En la localidad francesa de Grasse, situada en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, el clima cálido se mezcla con la humedad de un mar Mediterráneo que se encuentra a apenas unos 15 kilómetros. Un microclima que ha convertido este pueblo en la capital francesa del perfume.
A las faldas de un promontorio volcánico, crecen los jazmines, la lavanda, los nardos y las rosas más codiciadas. Un aroma que distintas generaciones de perfumistas llevan cultivando desde hace tres siglos y que la propia UNESCO reconoció como patrimonio inmaterial de la humanidad desde 2018.
El problema es que este enclave de ensueño, donde los pétalos de las flores perfuman las calles, están dejando de vivir una luna de miel que ha durado varios centenares de años. La región francesa, a pesar de su microclima, no ha conseguido protegerse de los efectos del calentamiento global.
Sequías como la de este verano en el país francés han golpeado con dureza a regiones del sur como Grasse. Aunque la localidad se libró de los incendios forestales que asolaron la zona en el último año, no se ha salvado de extremos climáticos como las olas de calor o la falta de agua.
[Grasse, la capital mundial del perfume]
Como consecuencia, y según recoge The Guardian, algunos de los perfumistas perdieron la mitad de su cosecha. Además, el impacto de unas temperaturas extremas recae directamente sobre flores como las rosas, que pierden calidad, o los nardos, que ven mermado su crecimiento.
El peligro de esto es que se puede generar un círculo vicioso: el aumento medio de las temperaturas puede dar lugar a una floración temprana. Si por las noches resulta que los termómetros marcan aún niveles muy bajos, estas flores pueden congelarse y morir.
Una de las perfumistas que está sufriendo las consecuencias del cambio climático es Carole Biancalana. Como explica en su web, su familia lleva desde la década de 1930 cultivando sus plantas aromáticas. “Nuestros abuelos adquirieron las parcelas que hoy conforman la finca” de Domaine de Manon, cuyas cosechas están reservadas a una de las marcas más exclusivas, la de Christian Dior.
Sin embargo, como ha asegurado al diario británico, la cosecha de nardos ha caído en el último año un 40%. “Los ancianos aquí nos siguen diciendo que no hay más estaciones”, cuenta Biancalana, que explica que los inviernos son ahora más cálidos con períodos fríos durante la primavera.
“Ya no podemos contar con los espíritus”, bromea la perfumista. Y es que, en la localidad de Grasse, la tradición dicta que cuando las olas de calor azotan el pueblo, sus ciudadanos rezan en la iglesia para pedir que llueva. Entre esos locales del pueblo estaba su abuela, que asegura que no se perdía ni una de esas procesiones. “Ahora no creo ni que sean suficientes con el clima actual”, comenta la perfumista.
Es una de las razones por las que nació Les Fleurs d'Exception du Pays de Grasse, una asociación que reúne a los productores de la región.Una de sus premisas es que todos los productos utilizados sean orgánicos para garantizar la protección de la biodiversidad. Para ellos es una de las mejores armas para hacer frente al cambio climático. Así, apuestan por “una agricultura campesina”, única garante de una agricultura sostenible.
No obstante, Grasse no es la única localidad golpeada por los efectos de un cambio climático cada vez más extremo. Los patrones actuales están acabando con otro tipo de cultivos como la vainilla, cosechada principalmente en el continente africano y, en concreto, en Madagascar.
Aunque no hay que irse tan lejos para advertir estos impactos. En España, por ejemplo, cultivos con una larga tradición como el azafrán están atravesando un bache que parece no tener fin. El conocido como oro rojo ha experimentado una subida de precios a la par que un rendimiento impredecible por el cambio climático y una mayor competencia desde el extranjero.
España ha sido, desde hace un siglo, el mayor productor mundial del azafrán. Sin embargo, las altas temperaturas y la falta de lluvias están mermando la floración de la planta de la que se extrae la especia: la Crocus sativus. Las cifras de su producción están en más de un 20% por debajo de la media del período que va de 2013 a 2021.
Como ya explicó en un artículo en EL ESPAÑOL Rosa Rivero, investigadora científica en el Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC), “si hay alguna actividad productiva que dependa directamente del clima y de su variabilidad, esta es sin duda la agricultura”. Temperaturas extremas como las que hemos vivido este verano llevan a la inhibición del crecimiento de cualquier cultivo, a la vez que provoca la proliferación de malas hierbas y de plagas.
Esta situación puede llevar a “un aborto de las flores” que, además, profundizan en otra crisis actual de gran calado: la de biodiversidad. Lo que les ocurra a especies de polinizadores como la abeja también repercute en los cultivos, porque pueden llegar a aumentar su rendimiento hasta un 25%.
Por este motivo, se hacen necesarias acciones urgentes. Y no solo para paliar los impactos del cambio climático que estamos sufriendo ya, sino también para evitar que estas consecuencias se agraven en el medio y largo plazo, con el consiguiente efecto negativo a nivel socioeconómico y medioambiental.