Una de las creencias más extendidas es que a medida que las personas envejecen, pierden agilidad mental. Esto tiene algo de cierto. La neurociencia ha desentrañado las verdades de esta afirmación, han descubierto que hay partes del cerebro que funcionan mejor a determinadas edades.
Las pruebas de cociente intelectual han sido la herramienta más utilizada para evaluar la inteligencia de un sujeto. Se ha usado en diversos ámbitos como la educación, los recursos humanos y la psicología judicial o el peritaje forense. Sin embargo, ha tenido sus limitaciones a la hora de comparar entre varios individuos, como el sesgo cultural medido por factores como los niveles de educación y cultura.
Para realizar un cálculo del CI se toma como referencia la media del CI de otras personas que están en un mismo rango de edad. Por esta razón, comparar entre diferentes edades no es posible, ya que el valor comparable (100) será el mismo que el comparado (100). Pero que no sea posible realizar una comparación cuantitativa no significa que no se puedan contrastar.
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Una de las formas para hacerlo es analizar los componentes de la inteligencia. Una de las teorías científicas sobre la inteligencia con mayor aceptación es la que formuló el psicólogo británico Raymond Cattell. El científico identificó dos componentes de la inteligencia general: la fluida y la cristalizada.
Dos inteligencias
La inteligencia fluida es la capacidad para resolver problemas nuevos, descubrir relaciones, conceptualizar, razonar y abstraer. Es una facultad distinta al aprendizaje, la experiencia o la educación. Resolver puzles, identificar patrones, establecer estrategias, o utilizar la lógica en nuevas situaciones son algunos ejemplos.
Mientras que la inteligencia cristalizada, definida como la adquisición y acumulación de experiencia práctica y conocimientos adquiridos a lo largo de la vida, se relacionaría con recordar acontecimientos históricos, lugares y fechas, cocinar sin consultar la receta o jugar un partido conociendo las reglas.
En una investigación reciente, publicada en la revista Brain, neurólogos del Instituto de Neurología Queen Square de la UCL y del Hospital Nacional de Neurología y Neurocirugía de la UCLH han podido identificar las regiones del cerebro asociadas a la inteligencia fluida, o capacidad humana para resolver problemas sin experiencia previa.
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La autora principal, la profesora Lisa Cipolotti (Instituto de Neurología Queen Square del UCL), señala que estos hallazgos “indican por primera vez que las regiones del lóbulo frontal derecho del cerebro son fundamentales para las funciones implicadas en la inteligencia fluida, como la resolución de problemas y el razonamiento”.
Más viejos, pero no más tontos
Generalmente, los científicos habían situado en los 20 años la edad a partir de la cual la inteligencia fluida comienza a disminuir lentamente. Pero según uno de los estudios más completos sobre inteligencia fluida y cristalizada, publicado en 2015 en la revista Psychological Science, revela una fotografía más detallada de estos cambios en la actividad cognitiva.
Los autores de la investigación, neurocientíficos del MIT y del Hospital General de Massachusetts (MGH), descubrieron que el punto álgido de la velocidad de procesamiento de la información parece alcanzarse en torno a los 18 o 19 años, e inmediatamente después empieza a disminuir.
Por otra parte, la memoria a corto plazo sigue mejorando hasta alrededor de los 25 años, cuando se estabiliza y luego empieza a descender en torno a los 35 años. En cuanto a la capacidad de evaluar los estados emocionales de otras personas, el pico se produce mucho más tarde, entre los 40 y los 50 años.
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Pero estos resultados no son definitivos. Cada persona es un mundo. "En cualquier edad estás mejorando en algunas cosas, estás empeorando en otras cosas y estás en una meseta en otras más", señaló Joshua Hartshorne, autor principal del estudio, en declaraciones al portal MIT News.
Entrenamiento cognitivo
Investigaciones anteriores sugerían que las personas realmente no tenían mucho control sobre su inteligencia. Se creía que nuestro CI estaba determinado en gran medida por la genética y que los programas de entrenamiento destinados a mejorar la puntuación tenían una eficacia limitada.
Pero algunos estudios previos han demostrado que es posible mejorar la inteligencia fluida con entrenamiento cerebral. Además, los ejercicios mentales también contribuyen a aumentar otras habilidades cognitivas, como la capacidad de razonar y resolver nuevos problemas de forma totalmente independiente de los conocimientos adquiridos previamente.
Así, con entrenamiento, una persona puede ser capaz de dedicarse a la abstracción de pensamientos e ideas con la misma facilidad con la que razona.