Amal llegó a España huyendo de matrimonios forzados y de la violencia en Marruecos. Sin hablar el idioma y sin apenas escribir ni leer tuvo que empezar de cero. Literalmente. Porque, cuenta, ha estado viviendo a la intemperie toda su vida: “Desde que nací, estoy en la calle”.
Su historia hiela la sangre, pero, por desgracia, se repite hasta la saciedad, especialmente entre las mujeres sin hogar: “Siempre he vivido con miedo, dando tumbos, dos meses aquí, seis meses allí”, explica con un ligero temblor en su voz.
Amal, que pide a ENCLAVE ODS que oculte su identidad real por seguridad –y también para no interrumpir su proceso de curación–, se sincera: “Nunca he tenido tiempo para pensar, para estar tranquila, para estudiar, para buscar qué hacer. Siempre he ido de casa de acogida en casa de acogida hasta acabar en los albergues españoles”.
La joven explica que, cuando escapó de su país, pensaba que su vida iba a cambiar. Sin embargo, la realidad que se encontró en España era muy diferente a lo que se esperaba. No quiere dar detalles de su historia; no quiere reabrir heridas que aún no han acabado de cerrar. Pero, entre titubeos, Amal deja entrever por lo que ha pasado.
“Cuando estaba en Marruecos y era pequeña, mi sueño era ir a España. Es algo que siempre le decía a mi padre. Pero la realidad es que es muy difícil, con las pateras, nos quitan el dinero, nos matan en el mar… En mi caso, un hombre me robó como 12.000 euros para traerme aquí, pero en vez de eso me comió el dinero y desapareció”, admite.
Amal aclara que, tras eso, estuvo trabajando limpiando casas y oficinas. Allí conoció a “un señor marroquí que trabaja en una oficina de un banco” y que se interesó por su vida. “Él intenta ayudarme a conseguir un visado y a venir aquí a España”, dice. Y añade: “Quería cambiar mi vida y no sabía por dónde empezar, y cuando llegas a una ciudad y no sabes hablar el idioma ni escribir… en mi país nunca estudié, no sabía nada”.
De la calle a los albergues
El viaje de esta joven marroquí no acabó al llegar a Europa. Los caprichos del destino hicieron que acabase en la red de atención a mujeres víctimas de violencia de género y de trata de Madrid. Esa fue la primera casa de acogida española en la que estuvo y que tuvo que abandonar por la temporalidad de este recurso. Así, acabó en la red de personas sin hogar, donde vivió en varios albergues mixtos.
Amal reconoce que su experiencia en los albergues madrileños, ciudad en la que vive, se puede resumir en una palabra: miedo. Hombres y mujeres comparten recintos –solo existe un albergue exclusivo para mujeres en la capital, y se reserva para aquellas que huyen de sus hogares por violencia machista–.
“Duermes en butacas, ni siquiera te puedes tumbar. La gente se pelea cerca de la puerta. Hay quien llega borracho y se cae por ahí. Ves y vives muchas cosas que nunca había visto tan cerca. Por eso me da un mucho miedo”, insiste.
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Ella es una de las 6.652 mujeres que, como asegura la última Encuesta a las personas sin hogar realizada este 2022 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), no tienen un hogar donde vivir en nuestro país.
Esta mujer, a la que hemos rebautizado como Amal –o esperanza en árabe–, forma parte de la red de personas sin hogar de Madrid. O, más bien, lo hacía hasta que se topó en el camino con la Asociación AIRES y su proyecto La Morada Housing First, que cuenta con el impulso de la Fundación ‘la Caixa’ a través de la Convocatoria Social Madrid 2022.
Hace ya casi cuatro años, tras haber estado dando tumbos por casas de acogidas y dos albergues distintos de Madrid, Amal se topó con un taller de teatro para mujeres sin hogar realizado por AIRES. Era inicios de 2019 y la asociación había organizado la actividad como parte de la investigación Mujeres invisibles para, como explica Carmen Belchí, presidenta, una de las fundadoras de AIRES y coordinadora del proyecto La Morada, “poder contar cómo están relacionadas las violencias y la situación de sinhogarismo en el caso de las mujeres”.
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Un sistema deficiente
Belchí explica que la asociación se compone de un equipo de profesionales de la intervención social y la economía social. “Las profesionales de intervención social trabajábamos con personas sin hogar, en campañas de frío, en equipos de calle, en albergues, y veíamos cómo el sistema de atención a personas sin hogar que tenemos en la ciudad crea respuesta para la noche de hoy, pero no soluciona realmente la situación de las personas”, cuenta.
Es decir, se trata de “un sistema muy asistencial que gestiona la situación de sinhogarismo, pero no la erradica”. Esto, asegura Belchí, lo vivían con mucha frustración, pues veían que “pasaban los años y nos volvíamos a encontrar con las mismas personas una y otra vez, pero cada año en peor situación emocional, psicológica y física”.
Por eso decidieron crear AIRES, lo que acabó derivando en el proyecto La Morada Housing First, que realiza un acompañamiento integral a mujeres que no tienen hogar, desde la situación de calle hasta la autonomía en una vivienda.
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El proyecto está orientado a facilitar el acceso a viviendas unipersonales a mujeres en situación de sinhogarismo supervivientes de diferentes violencias, así como a promover su mantenimiento en las viviendas y su integración comunitaria a través de un acompañamiento personalizado y especializado.
Todo ello, explican desde la asociación, “poniendo a la persona en el centro, de modo que sean las mujeres atendidas quienes marquen sus propios objetivos y sus tiempos”.
'La Morada Housing First'
Pocos meses después de aquel contacto inicial con el equipo de AIRES, Amal entró a formar parte de La Morada Housing First. Es decir, cumplió un sueño: construir un hogar para ella misma, algo fundamental para empezar a (re)construir su vida.
Porque, como explica Blanca Cicuéndez, trabajadora social de La Morada, “esa situación de calle y de albergues tan temporal, no te da la oportunidad de recuperarte; estás en modo supervivencia y no puedes recuperarte a ti misma de todo lo que llevas vivido”.
Este proyecto del que forma parte Amal, al final, permite que las mujeres sin hogar puedan gestionar su vida. “La temporalidad de los recursos de la red tiene sus plazos y no puedes plantearte que una persona que viene con tanto daño cambie su situación en dos o tres meses”, añade Cicuéndez.
Al final, explica Belchí, “lo que nosotras pensamos es que las personas puedan mantenerse, no parchear una situación de seis meses, que sabes que es un parche para tapar otro agujero, porque lo que importa es que ellas se recuperen, que recuperen su autonomía, sus planes de vida y que puedan mantenerse a largo plazo”.
Y es que, aseguran las dos miembros del equipo psicosocial de La Morada, “el dotar a una persona de un espacio, una estructura, una intimidad, un hogar, ayuda a poder trabajar de otra manera”.
Un nuevo hogar para Amal
Amal cuenta que cuando le ofrecieron unirse al programa, su única preocupación era salir del albergue, irse a una casa de acogida y no tener que compartir habitación. Sin embargo, cuando el equipo de AIRES la contactó se llevó una buena sorpresa: “Cuando me dijeron que tenía un piso para mí sola, no me lo creí”. Y reconoce que hasta se asustó.
“Cuando entramos en la casa, me quedé mirando al suelo y jugando con mis uñas y con mis pies; no me creía que era mi casa. Así que empecé a llorar y a reír, porque no me entraba en la cabeza”, cuenta Amal mientras se emociona y rompe a llorar.
“Gracias a dios, y gracias a ellas [haciendo referencia a la asociación] tengo un hogar”. La joven, que gracias al Ingreso Mínimo Vital puede estudiar y formarse para conseguir un trabajo, asegura que los primeros días en su casa fueron extraños. “Cocinaba y no me lo creía; me duchaba y no me lo creía; me iba a dormir y no me lo creía”, insiste.
Belchí recuerda que “había perdido el derecho a todo eso”. Porque, asegura, “estando en la calle o en los albergues, no tienes derecho a elegir qué comes, ni cuándo, ni a cocinarte, ni a dormir cuando tú quieres, ni a ducharte… pierdes el control de tu vida y aquí ella lo recupera: tienes una casa que es para ti”.
Amal lleva en su nuevo hogar de La Morada Housing First tres años, y la asociación va a renovar su contrato otros tres. “O los que necesite para estar completamente recuperada y tomar las riendas de su vida”, insisten Belchí y Cicuéndez.
Ahora, sus planes son acabar sus estudios básicos para poder optar a un trabajo decente que le permita sobrevivir. Y concluye: "No quiero depender de ayudas toda mi vida". Así, con un nuevo comienzo que empieza por los cimientos más básicos del hogar, esta mujer ha podido hacerse con las riendas de su destino. Porque, como dicen, la esperanza es lo último que se pierde.
Ahora, desde AIRES están poniendo en marcha un nuevo proyecto, complementario a La Morada Housing First. Centrado en la recuperación personal y la inclusión laboral, darán formación a mujeres supervivientes de reciclaje y transformación de mobiliario.