La apuesta por el Gas Natural Licuado (GNL) y el aumento de la capacidad para almacenarlo es otra de las estrategias que ha permitido a la UE desengancharse del gas ruso por tubería. Sin embargo, gran parte de este recurso energético en su forma líquida sigue llegando de Rusia, algo que ahora Bruselas quiere frenar.
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De madrugada, un 24 de febrero de hace un año, el presidente ruso Vladímir Putin se dirigía así al mundo: “Para Estados Unidos y sus aliados, esta es la llamada política de contención de Rusia, de evidentes dividendos geopolíticos. Y para nuestro país esto es en última instancia una cuestión de vida o muerte”. El dirigente había decidido iniciar “una operación especial” en Ucrania. La guerra había llegado a las puertas de Europa.
Desde entonces, el apoyo occidental a los ucranianos ha compartido espacio con los esfuerzos de los países de la Unión Europea para cambiar, a marchas forzadas, la fuente de suministro de energía de la que dependían: el gas ruso. De un día para otro, lo que había supuesto seguridad energética y un motor económico se convirtió en un arma geopolítica de chantaje que podía financiar una sangrienta contienda sin justificación.
Del 83% del gas ruso que llegaba a los países comunitarios a través de gasoductos y metaneros antes de la guerra, las sanciones y el veto a este ‘oro’ gaseoso de Rusia se ha reducido hoy casi un 75%. Según datos recopilados en el último análisis de Zero Carbon Analytics (ZCA), el país ruso suministraba en noviembre tan solo un 12,9%.
Este freno a las importaciones de este combustible fósil ha sido posible, entre otras cosas, por la reducción en la demanda de gas que marcó la UE en el mes de marzo. Los Estados miembro acordaron reducirla en un 15% entre agosto de 2022 y marzo de 2023 para el acopio de energía y poder tener “un invierno seguro”. Una cifra muy cercana al 10% que ahorraron los países europeos en los primeros nueve meses del año pasado con respecto a los de antes de la guerra.
De manera paralela, la UE aprobó este año un reglamento temporal para simplificar los procedimientos administrativos en la concesión de autorizaciones a proyectos de energías renovables. Algo que la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ya calificó como la principal barrera al impulso definitivo de las energías limpias.
En el debate sobre la aprobación del reglamento apuntaron la necesidad de “tomar medidas urgentes” para paliar la crisis energética. Auguran que acontecimientos imprevisibles como el sabotaje de gasoductos “pueden seguir perturbando nuestra seguridad de suministro”, por lo que “es necesario un despliegue más rápido de energías renovables para poner fin definitivamente a la emergencia actual”.
En España, el Ministerio para la Transición Ecológica mantenía en cola un total de 202 proyectos renovables a los que debía dar una Declaración de Impacto Ambiental positiva antes del 25 de enero de este año. De ellos, al menos 154 expedientes la han obtenido, lo que se traducirá en una potencia verde de 27.943 megavatios (MW) vertidos a la red.
Hasta ahora, y según datos de ZCA, el boom de energía eólica y solar que se ha ido gestando durante todo 2022 en países como el nuestro –impulsada por la guerra de Ucrania y acorde a los compromisos climáticos de los 27–, generó un récord del 22% de la electricidad de la UE. Una cifra que, por primera vez, ha superado al gas (un 20%) y que se mantiene muy por delante por otras energías sucias como el carbón (16%), que ha vuelto a despuntar –se espera– temporalmente como consecuencia de la guerra en Ucrania.
Después del inicio de la guerra, los países de la UE aumentaron la generación de eólica y solar un 13%, lo que ha podido ahorrarnos hasta 11.000 millones de euros en importaciones de gas ruso.
No obstante, la crisis energética aumentó el precio de la energía, con lo que los 27 gastaron, en los primeros meses de 2022, unos 252.000 millones en importaciones de gas. Esto es un 286% más que en el mismo período del año anterior. Asimismo, la factura creció hasta los 768.000 millones de euros si se tiene en cuenta la protección de los consumidores frente a los impactos del precio de la energía por el costo del gas y el carbón.
El GNL “está para quedarse”
"El balance de un año después: Este sentimiento de crisis, de vulnerabilidad extrema, lo que sí ha hecho es que se tomen algunas decisiones que veremos si están para quedarse”, comenta Aurèlia Mañé, profesora de la Universitat de Barcelona y experta en sistemas y relaciones energéticas internacionales. Para ella, “lo más evidente es esa apuesta acrítica por las centrales de gas natural licuado. El problema de ello es que hacer una inversión de este tipo ahora implica una amortización de 20 o 30 años”.
Este tipo de gas, que se importa en forma líquida por mar a través de metaneros, podría proporcionar un 65% más de gas del que Rusia estaba suministrando a finales de 2022.
Según datos de la propia Comisión Europea (CE), la importación de GNL “es una manera de diversificar proveedores y rutas que está utilizando la UE para conseguir gas natural”. Ahora mismo, el conjunto de los 27 se posicionan como el mayor importador mundial de esta fuente de energía. Sin embargo, el acceso a la infraestructura que necesita no es homogéneo en todos los países comunitarios.
De momento, y según datos de Gas Infrastructure Europe (GIE), Bélgica, Croacia, Francia, Grecia, Italia, Lituania, Malta, Países Bajos, Polonia, Portugal y España disponen de terminales de GNL operativas. España, de hecho, se encuentra a la cabeza de la lista, con hasta seis en funcionamiento con una capacidad para casi siete millones de metros cúbicos por hora.
No obstante, en el resto de países europeos hay otras seis en construcción que podrán estar activas de aquí a 2026 y otras 23 planeadas para entrar en funcionamiento para máximo 2030. Solo Alemania tiene planificada la construcción de cinco de estas terminales de GNL.
Por el momento, el principal exportador de esta energía a la UE es Estados Unidos. En 2022, las importaciones aumentaron considerablemente: entre julio y noviembre, las importaciones mensuales oscilaron en torno a los 4.000 millones de metros cúbicos. Una cifra que dobla lo importado en el año anterior por esas mismas fechas y que tiene visos de crecer o, al menos de mantenerse.
Hay que recordar que en marzo de 2022, la UE y Estados Unidos pactaron impulsar el suministro de Gas Natural Licuado a los países europeos para finales de 2022. Pero, además, este acuerdo garantizaba también 50.000 millones de metros cúbicos de GNL estadounidense hasta, por lo menos, 2030.
Como reconoce Mañé, "preocupa que si ya apostamos por gas licuado, quedamos vinculados a un tipo de relaciones energéticas que antes no teníamos. Por ejemplo, parece que el gas licuado procedente de Estados Unidos ha llegado para quedarse una buena temporada”.
La experta señala que “si es así, eso sí que tiene un problema ambiental que no tenía el gas ruso, por ejemplo, que es que el gas natural licuado de Estados Unidos proviene de fracking y por lo tanto es un método de extracción mucho más contaminante y territorialmente extensivo”. Eso por no hablar de que “se transporta en barco” y “su fuel es altamente contaminante".
A pesar de que la UE reconoce el gas natural como energía ‘verde’, se trata de un combustible fósil que contiene metano, un peligroso gas de efecto invernadero que es hasta 86 veces más dañino que el dióxido de carbono y que es cuatro veces más sensible al calentamiento global de lo que se pensaba. Además, durante su combustión, emite también dióxido de carbono, por lo que contribuye aún más al cambio climático.
En cuanto a su técnica de extracción, hay que tener en cuenta que gran parte del GNL se obtiene por fracturación hidráulica o fracking. Esta técnica –prohibida en la UE– consiste en inyectar grandes cantidades de agua –en torno a unos 15 millones de litros por operación– mezclada con productos químicos dentro de las formaciones geológicas. Estas sustancias, además, en su mayoría, son disruptores endocrinos y causan importantes problemas de salud a las comunidades locales.