"Hay una historia que, paradójicamente, no está en la historia, y que solo se puede rescatar escuchando el susurro de las mujeres", decía Rosa Montero allá por el año 2008, cuando el movimiento feminista comenzaba a agitar conciencias en una sociedad española abierta al cambio y apoyada por las instituciones. Hoy son otras las mujeres que susurran, al otro lado del continente, con esperanza de que recojamos el testigo y protejamos un legado amenazado por la barbarie de la guerra.
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A un año del comienzo de la invasión organizada por Vladímir Putin, Ucrania continúa acumulando cifras que nos revelan el lado más desolador del conflicto: más de 8.000 civiles fallecidos, 13.000 heridos y unas tensiones que paralizan la vida en ciudades como Járkov –la segunda más grande y uno de los núcleos artísticos y educativos del país–, que hoy protege sus obras de los bombardeos. Una batalla invisible que amenaza la conservación del patrimonio cultural del país y en la que los voluntarios se convierten en protagonistas fuera del frente.
El Museo de Género de Járkov es el primero y único de esta naturaleza en Europa del Este. A través de una colección de más de cuatro mil obras, el centro rinde homenaje a los antepasados femeninos en Ucrania. Además, de a la historia colectiva de las mujeres en un país en el que el concepto de género está lejos de integrarse en la sociedad.
La madre –en sentido figurado– de este museo es Tatiana Isaeva, quien, en un sentido literal, es progenitora de una joven (a la que conoceremos más adelante) que la acompaña en su reivindicación del pasado, tradicionalmente desatendido y olvidado por las instituciones, de las mujeres ucranianas.
Allá por 2008, y gracias al apoyo de programas como el Fondo Mundial para la Mujer, nació el Gendermuseum, con una oferta que incluía tanto exhibiciones recopiladas en Ucrania como otras transferidas desde otros países. Su cometido era, entre otros, el de acercar y crear lazos entre el público local y las iniciativas internacionales lideradas por mujeres feministas.
Iniciativas que, además, llegaron en un contexto convulso para la ciudad, marcada por las protestas del Euromaidán –culminadas con la dimisión de Viktor Yanukovich– y los disturbios separatistas de 2014 que convirtieron Járkov en una república prorrusa durante 14 días largos y violentos.
A partir de ese momento, la región se convirtió en uno de los epicentros del incipiente conflicto ruso-ucraniano y la cultura fue relegada a un segundo plano. En este clima de efervescencia que arrastraba a los museos al abandono, se instaló en Járkov la española María Sánchez, artista multidisciplinar y consultora de arte contemporáneo que conoció el museo mientras colaboraba con una oenegé.
Una campaña para salvar el museo
Por aquel entonces, 'Pimienta Sánchez', apodo con el que se la conoce en redes, decidió realizar su tesis doctoral sobre la gestión cultural en regiones sin recursos. La vida la acabó llevando hasta el Museo de Género, un proyecto que la cautivó desde el principio y que sigue despertando su emoción cada vez que habla de él.
Su primer contacto con este fue tan insólito como las circunstancias en las que se conservaba. Acompañada por una pequeña linterna, la artista pudo ir vislumbrando y recogiendo las piezas que allí se encontraban para guardarlas en cajas.
El objetivo predestinado para este centro era su cierre, pero, lejos de asumir la derrota, María se unió a la directora del museo, Tatiana, en la misión de salvarlo. Un proyecto que nació hace ocho años y que sigue vivo a día de hoy a pesar de la guerra.
Lo cierto es que el Museo de Género de Járkov podría haber logrado más reconocimiento del que en realidad tuvo entre los ucranianos. "Tatiana tenía una labor muy arriesgada. Ha tenido que enfrentarse a situaciones duras y ha sido muy criticada en algunos momentos", cuenta María. Y añade: "Incluso yo llegué a ver cómo algunas mujeres mayores se santiguaban al pasar por delante del museo".
En la sociedad ucraniana los estereotipos de género siguen existiendo, sobre la base de una moral conservadora y la percepción de los hombres como soporte de la familia. "Allí hay más mujeres que hombres, aunque están en una escala inferior", explica la artista.
En cualquier caso, su papel está siendo fundamental durante la guerra: son las que están sacando sus hogares adelante, las que están poniendo a sus hijos a salvo.
Pero también están siendo las damnificadas silenciosas de esta guerra, principalmente a través de la captación en redes de prostitución y la explotación reproductiva. "Siempre he dicho que las mujeres ucranianas están hechas de otra pasta. Son mujeres valientes, que aguantan y que han vivido mucho sufrimiento", insiste.
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María explica a EL ESPAÑOL que "también hay mucha violencia de género, y las condiciones de trabajo no son las ideales". En Ucrania no existen precedentes jurídicos que las protejan, ni en el mercado laboral ni en los hogares, algo que también viene condicionado por la falta de denuncias por parte de la ciudadanía.
"Si no tienes acceso a referentes, es muy difícil que salgas de ciertas dinámicas", lamenta. Ahí es donde entra en juego el Museo de Género, fundado con el propósito de despertar y poner en contacto a las ucranianas con su propia historia y con los avances de otras mujeres en el mundo.
Conservar la memoria de las mujeres
Para poder sustentar la conservación de las obras, María comenzó a buscar ayuda entre sus familiares más cercanos. Con aportaciones simbólicas de no más de 100 euros daban, cada mes, una nueva oportunidad para la supervivencia del centro.
En su intención de conseguir nuevos mecenas dispuestos a ayudar desde Europa, #SaveGenderMuseum acabó surgiendo como una campaña sin ánimo de lucro que abría las puertas del museo, desde la distancia, a todos aquellos que quisieran conocerlo. Y también a aquellos que desearan ayudar a protegerlo por medio de donaciones, algo así como una especie de crowdfunding en un momento en el que ni siquiera existían ese tipo de plataformas.
En 2016, la artista –que había vuelto a Madrid para trabajar en el Consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo– cruzó su camino con el de la desarrolladora Gammera Nest. Su director, Daniel Sánchez, se hizo eco de la iniciativa gracias a la repercusión en la prensa y quiso hacer una doble propuesta a su promotora.
La primera era la de sufragar durante un mes los gastos del museo. Y la segunda, con perspectivas más amplias en el tiempo, era la de crear un videojuego que acercara el arte, el feminismo y la historia de las mujeres ucranianas al resto del mundo.
Para su desarrollo se mantuvo continuo contacto entre Ucrania y España, aunque desde la distancia, algo en lo que la empresa ya tenía experiencia dadas las condiciones de trabajo a las que tuvieron que adaptarse como solución durante la pandemia. El estallido de la guerra dificultó aún más el proceso, pero el empeño entre los equipos de Madrid-Járkov resultó muy beneficioso para ambas partes. Ambos equipos caminaron juntos "nutriéndose mutuamente" durante este largo trayecto.
"Nosotros siempre hemos abogado porque los videojuegos sirvan para ayudar a otros sectores", relata un Daniel experimentado en las colaboraciones con el sector cultural. El estudio ya había llevado la creación de contenidos interactivos para el Museo Thyssen-Bornemisza, y ahora lanza VONA/SHE como una de las tantas tareas que ha puesto en marcha hasta ahora el #SaveGenderMuseum.
Un videojuego para empoderar
Con un diseño minimalista y una estética a medio camino entre el escape room y la performance, el videojuego facilita que la audiencia conecte con preocupaciones sociales como la igualdad de género y la conservación del arte. Todo ello siguiendo la premisa principal de la empresa madrileña: la de crear juegos que hagan pensar.
VONA/SHE se suma al género point and click, situándonos en el personaje de una ama de casa ucraniana que deberá elegir entre "cumplir con lo que la sociedad espera de ella" o "rebelarse" contra los esteotipos. Esta opción la llevará a tomar el control y cambiar su forma de vida, guiada por las obras y referencias de mujeres que dejaron su nombre en la historia, desde Virginia Woolf hasta nuestra contemporánea Judy Chicago.
Más allá de ser una forma más de entretenimiento lúdico, la propuesta de María y Daniel constituye todo un "ejercicio de expresión artística multidisciplinar", tal y como lo definen sus creadores. En ella se involucran diseñadores gráficos y artistas como la ucraniana Mariya Chorna, hija de Tatiana Isaeva y encargada de trasladar los espacios del Museo de Género a las ilustraciones del videojuego.
"Tiene un lenguaje muy amable, pero también está cargado de referencias y de activismo", explica María. VONA/SHE no es solo un videojuego hecho desde el cariño y la solidaridad, sino que también es un instrumento de reflexión que puede enganchar a todo tipo de públicos.
La gestora cultural y artista concluye: "Eso es precisamente lo que lo convierte en intergeneracional, el hecho de que puedan jugar y disfrutarlo tanto niños como adultos".