto de medidas que hay que ver desde todos los ámbitos. No es solo poner un árbol y ya está”.
Subraya que reducir el asfalto en las localidades de nuestro país es aún una tarea pendiente. “Uno de los mejores aliados contra las inundaciones es precisamente el propio suelo, que ya es capaz de absorber gran parte del agua precipitada”, y el problema es que las ciudades se han vuelto muy impermeables.
“Tenemos un montón de suelo adoquinado limpio, con capa de hormigón debajo” y, al final, cuenta el geógrafo, “cuanto más asfalto hay, más agua se canaliza al alcantarillado, y tiene una capacidad que es la que es. Podemos plantear su mejora, sería lo deseable, pero no es cosa de un día”.
Todas estas, entre muchas otras, son las medidas en las que llevan insistiendo los últimos años distintos expertos a nivel científico de muy diversos ámbitos. Es la adaptación a un escenario que no solo va a pasar, sino que ya se está produciendo.
En lo que tiene que ver con las inundaciones, hay que recordar un estudio publicado en Nature, con participación de científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad de Barcelona (UB) y la Universidad de Almería (UAL).
En el trabajo se demostró cómo las últimas tres décadas (entre 1990 y 2016) están entre los periodos más abundantes en número de inundaciones, siendo además el segundo más grande en extensión espacial con casi dos millones de kilómetros cuadrados afectados en Europa. Por tanto, como indican los expertos consultados, urge tomar medidas de planificación para una mejor adaptación a los eventos extremos.